Red Municipal de Bibliotecas de Córdoba

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12 - Paseo por el barrio del Espíritu Santo

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PASEO DUODECIMO

Barrio del Espíritu Santo

 

SE HA RESPETADO LA ORTOGRAFÍA ORIGINAL

 [entre corchetes subsanación de las erratas corregidas en la edición original de 1877]

 

 [entre corchetes y tamaño menor de letra, comentarios añadidos en la edición actual de la RMBCO]

 

 

 

La necesidad nos ha sacado del casco de la población, de la que nos separa el Guadalquivir, y sin dejar de pertenecer á Córdoba, nos encontramos en un sitio que podemos decir es un pueblo diferente en su forma y hasta en muchas de sus costumbres; por variar hemos dejado la sierra, y henos aquí en la campiña, mirando á nuestro frente la torre y cúpula de nuestra sin par mezquita, la alta columna donde reflejan las doradas alas de nuestro Arcángel Custodio, y la multitud de ventanas y tejados de las casas próximas al rio, de cuya corriente la libran estensas y fortísimas murallas; ¡hermosa vista, tantas veces copiada por los pintores y tantas descrita por nuestros poetas y escritores! Estamos en el barrio de la Visitación ó del Espíritu Santo, títulos de su parroquia y, sin embargo, todos le decimos Campo de la Verdad, con harta razón, sin duda, porque en sus alrededores tuvo lugar uno de los acontecimientos que mas honran la historia de esta ciudad, y del cual nos ocuparemos después detenidamente.

Hemos dicho que este barrio parece un pueblo diferente, y tan es así, que los maradores [sic] de él hasta en sus costumbres varían bastante de los demás cordobeses; casi la totalidad de aquellos vecinos se dedican á las faenas del campo; son pocos los industriales, y de aquí el que las mujeres se diferencian en los trages y tratos de las del interior, un tanto mas dadas á los caprichos de la moda, á la que rinden el culto que aminora los recursos distraídos dé las verdaderas necesidades.

En tiempo de los romanos y después hasta los árabes, hubo población en este sitio; cuando la conquista, se establecieron allí algunas familias, siempre de las mas escasas de fortuna; pero castigados por las correrías de los segundos, que casi llegaban á las puertas de Córdoba, fueron abandonando sus hogares y, casi desierto, llegó á convertirse en una porción de solares á que los escritores antiguos dan el título de los Corrales: pasados muchos años, tranquilos ya los ánimos, volvió á poblarse, y entonces fundaron una ermita dedicada á la Visitación de Nuestra Señora y al Espíritu Santo, siguiendo todo aquel trayecto formando parte del barrio de la Catedral, de cuyo Sagrario se le administraban los santos Sacramentos, servicio que ocasionaba gran trabajo para aquellos curas, por tener que atravesar el puente, donde mas de una vez se vieron expuestos, por ser el único paso que tiene el ganado vacuno entre la sierra y la campiña: en estos inconvenientes se apoyó el Obispo de Córdoba D. Cristóbal de Rojas y Sandoval, para razonar su decreto fecha 21 de Julio de 1570, erigiendo en parroquia la antes citada ermita, á la que se llevó el Santísimo con gran solemnidad desde el Sagrario; no siendo posible agregarle rectoría ni beneficio, se mandó asistiese como cura el que lo fuera mas moderno del Sagrario de la Catedral, que es como ha llegado hasta estos últimos años, en que se le ha considerado independiente de todo, con su cura y coadjutor propios; sin embargo, el espresado Señor Obispo le asignó alguna cantidad para el sostenimiento de la parroquia, y á su ejemplo hizo otro tanto el Cabildo Eclesiástico.

Las dimensiones y estado de la ermita no eran lo bastante para que la parroquia estuviese con la decencia debida, y desde un principio se pensó en ampliarla; consiguióse, construyéndole tres naves, para lo que debieron emplearse algunos materiales de otros edificios antiguos, toda vez que los capiteles de las columnas que dividen aquellas, tienen diferentes formas, y la mayor parte de ellos son visigóticos: después se reedificó en 1753. El altar mayor tiene un retablo dorado, de muy mal gusto; ocupa el centro una pequeña imagen de Ntra. Sra. de los Dolores, á los lados la Virgen y Santa Isabel, y en lo alto el Espíritu Santo: el frente de la nave del lado del evangelio lo ocupa un altar con otra Virgen denominada del Rayo, por decirse tradicionalmente que en él cayó uno sin tocar á la imagen: fué reedificado ó hecho en 1720, según espresa una inscripción que tiene en el frontal; sigue á esta capilla otro altar dedicado á Santa Teresa, representada en un lienzo, en el que ocupa un estremo la inscripción siguiente:

Fijóse en memoria y veneración de que en
esta iglesia y sitio, siendo viadora, oyó misa
dia último de Pascua del Espíritu Santo, año
1575, la gloriosa madre fundadora Santa
Teresa de Jesús.

D. José Antonio Moreno Marin, en sus Anales eclesiásticos y civiles de la ciudad de Córdoba, M. S. de que tenemos una copia, dice que el dia 22 de Mayo de 1575 llegó á esta capital Santa Teresa, acompañada de otras varias religiosas, sus discípulas, y algunos religiosos de su orden que iban a la fundación del convento de Sevilla; que siendo Pascua del Espíritu Santo entraron á oir misa en la parroquia de la misma advocación, por la que había gran concurrencia, aumentada en seguida por la curiosidad de ver á las nuevas monjas; que éstas se colocaron en la nave del evangelio, y que en memoria de este suceso labró á su costa aquel altar D. Bernardo Blazquez de León, Secretario del Excmo. Sr. Cardenal D. Pedro de Salazar: con este motivo se levantó en Córdoba el deseo de que hubiese en esta ciudad un convento de Carmelitas Descalzas, como esplicaremos al tratar del de Santa Ana.

Cerca del altar á que nos hemos referido, hay otro con un gran lienzo, dedicado á las Animas, y casi al final vemos colocada la cruz que sirve en la procesión del Viernes Santo, y que aun cuando aparece muy vistosa, es del mal gusto reinante en el siglo XVIII.

Al frente de la nave de la epístola está la capilla del Sagrario, en cuyo altar no hay mas que el depósito, y desde ella á la pila bautismal hay otros dos altares dedicados á San José y la Virgen del Rosario; éste se renovó en 1813 y otra vez en estos últimos años, á espensas de un devoto.

En la actualidad no se sirven en esta iglesia cofradías ó hermandades, pero antes las ha tenido y muy numerosas; Vázquez Alfaro cita las del Santísimo, el Rosario y Jesús Nazareno y Nuestra Señora, y en una relación que se formó en 1773 de todas las corporaciones de esta clase que existían en Córdoba, aparecen las de Ntra. Sra. del Rayo y la Santa Cruz, habiendo desaparecido todas, sin duda por la escases de recursos con que contaran para sostenerse.

La sacristía nada de particular ofrece; en ella está el archivo, cuyos libros principiaron, en 1570 los de bautismos y matrimonios, y en l680 los de difuntos.

En esta iglesia solían oir misas todos los que la Justicia de Córdoba sacaba de ella para llevarlos á otros puntos, y entre otros la oyeron, en la mañana del día 20 de Febrero de 1695, setenta hombres cojidos en una leva y á los cuales llevaban á Gibraltar.

El esterior de la parroquia haría creer á cualquiera serlo de una mala bodega, si no fuese por el campanario que también es muy raquítico: cerca del ángulo, tiene en el costado una especie de niño [nicho] con un cuadro muy malo y restaurado en 1850, que representa á Jesús en el Pretorio; al lado opuesto está el Cementerio, en uso hoy para aquellos vecinos, quienes tienen la ventaja de no pagar derecho de enterramiento y sí solo el costo de la bovedilla, si algunas familias las quieren hacer á sus difuntos; construyóse en 1804, con motivo de la invasión de la fiebre amarilla, y desde entonces sigue sirviendo; antes se inhumaban los cadáveres en el alto que forma al rededor de la iglesia.

