01 - Paseo por el barrio de la Magdalena

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PASEO PRIMERO

Barrio de la Magdalena

 

SE HA RESPETADO LA ORTOGRAFÍA ORIGINAL

 [entre corchetes subsanación de las erratas corregidas en la edición original de 1873]

 [entre corchetes y tamaño menor de letra, comentarios añadidos en la edición actual de la RMBCO]

 

 

 

No se me oculta la estrañeza de mis lectores, al ver que cuando principio á escribir mis Paseos por Córdoba, consignando en este libro lo notable que hay en cada barrio y la multitud de tradiciones, ya históricas ya fantásticas, y las noticias recogidas referentes á cada uno, principie por el de la Magdalena, que no es ciertamente ni el mas importante ni el que llamará mas la atencion del lector; mas éste me dispensará tal preferencia, al saber que en él tengo mi domicilio y muchas de mis mas entrañables afecciones, facilitándoseme así, la mas pronta copia de datos tan necesarios para esta clase de trabajos. Sin embargo, es uno de los barrios mas numerosos en vecindario y que ha contado y cuenta con mas edificios públicos; por lo tanto, no tan despreciable que deje de merecer aquella predilección, pues, si bien no es de los mayores intramuros, cuenta con una gran parte del término de Córdoba, en la que están enclavados varios conventos, ermitas y hospitales y el célebre puente de Alcolea donde en el presente siglo han tenido lugar dos grandes hechos de armas á cual mas trascendental y ambos llamados á ocupar un lugar en la historia de nuestra patria.

Es evidente, que Córdoba fué de las primeras ciudades de España que proclamaron la Religión del Crucificado : á seguida se empezaron á fundar iglesias, donde los católicos se entregaban á la oración, y aun hay memorias de que no solo se fundaron las parroquias, sino contiguos á ellas, asilos de emparedadas, título de una especie de monjas, con mas austeridad y penitencias de las que conocemos.

Es probable, que la Magdalena date de aquel tiempo y sea la iglesia que titulada la Encarnación, existía cuando los árabes la conquistaron, continuando en ella los cristianos, si bien vieron con dolor, desmochar su torre, como hicieron con todas las demás existentes en Córdoba. Confusa aparece esta opinion, de varios autores además de nuestra; pero sí es cierto, que San Fernando erigió catorce parroquias y una de ellas fué la de Santa María Magdalena. Su exterior es gótico bizantino, conforme al gusto de aquella época; demuéstranlo sus tres puertas, si bien la principal fué macisada, tanto porque dá al lado de menos tránsito, como por el deseo de trasladar el coro que estaba en el centro de la iglesia. Su primitiva torre, era un campanario de raquítica forma ; fué derribado siendo obispo de Córdoba el ilustrado Señor D. Antonio Caballero y Góngora, para sustituirlo con la actual torre, que nada tiene de gallarda, ni de gusto en su arquitectura, ocupando el mismo sitio que la antigua, por lo que, mientras se construyó, estuvieron las campanas colgadas de unos maderos atravesados en el pequeño patio que dá entrada de la calle á la sacristía. En su interior nada ha quedado de su primitiva arquitectura: los muros están embadurnados por la cal y las cornizas por un azul de malísimo gusto, así como á su antiguo artesonado, lo ocultó una bóveda moderna que nada de particular presenta á la vista.

Han sido segregadas de la iglesia las capillas colaterales, una para ampliacion de la sacristía, y otra para atarazana á donde bajan las cuerdas de las campanas; en cambio, hay en la nave del evangelio, dos capillas que, tanto en el interior como en el exterior, denotan ser mucho mas modernas que lo demás del templo. El altar mayor, mas bien parece una urna que un retablo: se reduce á una gran cenefa de talla dorada, al rededor del camarin, en cuyo centro y sobre el manifestador ó tabernáculo, se vé una gallarda escultura de la Magdalena penitente, cuyo autor no hemos podido averiguar, y á los lados otras dos de regular mérito, que representan á Sta. Lucía y Sta. Bárbara. Todo esto estuvo á punto de ser devorado por las llamas, al anochecer del dia 28 de Mayo de 1872, estando cubierto por un altar provisional, para la celebracion del Mes de María ó flores de Mayo ; empezó á arder á un descuido de un niño encargado de encender unas harañas [arañas]; quemóse la Vírgen y sus adornos, no comunicándose á lo demás por la prontitud con que todos acudieron. En el tabernáculo hay casi siempre una Purísima de talla que, así como parte de la colgadura de este templo, son procedentes del hospital de San Bartolomé.

La capilla mayor es patronato de los Sres. Díaz de Morales, quienes para su enterramiento tienen un hueco que la coge casi toda, y el cual en su interior, nada notable ofrece en cuanto á su construcción: en él yacen los restos del capitán de navio Sr. D. Francisco Diaz de Morales y Gonzalo de Sousa, los de su esposa la Sra. D.ª María Josefa Victoria Bernuy, que antes estuvo casada con el Sr. Marqués de Sta. Marta, los de su nieto el Sr. D. Francisco Gutierrez de los Rios y Diaz de Morales, magistrado que fué en Filipinas y los de otros muchos individuos de esta ilustre familia, de la que nos ocuparemos en otro lugar. Cierra dicha capilla una verja de hierro fundido, colocada en el año 1872 en sustitucion de otra, que había sobre las gradas delante del altar, la que formaba dos medios púlpitos, donde leian la epístola y el evangelio.