En las grandes epidemias que han aflijido á los cordobeses, el barrio del Espíritu Santo ha sido de los mas castigados, contribuyendo á ello varias circunstancias; una, su proximidad al rio, puesto que casi lo rodea: otra, la falta de pronta asistencia, por no haber en él ni médicos ni boticas, y otra, la peor en muchas ocasiones, que, asustados los del interior, prohibían la entrada de los forasteros, cerrando las puertas, á excepción de dos ó tres, entre estas la del Puente, que cortaban al final con una tapia, dejando un callejón para entrar y salir los pocos á quienes se lo permitían, quedándose muchos en aquel barrio, pues á pesar del cordón sanitario, éste no era tan cerrado que evitase por completo el paso; sin embargo, aquellos vecinos han estado siempre prontos, tanto á recibir los socorros que han necesitado, como á dar los que sus recursos les han permitido; como prueba de ello, anotaremos lo que hicieron en 1650, á imitación de los demás barrios, y por sí solos, sin contar con auxilio alguno ageno, toda vez que en su recinto no existían entonces, ni después, conventos ni vecinos de grandes caudales: reunidos al efecto, entraron en la ciudad en lucida procesión, llevando á los enfermos del hospital de San Lázaro cuanto pudieron recoger, y aun no contentos con aquel donativo, se reunieron los chicos del barrio, presididos de Ntra. Sra. del Rosario, á que acompañaba parte de la Capilla de música de la Catedral, y les llevaron un segundo socorro, compuesto de un cahíz de trigo, veinticuatro espuertas con pan, cinco carneros, veinticinco gallinas, un jamón, veinticuatro salvillas con pasas, una carga de naranjas, catorce espuertas con limones, cinco idem con vedriado, cuatro idem con garbanzos, dos pares de pichones, doce salvillas con bizcochos, veintisiete canastillas con huevos, treinta y tres salvillas con hilas y una espuerta con granadas.

Tanto por todo el lado Norte como por el Este, confina el Campo de la Verdad con el rio Guadalquivir, el cuarto en importancia, el quinto en longitud y el sesto en tributarios, de cuantos nacen en España.

Estrabon dá á este rio diferentes nombres, pero nosotros solo vemos claro el del Bétis, con que lo conocieron los Romanos, dando nombre a la Bética ó Andalucía, y con el que siguió hasta que los Árabes dieron en llamarle Nahrálatdim y Wadilquebir; ambas palabras significan rio grande, habiéndole quedado la segunda, aunque alterada, ó sea el titularlo Guadalquivir: nace este rio en las sierras de Alcaráz, Segura y Cazorla, y desemboca en el Occéano [sic] inmediato á Sanlucar de Barrameda, después de haber recorrido ochenta leguas de estension y haber ocupado con su cauce mil seiscientas cinco cuadradas, en las provincias de Jaén, Córdoba, Sevilla y Cádiz: concretándonos á la nuestra, entra en ella por entre el Este y el Noroeste y sale por entre Oeste y Sudoeste, atravesándola en una distancia de veintidós leguas, en que fertiliza los términos de Villa del Rio, Montoro, Pedro Abad, Carpio, Villafranca, Córdoba, Almodóvar, Posadas, Hornachuelos y Palma del Rio, aumentando su corriente con los ríos de las Yeguas, Guadalmellato, Guadalbarbo, Guadiato. y Bembezar, que le entran por la orilla derecha, y el Salado de Porcuna, Guadajoz y Genil que desaguan en él por la izquierda, y los arroyos Corcomel, Martin González, Arenoso, Pajarejos, Pero Gil, el Cáñamo, Tamujoso unido con Tamujosillo, Rabanales, la Cabrilla, Guadazueros, Alardía, Guadalmazan, Guadaloso y, otros muchos de menos importancia; en el término de Córdoba es atravesado por los puentes de Alcoléa y el que une á la ciudad con el barrio del Espíritu Santo, ambos en la carretera general de Madrid á Cádiz, y los de Alcoléa y el Alcaide en las líneas férreas de Madrid y Málaga.

Mucho es lo que se ha hablado y escrito sobre la navegación del Guadalquivir, alegando como principal razón el haberlo sido en tiempos de los romanos y de los árabes y después hasta fines del siglo XV, sosteniéndose gran comercio entre Córdoba y Sevilla por medio de balzas ó barcos planos, que fué lo que siempre usaron, arrastradas casi todas por la silga, nombre de las cuerdas de que tiraba cierto número de caballerías, y sin duba debía ser de este modo, porque los ingenieros que por orden del Gobierno realizaron los estudios para la navegación, aseguran que una de las principales dificultades es la rápida pendiente de este rio, que sería preciso contrarestar por medio de grandes presas, costosísimas en, su construcción, y después en conservarlas; además calcúlanse necesarios mil quinientos ó dos mil pies cúbicos de agua, como mínimun para la navegación, y el Guadalquivir solo tendrá mil setecientos después de incorporársele el Genil, y antes unos mil y ciento á mil trescientos, cantidad que se vá disminuyendo conforme se acerca á Córdoba, y que es considerada insuficiente: en estos estudios hechos de 1842 á 1844, se calculaban las obras en quince millones cuarenta mil reales, y se indicaba que su conservación unida al gasto de la empresa, superaría tal vez á los derechos que se establecieran.

La navegación en tiempo de los romanos y de los árabes y aun bastante tiempo después de la conquista, está justificada en casi todos los historiadores; tal vez, entonces, el mayor caudal de aguas y la falta de otra comunicación mas rápida, con que actualmente contamos, haría preferible aquella, en economía de gasto y tiempo: Fernán Pérez de Oliva, uno de los hijos mas sabios de Córdoba, leyó ante la Ciudad, en las casas hoy café Suizo, una estensa memoria sobre este asunto, en que espone muchos y curiosísimos datos, como puede verse en la colección de sus obras: en el Archivo municipal, donde tantos y tan interesantes documentos se conservan, hemos visto varios privilegios de los Reyes D. Sancho, D. Fernando el Emplazado y Don Alfonso XI, mandando á los dueños de corrales y azudas dejasen el paso franco á los barcos, sin peligro para sus conductores: en 1559 se dieron unas ordenanzas para los barcos, y ya por este tiempo, apenas serviría el rio, cuando Felipe II dá una pragmática tratando de hacerle navegable, idea que nunca se abandonó, toda vez que en 27 de Abril de 1621 se mandó que todos los dueños de las azudas abrieran en ellas pasos para los barcos, con cuatro varas de ancho y dos de fondo; en 23 de Diciembre de 1626 nombró el Rey un Superintendente especial para los trabajos de navegación, y se señalaron los pueblos que habían de contribuir á su costo y los arbitrios de que dispondrían; en 12 de Abril de 1629 la Ciudad de Córdoba autorizó á una comisión de Veinticuatros y Jurados para que tomasen á censo cierta cantidad con destino á los gastos de las obras del rio; el espresado Superintendente publicó en Sevilla un bando, fecha 30 de Junio de 1768, en que obligaba á todos los dueños de terrenos contiguos al rio, á que rosasen el taraj y demás maleza que habían obstruido el camino necesario para la silga de que antes hablamos, y operación en que la Ciudad gastó 15.381 reales 17 maravedises, por lo que correspondió á sus valdíos; por último, en nuestros tiempos se hicieron los estudios de que antes hablamos. Sin embargo de todo lo expuesto, creemos que, lejos de pensarse en la navegación del Guadalquivir, deben utilizarse sus aguas en canales de riego, como convendría hacer con casi todos los demás rios de España, aumentando por este medio el valor de los terrenos que recibieran tan gran beneficio.

En el término de Córdoba, cortan también el rio varias azudas ó represas para los molinos harineros, que la surten casi en totalidad de las harinas necesarias, aun cuando hoy existe una máquina de vapor próxima á la estación del ferro-carril, y se hace gran consumo de las que vienen de Castilla; aquellos son los siguientes: Alboláfia, Escalonias, la Alegría, Casillas, Jesús María ó de Enmedio, Salmoral, Pápalo-tierno, San Antonio, San Rafael, Martos y los de Lope García; también tiene dentro de este término diferentes vados, que toman los nombres de las heredades cercanas, y son los de las Quemadas, del Haza de la Monja, Lope García, del Adalid, de que volveremos á hablar, Casillas y la Reina, y por cima del Arenal hay una gran barca, cuyos derechos de pasage se arriendan, y facilita el paso de la sierra á la campiña hacia el camino de Castro. El trayecto entre el puente y la azuda de Martos, es conocido por el Tablazo de las damas, porque es el sitio que han elegido siempre las cordobesas para sus baños y sus paseos en las pequeñas barcas que aun sirven para aquellos, y como medio de comunicación entre Córdoba y el barrio del Espíritu Santo. Esta parte del Guadalquivir ha sido muchas veces destinada á festejos públicos, efectuándose las regatas, que en otras partes llaman tanto la atención de los forasteros; se han figurado combates navales, atacando desde los barcos á un castillo formado sobre otros dos unidos y sujetos con un tablado encima; otras veces se ha figurado tomar algunas al abordaje, y otras han pasado muy de prisa para alcanzar algunos objetos colgados en diferentes puntos, dando lugar á que varios mozos tomen un inesperado baño, que á veces ha puesto en peligro sus vidas; tal sucedió en 1651 en las fiestas que se hicieron para celebrar la colocación del San Rafael que está á la mediación del puente.

Péscanse en el Guadalquivir muchas clases de peces, algunos muy grandes y otros muy buenos, habiendo ocasiones en que se han cojido sollos, aunque esto se ha considerado siempre como una rareza.

También se ha utilizado este rio en muchas ocasiones para el trasporte de las maderas de Segura hasta Sevilla, operación que siempre ha llamado mucho la atención, llevando á sus orillas multitud de curiosos, como ha sucedido en el presente año, 1876, que han bajado unas setenta mil traviesas para la empresa del ferro-carril de Málaga.

Unas veces las recias y continuadas lluvias, y otras el deshielo en la provincia de Jaén, han hecho que el Guadalquivir aumente sus aguas de tal manera, que ha puesto en gravísimos peligros á los vecinos del Campo de la Verdad; de estas crecientes ó riadas, como las llaman en Córdoba, citaremos las que encontramos anotadas en algunos manuscritos que hemos podido registrar.

En 1481 anduvieron los barcos por las calles de los Lineros, la Curtiduría, la Fuensanta y puerta del Puente.

En 1544 sucedió lo mismo, y además entró el agua en varias bodegas del Campo de la Verdad, causando considerables pérdidas.

En 1554, fué tan grande la creciente, que rompió por el murallon de San Julián, dejando aislado el barrio del Espíritu Santo, tanto por la espalda como por la conclusión del puente: hubo por consiguiente algunos barcos en diferentes puntos de la ciudad: aquellos vecinos se asustaron tanto, que sacaron sus muebles y los pusieron sobre carretas en el alto que forma la parroquia.

En 1604 sucedió lo mismo que en la anterior; en esta ocasión, se cojían muchísimos peces, algunos de veinticinco libras de peso.

En 1618 anduvieron también los barcos por la Fuensanta y la calle de Lineros.

En 24 de Enero de 1626, entró el agua á cubrir la plazuela de las Cinco calles [esquina Lineros, Carlos Rubio, Muchotrigo...], donde hubo barcas sacando los muebles de algunas casas.

El año 1684, es sin duda uno de los que mas hicieron subir el rio, y en el que, á no venir la lluvia á intervalos, se hubiera desbordado, inundando gran parte de la población, puesto que, se sufrieron catorce avenidas, siete hasta la mitad de los molinos, y las otras siete en esta forma: del 19 al 25 de Diciembre de 1683 llegó el agua á lo alto de los molinos de enmedio; á 28 de dicho mes, quitó un cuchillete ó entibo del puente y se llevó varias cruces de un calvario que había al principio del camino de Castro; el 3 y 5 de Enero del 84 se llevó las cruces que habían quedado; el 22 del mismo año, hundió el arco del puente en que faltaba el cuchillete y se llevó la mitad de la casa ermita de San Julián que estaba del lado allá de aquel barrio; en 5 de Febrero cubrió el molino de enmedio, bajando en el mismo dia; al siguiente subió mucho mas, y entre la infinidad de objetos que pasaron, fué un barco que debió recojer en otro punto; en 10 de Febrero se llevó la otra mitad y parte de la ermita de San Julián. La causa de estas avenidas fué la continuación de las lluvias durante tres meses, que tuvieron á los molinos sin funcionar diez y seis dias y á los pobres sin poder trabajar en el campo por mucho mas tiempo, siendo tal la necesidad, que muchos se cayeron muertos en las calles: se dispensó guardar la Cuaresma, y muchos se comían las reses que se morían en el campo, porque el ganado pereció en gran número, tanto, que sus dueños lo ponía á la venta, y llegó el caso de valer una vaca treinta reales y un buey cincuenta; había burros hasta á diez reales y caballos muy buenos á ciento cincuenta, según afirma el popular escritor Martin López, de quien tomamos estos apuntes, quien además cuenta que habiéndose aislado dos veces el Campo de la Verdad, pusieron de Corregidor en él á D. Fernando Villarroel, con un alguacil, y que el primero asistía á misa en aquella parroquia, donde tenía asiento de preferencia: dicho escritor compara este año con el de 1677, en que dice valió una gallina diez y siete reales, el trigo ciento diez, y la cebada á sesenta y seis, que es como si ahora valiese á cuatro veces esas cifras.

En 21 de Enero ele 1687, volvió á subir el rio, llevándose otra parte de la casa ermita de San Julián, la que desapareció del todo en otra avenida en 10 de Febrero siguiente.

En 20 de Noviembre de 1691, hubo otra gran creciente como las ya anotadas, con corta diferencia.

En 1692 llegó el agua á la ventana entre alta y baja que tiene la sacristía de la parroquia de San Nicolás [de la Ajerquía; desaparecida]; el Sacramento se sacó oportunamente y se llevó á la iglesia de la Caridad, hoy Museo [de Bellas Artes]: en esta creciente se perdió por completo la ermita de San Julián [situada al sur de la entrada oeste del puente del Arenal].

En 1693 hubo otra creciente muy considerable.

En 1697 subió el rio hasta las tierras de labor por el lado de la campiña.

En 1698 fué tal la creciente del rio, que no pudiendo salir el agua del barrio de San Lorenzo, se anegó éste y hubo barcos en la calle de la Rejuela y en San Juan de Dios, como dijimos al visitar estos sitios.

En 1739 creció tanto el rio, que se llevó el puente que había cerca de la villa de Palma.

En 14 de Enero de 1751 hubo otra grandísima creciente.

En 1785 hubo una de las avenidas mas grandes que se han conocido, y que causó muchísimos daños en todas las posesiones cercanas al rio.

En 26 de Diciembre de 1821 llegó el agua á la ventana de la sacristía de San Nicolás [de la Ajerquía; desaparecida], y anduvieron barcos por la puerta del Puente, calle de Lineros y otros varios puntos.

Después de la del año 21, han tenido lugar otras grandes avenidas, siendo la mas notable en 1860, si bien no entró el agua en Córdoba, consistiendo principalmente en que, habiéndose destruido el murallon de San Julián, las aguas se estienden por aquel lado, y además en que la calle de Lineros, la salida de la puerta del Puente y otros puntos, están á mas altura que otras veces, por los terraplenes que se han variado. En esta última avenida ocurrió la desgracia de que, habiéndose quedado un pastor aislado, se subió á un árbol, de donde no fué posible bajarlo, pereciendo cuando las aguas llegaron á aquella altura.

En todas las avenidas, algunos vecinos del Campo de la Verdad se ponen en la orilla del rio, y con un gancho atado á una cuerda recojen cuanta leña pueden de la mucha que arrastra la corriente, teniendo algunos la mala costumbre de atarse dicha cuerda á la cintura para hacer mas fuerza cuando el leño es grande, habiendo ocurrido, mas de una vez, el ser arrastrados y sucumbir entre las aguas.

En las reseñas de las crecientes que hemos estractado, se hacen muchas descripciones de haber visto pasar multitud de animales muertos y otros objetos: pero son tan parecidas todas y en general tan pesadas, que hemos creído lo mas acertado hacer solo estas lijeras indicaciones.

Muchas son las víctimas que cuenta este caudaloso rio, puesto que puede calcularse en seis el número anual de los que mueren entre sus aguas, sin retirarnos de las cercanías de Córdoba; por consiguiente, en él trascurso de los siglos suman una cantidad fabulosa; entre otros, debemos anotar, que el 18 de Marzo de 1684, cuando aun estaba el rio bastante alto, quince ó veinte forasteros se empeñaron en pasar la tarde paseando en un barco por el Tablazo de las damas, y sin que se averiguase claramente la causa, aquella pequeña nave se volcó y todos cayeron al agua, salvándose únicamente cinco que pudieron recojer en otros barcos y á fuerza de mucho trabajo: en este mismo año, una mujer, tal vez demente, arrojó por el puente á una hija suya de doce á catorce años de edad, salvándose milagrosamente en la azuda de los molinos inmediatos; éste caso se ha repetido en uno de estos últimos años con otra niña recien nacida, por lo que su madre fué encausada. También se han dado casos de suicidios, arrojándose desde el murallon de la Rivera ó desde el puente, como lo hizo de éste último, en 7 de Diciembre de 1827, un cura y músico de apellido Leiva, natural de Málaga.

Entre el puente y el molino de Albolafia, existen aun multitud de material de guerra que los franceses arrojaron desde San Pelagio, donde tuvieron el Parque de artillería, cuando apresuradamente abandonaron á Córdoba.

En la isleta que forma el rio por bajo de los molinos, fueron quemados algunos de los infelices que sentenció la Inquisición, recien instalada en Córdoba, á ser víctimas de las llamas.

Dos sitios hay en este rio que nuestros antepasados reverenciaban por haber arrojado en ellos á muchos de los cristianos que sufrieron el martirio por defender nuestra sacrosanta Religión: aquellos eran la parte frente á el Campo Santo y huerta del Alcázar, y por cima del molino de Martos. Aunque no en el número de las recientes, ha tenido, sin embargo, el Guadalquivir ocasiones en que, á causa de sus [las] continuadas sequías, ha disminuido su caudal, hasta el punto de no poder funcionar los molinos; tal sucedió en 1683, en que, durante un año, no llovió, escaseando el pan, de tal modo, que hubiera faltado del todo si el Corregidor D. Francisco Ronquillo y Briceño, de quien ya nos hemos ocupado, no hubiese sacado quince mil quinientos treinta y siete reales del producto del vino forastero en la Alhóndiga, para hacer unas cuantas atahonas que moliesen todo el trigo necesario: se hicieron multitud de rogativas implorando el beneficio de la lluvia, sin conseguirla, dando lugar la sequía á que muriese la mayor parte del ganado que tenían los labradores, quiénes consiguieron una provicion, consintiéndoles no empanar mas que la tercera parte de sus tierras: mas, el Corregidor Ronquillo hizo saber á los propietarios de los cortijos, que ellos habían de empanar las restantes, no siendo preciso llevar á cabo ni una ni otra disposición, porque el otoño se presentó muy bien, animando á los labradores, que al fin lograron una siguiente buena cosecha.

Entre Córdoba y el Campo de la Verdad cruza el Guadalquivir el hermoso y fuerte puente de diez y seis arcos, aun existente, y del que se han ocupado tantos escritores, defendiendo unos que es el mismo labrado por los romanos, cuya creencia nos parece la mas acertada, y negándolo otros, afirmando que estaba mucho mas abajo, donde aun se encuentran restos de construcción; la importancia que esta ciudad tuvo en aquellas épocas, nos hace concebir la idea de que tal vez hubiese mas de un puente, y qué esta sea la causa de tan distintas opiniones; siguiendo la mas autorizada, decimos, que éste es el puente que edificaron los romanos y reedificó Hixén I; debajo del quinto arco existe aun una inscripción imposible de descifrar, por tener algunas letras romanas, con otras mas modernas y algunos números arábigos que no es fácil combinar: tiene éste puente ochocientos ochenta y ocho pies de longitud por veintitrés de latitud; entre los arcos tiene unos machones en forma de ángulos, muy agudos, que facilitan notablemente el paso de las aguas, cortándoles su impetuosa corriente. A su estremo Sur, existe aun un hermoso castillo denominado la Calahorra ó Carrahola, que de ambos modos le dicen, y que servía para la defensa de la entrada del puente; labráronla los árabes y formaba dos torres unidas por un arco; debajo de éste tenía la puerta, donde, para ganarla, ya hemos dicho que San Fernando perdió muchos de sus valientes soldados; en dicha forma permaneció hasta 1369, en que, al pasar por Córdoba Enrique II, mandó reparar y ampliar esta fortaleza; cerráronle el arco, ampliaron el edificio por la parte posterior, rodeándolo de muros, y fué preciso dar subida al puente, ampliándolo con una línea oblicua, en la que formaron el último arco, que es de diferente construcción, viéndose por bajo dos, uno el nuevo y otro el que quedó interceptado contiguo al muro del castillo. Después ha debido tener algunas reparaciones que no vemos consignadas; en nuestros tiempos, 1837, se reparó un tanto, y se hizo un lugar por donde se pudiese extraer agua del rio: éste castillo ha servido muchas veces para prisión de los nobles que cometían algunos crímenes; en él estuvieron presos algunos de los moriscos procedentes del reino de Granada. En 1718, el Gefe de escuadra D. Baltazar de Guevara, trajo de Sicilia cuarenta soldados prisioneros de las tropas piamontesas, entregándolos en el Puerto de Santa María á D. Francisco Manriquez Arana, quien consultó al Rey lo que había de hacer con ellos: contestaron que los internase, y los mandó á Córdoba, donde dispusieron acuartelarlos en la Calahorra, si bien no llegaron mas que treinta y cinco, que entregó una escolta de diez caballos al mando del teniente D. Antonio Aquatil: consultado á su vez por el Corregidor D. Juan de Vera Zúñiga y Fajardo, lo que haría con aquellos desgraciados, contestóle, de orden del Rey, D. Miguel Fernandez Duran, que los socorriese y viese el modo de conformarlos á que se agregasen al ejército español, incorporándolos, en el caso de que consintieran, al regimiento de Simbourg, á la sazón en las costas de Andalucía; consiguióse lo que se deseaba, y los treinta y cinco soldados piamonteses fueron entregados en 23 de Noviembre de dicho año al sargento Outoit del regimiento de Guardias Valonas de infantería. En 1779 y 1780, trajeron á Córdoba todos los prisioneros ingleses que llegaban á Cádiz y al Puerto, los cuales eran socorridos con ración y pré en la torre de la Calahorra y en la casa del Conde del Portillo, calleja de Santa Inés, alquilada para este objeto; de las comunicaciones resultan unos quinientos prisioneros; pero en las revistas del Comisario, que originales hemos visto, no pasan de doscientos cuarenta y ocho, lo cual puede consistir en que no se reuniesen todos á un tiempo, pues hay diferentes órdenes de entradas y salidas. En 1781, se declaró en la Cárcel una horrible epidemia de tabardillos, que puso en grave peligro la vida de todos los presos; en vista de esto, y considerando que estando aquella en la Corredera, podía propagarse á los vecinos, se habilitaron la Carrahola y una casa en el Campo de la Verdad, donde eran llevados los enfermos, dando lugar á un gasto de trece mil setecientos ochenta reales, treinta maravedises, que se pagaron de los fondos de Propios y arbitrios. Desde 1808 a 1810 se utilizó también este castillo para prisioneros militares. En 1823 estuvieron presos en aquel sitio muchos de los liberales á quienes persiguieron y fatigaron los realistas. En 1835 estuvo acuartelado allí el provincial de Bujalance, y en muchas ocasiones lo han estado las partidas sueltas que pasaban por Córdoba. En 1836, cuando la venida de la facción de Gómez, se guarneció por nacionales; pero por una cuestión entre ellos mismos, se retiraron al fuerte, de que en otro lugar hablaremos. Por último, una parte de este fuerte edificio ha sido destinado á la escuela de niñas del barrio del Campo de la Verdad, y lo demás está abandonado, deteriorándose, cuando podía dársele algún destino, como por ejemplo el de Museo Arqueológico de la provincia. Esta fortaleza tenía varios cañones ocupando las troneras altas, y en prueba de ello diremos, que en algunas de las relaciones hechas por testigos presenciales del tumulto de 1652, se dice que los alborotadores del barrio de San Lorenzo se llevaron á él los tiros que habia en lo alto de la Calahorra.

A la mediación del puente, vemos una especie de garita de piedra con la puerta tabicada; antes tenía una verja que dejaba ver el interior ocupado por un altar con los Patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, á la que tenían gran devoción; hasta este sitio salían los frailes de San Francisco á recibir los cadáveres de los que eran ajusticiados en el Campo de la Verdad ó entre los molinos. Enfrente de dicho humilladero vemos la dorada imagen de San Rafael, obra del escultor Bernabé Gómez del Rio, que vivió en la calle de los Manriques; colocóse en aquel sitio con gran solemnidad, como ya tenemos dicho, en 29 de Setiembre de 1651, después de la epidemia que tantos estragos hizo en esta ciudad; á sus pies y en una hermosa lápida, tiene una inscripción latina, redactada por el P. Juan Bautista Caballero, de la Compañía de Jesús, y que traducida al castellano es la siguiente:

Al Beatísimo Rafael, grande entre los ángeles, su custodio vigilantísimo: el cual mas há de trescientos años, que en tiempo de Pascual Obispo, y destruyendo la ciudad una peste, predijo que el había de ser médico de tanta calamidad. Y él mismo después, año de mil quinientos y setenta y ocho, reveló al Venerable Presbítero Andrés de las Roelas, las Reliquias de los Santos Mártires y últimamente le declaró, como Dios le había encargado la guarda de Córdoba. Por lo cual para que el debido agradecimiento durase; el Senado y pueblo de Córdoba, atento y piadoso, le levantó esta estatua, de piedra, con gran solicitud de D. José de Valdecañas y Herrera y de D. Gonzalo de Cea y de los Rios, Veinticuatros. Siendo Pontífice Inocencio X, Rey de las Españas Felipe IV, Obispo D. Fr. Pedro de Tapia, Corregidor D. Pedro Alfonso de Flores y Montenegro. Año de 1651.

Los verdaderos amantes de las glorias cordobesas, desgraciadamente hoy pocos, no pueden menos de mirar hasta con cariño, si es posible, esa gran obra que ha visto pasar los siglos y ha sentido en sus arcos la planta de tantos y tantos hombres ilustres como han nacido en Córdoba ó han venido á visitarla: por él han transitado nuestros santos, nuestros poetas y nuestros guerreros; los Califas, los Reyes, Fernando el Santo, Alfonso el Sabio, Sancho el Bravo, Alfonso XI, D. Pedro el Cruel y su hermano D. Enrique, Isabel I y Fernando V, Carlos I, V de Alemania, los Felipes II y IV, y otros varios, y multitud de hombres notables en las ciencias, las artes, las armas y las virtudes, que han desaparecido con el trascurso de los años, mientras esa inmensa mole de piedra combatida por las aguas y la ancianidad, espera conocer nuevas generaciones que aun admiren y elogien su grandeza.

Desde la conquista de Córdoba hasta el presente año, en que se está reparando este puente, bajo la dirección del Ingeniero D. Rafael Navarro, se han hecho en él muchas é importantes obras que han logrado sostenerlo útil para el gran servicio que ha venido prestando; así es, que mirándolo por cualquiera de los dos lados, se vé que la mayor parte de los arcos han perdido su primitiva forma, y aun hay uno que en su mayor parte es de ladrillo; se le han hecho nuevos diferentes arcos en tiempo de D. Pedro el Cruel, de los Reyes Católicos, en el siglo XVII y en el XVIII, en que le compusieron también los trozos de murallas que lo entiban á la salida del mismo: en 1702 se hicieron los dos últimos arcos, bajo la dirección de Tomás Ortega y Francisco Agustín; en 1703 se solaron varios arcos, entre ellos el real vulgarmente hondo, siendo Corregidor D. Francisco Antonio Salcedo y Aguirre, que cuidó mucho de esta obra; otro arco se reedificó en 1705, y por último en 1780, el Ingeniero D. Bernardo Otero le hizo nuevos los pretiles ó antepechos.

Antes de la instalación de los cementerios en despoblado y cuando se edificó la ermita del Smo. Cristo de las Animas, de que muy pronto hablaremos, se hizo costumbre ir á ella en las tardes de los días primeros de Noviembre, vísperas del de los Difuntos, encontrándose entre la concurrencia todos los carruajes de Córdoba: ya hemos dicho que el puente es el único paso que tiene el ganado vacuno de la sierra á la campiña, y éste mal dio lugar, á fines del siglo XVIII, á que una torada se encontrase con toda aquella bulla, de la que se asustaron los toros, desbandándose y ocasionando un verdadero conflicto, pues aun cuando al fin no ocurrieron desgracias personales, los sustos fueron muchos, habiendo persona que regresó á su casa sin sombrero y estropeada; al mismo tiempo dio la casualidad de llegar en una silla de posta el Conde de Floridablanca, que venía del reconocimiento del puente Zuazo, y viendo aquel conflicto, se, marchó derecho á el Ayuntamiento, donde reprendió severamente al Corregidor por su descuido en no precaver lances de aquella clase, y aun hay anciano que dice que poco después fué trasladado de esta ciudad.

El autor de los Casos raros de Córdoba, refiere, que en tiempo del Emperador Carlos V, vino á esta ciudad de regreso de la guerra un caballero llamado D. Pedro Clavijo, el cual trajo un hermoso caballo, mezcla alemán y español, el cual sacó la mala maña de dar multitud de coces en cuanto sentía alguna cosa en las ancas; por aquel tiempo una de las avenidas del Guadalquivir se llevó uno de los arcos del puente; dióse la orden para su reconstrucción, y al efecto hicieron una empalizada en estremo angosta, que no llegaba al otro lado ni cabía por ella sino un hombre para alargar las mezclas: llegó el dia primero de Pascua de Pentecostés ó venida del Espíritu Santo, en que se hacía una gran fiesta en su iglesia de la misma advocación, y por la tarde acudían los cordobeses de paseo al Campo de la Verdad, según costumbre de aquellos tiempos; entre ellos fué D. Pedro Clavijo, montando su hermoso caballo y, creyendo salir al otro lado, se entró por la empalizada, llegando á un punto donde era imposible seguir ni volverse; entonces todos los concurrentes se fijaron en D. Pedro, dándole voces unos para que no entrara, otros para que acudiesen los barcos á salvarlos en caso de caer, y otros para que se arrojase sobre uno de aquellos, dejando el caballo que se matase solo; pero, herido el caballero en su amor propio, determinó, á muerte ó á vida, hacer una cosa que jamás se había visto: hizo al caballo levantarse de manos, rodeólo de pronto y con tal ímpetu, que lo obligó á sentar las manos donde antes tenía los pies, saliéndose de la empalizada por el mismo punto de entrada, al compás de los aplausos que la admirada multitud le prodigaba.

Detrás del barrio del Espíritu Santo, está el ya citado murallon de San Julián, que servía para defenderlo de las crecientes del rio; en este sitio hubo en lo antiguo varios molinos harineros y batanes para los paños, los que desaparecieron por completo, consistiendo principalmente en que, construida la azuda de Martos, quedó la corriente mas mansa, á consecuencia de haber perdido el declive que antes tenía: durante este siglo quedó abandonado dicho murallon y el agua ha socabado el terreno, llevándose gran parte de él, tanto que de un huerto bastante estenso, llamado de Segovia, solo ha quedado la casa que, como otras cercanas, acabarán por arruinarse si antes no se pone remedio, en el que nadie piensa. Llamábase murallon de San Julián por estar cerca de él la ermita dedicada al mismo santo y que ya hemos dicho se llevaron las continuadas crecientes del Guadalquivir; aquel pequeño santuario fué fundado por D. Martin de Ángulo y Contreras, dotándolo con varias capellanías; distaba del rio unos doscientos pasos y era como de unas cinco varas en cuadro: créese que el Sr. Angulo la hizo nueva sobre los cimientos de otra mas antigua levantada para reverenciar aquel sitio, donde debió estar el monasterio de San Cristóbal, fundado dominando aun los romanos, siendo, pues, uno de los primeros templos que los cristianos erigieron en Córdoba: las crecientes del rio han descubierto también en este lugar multitud de restos humanos, hacinados los unos sobre los otros, opinando Feria y otros autores dignos de atención, que aquí tuvieron los romanos el cementerio para la plebe, en el que daban sepultura también á los forasteros y á los ajusticiados, y que, como tales se enterraron algunos de los mártires, cuyas reliquias se estrajeron después por sus mismos amigos y compañeros, que á escondidas los sacaban para llevarlos á las pocas iglesias con que á la sazón contaban.

A poco de pasar el puente, encontramos una ermita de regulares dimensiones, construida toda de cal y ladrillo, dedicada al Smo. Cristo de la Misericordia ó de las Animas, que es á la que dijimos acudía mucha gente á rezar en las tardes vísperas de los dias de Difuntos; otra de igual advocación hemos visto citada en tiempos mas antiguos, situada cerca del machón ó entibo de la azuda de Martos, pero sin detalle alguno: la presente fué fundada en 1760 por un clérigo de menores llamado D. Salvador Salido y Millan, que vivía en una casa que hace rincón en la plazuela del Pozo de Cueto, barrio del Sagrario de la Catedral; á su muerte, en 1816, dejó una magnífica colección de cuadros, esculturas y antigüedades, que se vendieron, y el encargo á sus albaceas de hacer nueva de cal y ladrillo la ermita que mas pequeña había fundado en terreno cedido por el Ayuntamiento, encargo cumplido fielmente por aquellos. El interior es bonito, cubierto con bóveda y cúpula; tiene un solo altar de mármol negro y sobre él una gran urna de talla y en ella un Crucifijo con las Animas al pié y por bajo el Sagrario para cuando había jubileo; en los lados de la iglesia hay cuatro nichos con diferentes esculturas, rodeados de multitud de tablillas de milagros ó ex-votos dedicados por los que han alcanzado beneficios de tan venerada imagen, entre ellos el de que nos ocupamos en la parroquia de San Pedro á el hablar de la muerte del venerable sacerdote D. Francisco de Sales Ramírez, uno de los mártires de la independencia española.

En todo el espacio que hay detrás de la Calahorra, se estableció el Rastro ó mercado de bestias y efectos, en el año 1568, por orden del Corregidor D. Francisco Zapata, del que tantas veces nos hemos ocupado, habiendo ido á menos, hasta que se estinguió, sin que se haya restablecido, á pesar de haberlo intentado en varias ocasiones. En este punto había un gran pedestal con una cruz en lo alto, que le decían del Rastro, como la que hasta 1852, hubo al final de la calle de San Fernando, y mas allá, hacia la parroquia, otra que le decían la de la Pizarra; una y otra desaparecieron, y por último en 1780 quitaron los pedestales á el hacer la carretera, por disposición del Ingeniero D. Bernardo Otero.

Por el lado opuesto al rio, de que no nos hemos ocupado, ó sea por donde arranca el camino antiguo de Montilla y la carretera general, hubo hasta después de la conquista grandes bosques de pinos alerces, de donde se dice fué cortada toda la madera que sirvió para la techumbre de la mezquita y para la mayor parte de los edificios antiguos de Córdoba; hoy solo hay tierra calma de muy buena calidad, y no muy lejos está el cortijo de la Torrecilla, en el que sus dueños los Sres. Torres, han reunido multitud de instrumentos de labranza, dignos de verse, pues no se encuentran tantos ni tan buenos entre todos los labradores cordobeses.

Antes de llegar á las heredades, en el egido, había unos grandes barrancos que se llenaban de agua, y que en el primer tercio de este siglo dieron lugar á que en una noche oscura cayese con su caballo el labrador Barrionuevo, muriendo sin que nadie pudiese socorrerlo.

En la segunda azuda por bajo del puente, en lo que ahora se llama molino de San Rafael, estuvo establecida durante muchos años una fábrica de papel, que vimos funcionar, y la que se suprimió, tanto por su poco producto como porque no pudieron sacarlo con la blancura necesaria, achacándose este defecto á la suciedad de las aguas.

Hemos dado vuelta al barrio del Espíritu Santo, y tornando á su interior, tiempo es ya de decir cuales son sus calles, aunque todas muy cortas, esceptuando la de San Julián que es bastante larga y se llama así porque al final estaba la ermita del mismo título, de la que ya nos ocupamos. Llámase Bajada del puente lo que encontramos al bajar, y sigue el Egido; de Una acera [?]; Mantillo [Mira al río], apellido; Lustre, deribado de Yuste, apellido de un vecino antiguo; Espaldas del Santo Cristo, por estar detrás de la ermita; Horno, por uno de ladrillos; Santo Cristo, por el de las Animas; Rastro [espacio que hoy ocupa el colegio Rey Heredia], por el ya citado anteriormente; Martin López, popular escritor del siglo XVII, que á pesar de ser un labrador de escasos recursos, dedicaba sus ratos de ocio á escribir, aunque con el lenguage propio de su escasa instrucción, hizo unos anales de su tiempo y se le achaca el libro de los Casos raros de Córdoba; Jesús, por una imagen que hubo en la misma; plazuela de la Iglesia, lo que está delante de la parroquia; calle del Arrecife [Acera del Arrecife]; los Lados de la carretera [probablemente Avda. de Cádiz]; Miraflores [Fernández de Córdoba], ignoramos el significado; Rinconada [muy transformada en Avda. Campo de la Verdad], por la figura que forma frente de la parroquia; San Julián [Acera de San Julián], ya anotada; Granada  [Avda. Diputación y Acera de Granada], lo que mira al camino antiguo por donde se salía para aquella ciudad; Acera pintada [comienzo de Avda. de Cádiz], por las fachadas de las casas que ostentaban diferentes colores; Altillo, casi fuera del barrio y un tanto elevado, y por último, el Ventorrillo [zona del actual Hotel Hesperia], por uno que hubo en lo antiguo y cuya casa es conocida por esta palabra.

En todo este barrio solo hemos encontrado dos cosas que nos llamen la atención: un pozo redondo de tanta boca, que llenan en él con diferentes carrillos ocho ó diez casas de la calle del Lustre y demás que forman una manzana, en cuyo centro está aquel, para que todas las espresadas casas estraigan el agua; lo otro es una lápida sepulcral árabe que estaba en una de las casas de la Rinconada y cuya traducción, según el Sr. Gallangos, es la siguiente:

En el nombre de Alláh clemente, misericordioso. Aquí yace Altira, liberta que fué de Alhaquem, á quien Dios haya perdonado. Murió el Jueves á 7 noches andadas de la luna de Chumida, la postrera del año 242, y confesó al morir que no hay mas Dios que Alláh, etc.;

lo demás falta en la inscripción.

Poco después de la guerra civil de los siete años y encontrándose en esta capital la compañía de Francos, conocida por los Migueletes, uno de estos mató á un tabernero que tenía su tienda frente á la espalda de la Calahorra, y el consejo de guerra estuvo tan pronto y rigoroso, que sentenció á el agresor á ser fusilado en el mismo lugar del crimen, como se ejecutó ante ese concurso que siempre viene á ver este tristísimo espectáculo, como si fuesen á presenciar algo menos cruel que el privar de la vida á uno de nuestros semejantes.

Ya saben nuestros lectores, que este barrio está casi rodeado por el rio y que sus vecinos han estado mas de una vez espuestos á morir envueltos en las aguas que los han dejado en completo aislamiento; pues bien, uno de los males que mas han deplorado ha sido lo falta de algunas fuentes, puesto que por aquellos contornos no se conoce mas que un nacimiento de propiedad particular, del que no pueden utilizarse: no sabemos si de este ú otro venero, el Corregidor Zapata, tantas veces citado, hizo en el sitio llamado el Rastro una fuente, que ignoramos cuándo y por qué desapareció; ello es, que después de esta cita no hemos visto nada referente á este asunto, y que los vecinos del Campo de la Verdad venían con sus cántaros por agua al patio de los Naranjos, hasta que en 1854 el Alcalde interino D. Antonio García del Cid, utilizando un pilón adosado al Triunfo y surtido con el derrame de su fuente, hizo otra entre la puerta y el Peso de la harina, dotándola con una paja de agua denominada de la Fábrica, que le cedió la Beneficencia provincial de una casa que aun posee en la calle de San Roque; pero esto no era bastante, porque había necesidad de pasar el puente, sufriendo los rigores de las estaciones para esperar allí largas horas hasta poder llenar los cántaros; por consiguiente, quedó la necesidad por cubrir y las diarias reclamaciones tan apremiantes como lo venían siendo, pues aun cuando las promesas se repetían también, nunca los deseos se veian cumplidos; por fin, el Ayuntamiento presidido por D. Juan Rodríguez Sánchez, [1874] accedió á las proposiciones de éste, y aumentando con otra paja la dotación de la espresada fuente, se llevó por tubería de plomo por el puente y se hizo una nueva fuente á un lado del arrecife, formando un sencillo pedestal con dos caños que van á llenar otros dos pilones que de aquel arrancan en opuestas direcciones; mas, como el barrio tiene bastante vecindario, no es lo suficiente para surtirlo de agua potable, y debieran adoptarse todos los medios posibles para aumentarla.

En otra población mas amante de su embellecimiento, el Campo de la Verdad sería un lugar amenísimo, donde muchas personas irían á pasar el día ó á pasear por las tardes: los grandes terrenos de que dispone allí la Municipalidad, podían estar cubiertos de hermosos bosques que bajaran hasta las orillas del rio por uno y otro lado, donde las alamedas, no solo embellecerían aquel sitio, sino que darían algún producto, aun cuando no fuese mas que para sostenerse y guardarse: los álamos y mimbreras en profusión, hubieran evitado también la desaparición del murallon de San Julián y las grandes pérdidas sufridas por algunos propietarios; mucho podía hacerse aun, pero no vemos ni remota esperanza de que se realice, y tal vez algún dia lloremos nuevas é irreparables pérdidas, cuando las aguas del Guadalquivir invadan toda aquella zona.

De este barrio arranca, como hemos dicho, la carretera general para Sevilla, construida en el reinado de Carlos III; antes de llegar al puente que denominan Viejo, por ser anterior á el arrecife y que deja paso al rio Guadajoz, denominado vulgarmente Bajosillo, hay un sitio que todos conocemos por los Visos, porque desde él se divisa la ciudad, presentando una hermosa vista; vésele recostada en la falda de Sierra Morena, salpicada de preciosas casetas, y por delante y semejando una ancha cinta de plata, se vé correr el Guadalquivir, en el que reflejan de noche las brillantes luces que aun la hacen mucho mas poética y hermosa: este sitio, donde en mas de una ocasión ha esperado el Ayuntamiento de Córdoba á los reyes que por ese lado han venido á visitar la antigua corte de los Califas, nos hace recordar un hecho consignado en nuestra historia y harto funesto para los cordobeses.

Cuantos tienen conocimiento de la Historia de España, saben las diferencias que surgieron entre el Rey D. Alfonso el Sabio y su hijo el Infante D. Sancho, después el cuarto, y la parte que la ciudad de Córdoba tomó á favor del segundo, á quien la mayoría del pueblo y la nobleza prestaban su mas decidido apoyo: en favor de D. Alonso vino á España Jacob Abenjucef, quien le pidió mil caballeros escojidos para guerrear contra el Rey de Granada que prestaba auxilios á D. Sancho; entonces fué designado D. Fernando Pérez Ponce, uno de los mas notables guerreros de su tiempo, poniendo á sus órdenes seiscientos combatientes, quienes después de combatir, como se les tenía prevenido, se disgustaron con Abenjucef, determinando separarse de sus huestes y volverse á Sevilla, residencia de D. Alfonso el Sabio; á su regreso debían pasar cerca de Córdoba, y como esta ciudad estaba tan decidida á favor de D. Sancho, quisieron, en mal hora, aprovechar ésta ocasión de darle una prueba del mucho cariño que le profesaban, y al efecto determinaron salir á cortar el paso de D. Fernando Pérez Ponce y la poca gente que mandaba; los escritores sevillanos ponderan el número de los cordobeses que salieron á este encuentro, haciéndolo subir á diez mil, cifra en estremo exajerada, pues no es posible que en este caso hubiera tenido tan mal éxito la empresa. La gente que salió de esta ciudad era mandada por D. Sancho Martinez de Leiva, Merino mayor de Castilla; Fernando Arias Messia, Alcalde mayor; Fernando Nuñez de Temez, Alguacil mayor, y Fernando Enriquez Portocarrero; en los Visos, de que estábamos hablando, encontráronse al fin unos y otros, y aun cuando D. Fernando Pérez Ponce quiso evitar la batalla, le fué de todo punto imposible, y trabóse una de las mas sangrientas que han tenido lugar por estos contornos, rivalizando ambas huestes en valor durante el mucho tiempo que unos y otros pelearon desesperadamente; al fin los de Córdoba tuvieron que ceder por haber muerto su principal gefe Fernando Nuñez de Temez, Alguacil mayor, á quien sus contrarios cortaron la cabeza, llevándola con el pendón de esta ciudad á Sevilla, como trofeo de su victoria; mas no por esto quedaron tan bien parados los de D. Fernando, toda vez que sucumbieron en tan sangrienta lucha D. Rodrigo Estevan de Toledo, Alcalde mayor de Sevilla y Vasco Martinez Pimentel, Merino mayor de Portugal, que había venido á Castilla á servir á D. Alonso con doscientos cincuenta caballos á su costa, y fué de los designados para el auxilio pedido por Abenjucef, encontrándose por lo tanto en esta acción, donde se entusiasmó de tal manera, que se entró por el sitio en que había mas enemigos, á cuyo esfuerzo sucumbió; su cadáver fué llevado á Sevilla, sepultándolo en el convento de San Francisco, desde donde lo trasladó á Portugal su hijo Alfonso Vázquez Pimentel, que también se encontró en la batalla de los Visos.

Como hemos indicado, los escritores que han hablado de este hecho de armas y particularmente D. Diego Ortíz de Zúñiga, le dan grandísima importancia á favor de los sevillanos, y si bien no les negamos lo primero, no estamos conformes en cuanto á lo segundo, porque la mayor parte de los que venían con Pérez Ponce, no eran de aquella ciudad, entre ellos los doscientos cincuenta portugueses y casi todos los demás pertenecientes á la Mesnada del Rey; y hasta estamos inclinados á creer que entre ellos se hallarían muchos de los mismos cordobeses que, ya por el enlace de familias nobles ó ya por ser fieles á D. Alonso, se encontrarían agregados á su corte. El arrojo de los de esta ciudad tuvo un doble mal éxito, tanto por el de la batalla, como por no ser del agrado de D. Sancho, quien después; cuando vino á Córdoba, dijo á sus principales amigos «que bien habían merecido recibir aquel desengaño, por salir á pelear contra el pendón de su padre, contra el cual bien sabían que jamás el había peleado.»

D. Fernando Pérez Ponce, de quien descendían los Cabreras y otras nobles líneas de Córdoba, era primo del Rey D. Alonso y el vasallo y amigo mas fiel durante la vida de aquel sabio Monarca, de quien después fué testamentario: Sancho IV, lejos de guardarle rencor ó antipatía, agradeció sus grandes servicios como prestados á él mismo, conservándole todas sus preeminencias y confiándole además el cargo de Ayo de su hijo D. Fernando, después el Emplazado, y el de Adelantado mayor de la frontera, dándole otras muchas pruebas de su afectuoso cariño y visitándolo repetidas veces en su última enfermedad en Jerez, donde acompañó su cadáver hasta dejarlo sepultado en la iglesia del Salvador de aquella ciudad: D. Diego Ortiz de Zúñiga, el Comendador de Zorita y el P. Ruano, aseguran que este ilustre personage es á quien Don Alonso dedicó los versos, cuya primer estrofa es la siguiente:

«A tí Fernan Pérez Ponce el leal,
Cormano, y amigo, y firme vasallo,
lo que á mios omes de vista les callo,
entiendo decir, plañendo mi mal:
á tí que quitaste la tierra, é cabdal,
por las mias haciendas en Roma y allende,
mi péndola vuela, escochala dende:
ca grita doliente con fabla mortal.»

En el trascurso de nuestros paseos nos hemos ocupado detenidamente de la muerte que mandó hacer el Rey D. Pedro en varios caballeros cordobeses y la indignación que en todos ellos había producido tan infame é injustificado proceder; ya saben nuestros lectores que en la plaza del Salvador fueron decapitados Pedro de Cabrera y Fernando Alfonso de Gahete, que en una noche hizo matar aquel cruel Rey á diez y seis caballeros cordobeses, y por último las órdenes que dio al Maestre D. Martin de Córdoba para la muerte de otros amigos y deudos suyos, con la demolición de sus casas, que se llevó á cabo en las de los Menas [Mesías], Hoces, Argotes y otros, no cumpliéndose la primera parte de la orden porque el Maestre avisó á los sentenciados á morir, lo que le valió una gran persecución, que no logró entibiar su acrisolada lealtad, hasta que murió en Sevilla después de haber defendido en Carmona á las hijas de D. Pedro. En 1367 tornó D. Enrique de Francia con poderosas fuerzas, y entrando en Castilla, fué proclamado en Burgos como legítimo Rey, declarándose á su favor toda la nobleza, y mas decidida que toda, la de Córdoba, arrastrando á el pueblo que, como ella, habia presenciado y no olvidado los infames atropellos de que esta ciudad fuera víctima.

La decidida actitud de los cordobeses provocó, como era de esperar, mucho mas las iras de Don Pedro, y temerosos de que intentase en ellos nuevos y sangrientos castigos, llamaron en su ayuda al Maestre de Santiago, D. Gonzalo Mecía, D. Juan Alfonso de Guzman, después primer Conde de Niebla, D. Alvaro Pérez de Guzman, Alguacil mayor de Sevilla y D. Pedro Ponce de León, que fugitivos se encontraban en Llerena con el Maestre cordobés, amante de su patria, á la que no titubeó en socorrer, entrando en ella con quinientos caballos dispuestos como todos los vecinos de la ciudad á morir primero que dejar á D. Pedro entrar á ejercer nuevas crueldades. Este, á su vez, no perdonaba medio, por bajo que fuese, por saciar su corage, y después de juntar mil quinientos caballos y seis mil infantes, pidió mas socorros al Rey moro de Granada, prometiéndole el dominio de Córdoba, con cuya oferta vino él en persona con siete mil caballos y ochenta mil infantes, de los cuales doce mil eran ballesteros.

Aun cuando todos los cordobeses, sin esclusion de edades ni sexos, contribuyeron cada cual como pudo á la defensa de la ciudad, es oportuno anotar quienes fueron los caballeros que estuvieron á la cabeza de aquellos valientes, y á quienes nombran en el privilegio de franqueza que en premio á su valor concedió A Córdoba D. Enrique, en Burgos, á 6 de Noviembre de 1367: estos fueron D. Alonso Fernandez de Córdoba, Señor de Montemayor; su primo D. Gonzalo, Señor de Cañete; Diego Fernandez de Córdoba, Señor de Chillon; Lope Gutierrez de Córdoba, Martin Alonso, Diego Alfonso de Montemayor, Diego Gutiérrez de los Rios, Alfonso Tellez de Saavedra, Garci Fernandez de Córdoba, Gimeno de Góngora, Garci Méndez de Sotomayor, Garci Lopez, Pedro Lopez, Pedro Gonzalez de Frias, Bartolomé de Bocanegra, Fernando Armijo de Sousa, Juan Sanchez de Frias, Pedro Alfonso de Rueda, Suero García de Sotomayor, Fernando Perez de Harana y Juan Gutiérrez de Montoya.

Salió el Rey D. Pedro de Sevilla, y reuniéndose con el de Granada, llegaron á las cercanías de Córdoba, acampando sus ejércitos en los Visos, desde donde habían de intimar la rendición á los bravos defensores de esta ciudad; mas, anticipándose estos mandaron varios emisarios á conferenciar con Don Pedro, haciéndole presente, que si prometía entrar solamente con los cristianos que tenía á sus órdenes y respetar las vidas y haciendas de todos los cordobeses, franca tenía la entrada; pero que si no empeñaba su palabra, resistirían cuanto su valor y sus fuerzas permitieran: oida esta proposición prorumpió D. Pedro en desaforados gritos, insultando á los emisarios y diciéndoles que ni un acto de perdón habian de ver cuando, muy pronto, los hubiera vencido. Tal era la confianza que aquel cruel Monarca tenía en su ejército, y tal el deseo de castigar horriblemente á los que habían abrazado la causa de su hermano D. Enrique.

Apenas habían regresado los emisarios á la ciudad, cuando un general árabe llamado Abenfulos, después Rey de Marruecos, seguido de parte del ejército de Granada, sitió y ganó el castillo del puente ó Carrahola, y pasando adelante hacia las murallas del barrio llamado Alcázar viejo, les combatió tan reciamente, que abrió en ellas seis portillos y puso sus pendones sobre las almenas: entretanto oíase el plañidero son de todas las campanas, y las iglesias se veian llenas de sacerdotes, mujeres, niños y ancianos que, contristados, rogaban por el triunfo de sus defensores: un rasgo heroico de las damas cordobesas, á quienes siguieron gran parte de las demás del pueblo, contribuyó en gran manera al éxito de la defensa; soltáronse los cabellos, vistieron humildes tráges, y saliendo por las calles, suplicaban á todos los hombres que corrieran á morir á manos de los sitiadores antes de verlas entregadas con sus hijos en manos de los enemigos de su religión y su patria: todos entonces encomendaron su dirección, al Adelantado mayor de la Frontera D. Alonso Fernandez de Córdoba, de quien algunos por envidia ú otras causas hicieron desconfiar, diciendo estar de acuerdo con D. Pedro, á quien entregaría la ciudad; esta calumnia llegó hasta su madre D.ª Aldonza López de Haro, y dice la tradición que cuando pasaba armado por la hoy calle de Torrijos ó Palacio, le salió aquella al encuentro diciéndole á grandes voces, que se murmuraba su intento de entregarlos al Rey, y que tuviese entendido que en el linage de los Haros jamás hubo traidor alguno; D. Alonso se bajó del caballo, y después de besarle la mano con el mayor cariño, contestóle:— Señora, al campo vamos y allí se verá la verdad; — otros afirman que D.ª Aldonza dijo: — Por la leche que mamaste de mis pechos, que no entregues la ciudad, — y que habiendo ocurrido esta escena frente al postigo llamado de la Leche, le quedó entonces este nombre; pero el origen es otro, como en su lugar diremos, y por consiguiente carece do fundamento esta creencia.

D. Alonso siguió su marcha, y poniéndose al frente de todos los defensores de Córdoba, acudió primero á el Alcázar viejo, de donde, ayudados hasta por las mujeres con picas y palos, arrojaron á los moros de las murallas, quitándoles sus pendones y arrollándolos hasta mas allá del puente, quedando muchos tendidos en todo aquel largo trayecto, donde dicen que los piconeros de San Lorenzo con sus hoces y hachas cortaron á muchos las cabezas: esta acometida fué tan recia, que hasta logróse recuperar el castillo de la Carrahola que, como hemos dicho, habían ganado. Ya en el puente volvióse D. Alonso á sus valerosos amigos y les dijo que desde allí se volvieran los que no quisieran seguirle, porque no les restaba mas remedio que vencer ó morir: todos lo siguieron y él, para quitar toda esperanza, mandó volar dos arcos del puente, quedando incomunicados con la ciudad. Si grande había sido la lucha, mayor aun lo fué desde este momento, pues arremetiendo en el campo contra las huestes de los reyes aliados, los llevaron acosados hasta gran distancia, causando en ellos grandísimos estragos: D. Alonso y los suyos se volvieron á Córdoba, repasando el rio hacia el murallon de San Julián, por el vado que desde entonces se llama del Adalid. Cuenta la tradición, que la noticia de tan horrible derrota llegó al Rey moro cuando estaba cenando en una casita donde se hospedaba, y que al oir aquel relato, esclamó en estremo conmovido: — ¡Amarga cena me han dado!— de donde viene el nombre del cortijo que todos conocemos con este título, á dos kilómetros de distancia de esta ciudad.

Los sitiadores arrollados, pero no convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, acamparon antes de llegar á los Visos, en tanto que los sitiados remediaron los daños causados en las murallas del Alcázar viejo, reforzaron la defensa del puente y se entregaron á mil muestras de júbilo por la victoria alcanzada en aquel dia. Al siguiente se presentaron los enemigos á vista de la ciudad, á la que no se atrevieron á atacar temerosos de un nuevo descalabro. Algunos dias permanecieron amenazando á los cordobeses, hasta que, convencidos de su impotencia, marchóse D. Pedro á Sevilla, en tanto que el Granadino se corrió hacia Jaén, cuya ciudad conquistó, haciendo grandísimos estragos en otras muchas comarcas.

Desde entonces el Campo de la Verdad lleva este título, recordando á Córdoba una de sus mayores glorias. El Obispo D. Andrés Pérez Navarro, en unión del Cabildo, concedieron á Don Alonso Fernandez de Córdoba el patronato de la capilla de San Pedro para su entierro y el de sus descendientes, y el Pontifico en sus bulas le llamó El Restaurador de la cristiandad en España.

Durante el fragor de la batalla las cuatro campanas mayores de la Catedral estuvieron tocando rogativa y en el dia siguiente y noche doblaron por los que tan gloriosamente murieron en ella: entonces fué cuando el Obispo Navarro ofreció que aquellas campanas y particularmente la segunda denominada hoy de la Cepa, doblaría también á todos los descendientes de los que con tanta decisión y acierto habían dirijido el triunfo de las armas cordobesas; oferta que el Cabildo Eclesiástico confirmó en Noviembre del mismo año, 1368, si bien los espresados descendientes habían de serlo por línea recta ó de varón; pero en 29 de Diciembre de 1504 lo reformó, concediéndolo también para los descendientes por hembra. El doble de Cepa continua recordando á los cordobeses la memorable batalla del Campo de la Verdad, y para obtenerlo se necesita que tres individuos, con derecho reconocido, lo pidan al Sr. Dean de la Santa Iglesia Catedral, prestando juramento de que les consta ser el finado de los descendientes de aquellos valerosos hijos de Córdoba: algunas familias, deseosas de que espresado privilegio tenga mas lucimiento, al par de obtener el permiso para el doble de Cepa, hacen una esposicion al Sr. Provisor pidiendo que las demás iglesias acompañen con sus campanas á las de la Catedral; pero otros se contentan solo con lo primero, cuyos derechos son de poca importancia.

Con el recuerdo de la batalla del Campo de la Verdad concluimos nuestro paseo por aquel barrio, restándonos solo el de la Catedral; mas, deseosos de que nuestros lectores conozcan la historia de algunos otros sitios dignos de mencionarse y que están repartidos por el término de Córdoba, haremos su historia, con la que terminaremos el presente tomo de nuestros paseos.

 

 

 

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