Los altares colaterales, también de talla dorada de mal gusto, tienen una Concepcion y un San José de quienes cuida una antigua cofradía, muy corta de individuos, si bien por sus estatutos de limpieza de sangre y con enterramiento propio en un hueco delante del primer altar: celebra á su titular en su dia y aplica ocho misas por los cofrades que fallecen, únicos cultos que cubre con sus escasísimos recursos.

En la nave del evangelio, vemos, primero, la capilla de la Vírgen de los Dolores; también tuvo hermandad con enterramiento en un hueco bajo el arco de entrada. Es de patronato de los Armentas, á quienes representan los Sres. Marqueses de Valdeflores, por haberla fundado en 1413, Alfon de Armentia que, con su padre Gonzalo, vino de la villa del mismo título, á la conquista de los moros de Andalucía y murió en 1423, enterrándolo en éste sitio que destinó para él, su muger D.ª Urraca Martínez de Sotomayor y todos sus descendientes. En el presente siglo se han puesto en esta capilla otros dos altares, uno con el Cristo de las Tribulaciones, que se veneraba con gran devocion en la iglesia de San Antonio Abad, á la izquierda del Hospital de San Juan de Dios, y otro con la Vírgen de los Remedios, que se trasladó con su cofradía desde la iglesia del Hospital de San Bartolomé, cuando por ruinosa fué derribada en 1861. La espresada capilla, sirvió de sagrario hasta que la cofradía del Santísimo, cuyas reglas fueron aprobadas en 20 de Noviembre de 1520 por el Obispo D. Pedro Manrique, contando con fondos suficientes, labró la que hoy tiene con enterramiento para sus cofrades, toda ella revestida de madera azul, con adornos dorados de mal gusto y formando cúpula: en su único altar tiene un Crucifijo de tamaño natural, imagen un tiempo de gran devocion para los vecinos de este barrio, tanto, que en 27 de Febrero de 1650, cuando en Córdoba sufrieron la gran epidemia del landre, en que fallecieron mas de catorce mil personas, lo sacaron en procesión en unión de San Juan de Dios, de su hospital, y San Pedro Tomás, del Carmen, para llevar á los infestados un regalo ó donativo, con que los vecinos de la Magdalena quisieron contribuir á su alivio; consistió en diez carretadas de leña, otra de romero, cuatro cargas de id., ciento catorce gallinas, ciento ocho fanegas de trigo, sesenta espuertas de pan, veinte y cuatro carneros, dos espuertas de alhucema, veinte y siete canastos con huevos, cuarenta salvillas con vizcochos y vizcotelas, una carga de vino, ocho garrafas de id., dos jamones, ochenta y ocho salvillas con hilas y vendages, dos cargas de naranjas y limones, veinte y siete camisas, doce vestidos de hombre, dos pares de medias de lana, diez espuertas de granadas, ocho pomos de agua de olor, seis botes de manteca de azahar, cuatro macetas de jabón, diez y seis fuentes de ojuelas, cinco canastos con garbanzos, y dos esportones con jarros de la Rambla.

Hecha la anterior digresión, diremos que los chicos del barrio, á imitacion de los de otros, se juntaron é hicieron una póstula y en 10 de Abril del mismo año, les llevaron en procesión, á los espresados enfermos, cuarenta y seis vestidos de muger y cuatro de hombre, ocho sombreros, dos esportones con treinta hornazos, cuatro salvillas de hilas, cuatro espuertas de pan, dos canastos con huevos, dos salvillas con panesitos de San Nicolás y una carga de naranjas.

Volvamos á la descripcion de la iglesia de la Magdalena que, aunque parece demasiado minuciosa, no deja de tener interés, y mucho mas, cuando tal vez no esté lejos su desaparición. A los pies de la nave referida, se vé una puerta, media en la pared y media en el suelo: por ella se baja á un panteón con gradas de mármol negro y rodeado de bovedillas; está fuera del templo, ó sea, debajo del alto que forma en la plazuela á un lado de la puerta; era enterramiento general, y cuando se llenaba exhumaban los restos y los colocaban en el osario; este era un corralito á espaldas de la sacristía, con una pequeña puerta á la calle: hoy está limpio. Al lado de la puerta del panteón, hay un altar con una muy antigua imagen de San Bartolomé, que era la que estaba en el retablo mayor del hospital de su advocación, ya citado. En este lugar estuvo la capilla de las Animas, y allí se conserva el hueco ó enterramiento de sus cofrades; el altar fue trasladado á la nave de la epístola, cerca del cuarto de las campanas, teniendo un cuadro, muy mediano, con un Crucifijo y las Animas al pié. Al lado hay otro retablo moderno, hecho siendo Rector de esta parroquia D. Juan Manuel Olivares, para colocar una escultura que representa á San Antonio Abad, que estuvo en el hospital que ya hemos dicho; cuida de esta imagen el gremio de trabajadores de cáñamo llamados los casilleros, quienes costearon dicho altar: todos los años le hacen una solemne fiesta en su dia, con dos de jubileo, para lo cual reúnen sus limosnas y el producto de unos panecillos que venden en la puerta y que ya van perdiendo su importancia. A los pies de esta nave, está la pila bautismal, de modo que no presenta ni la mejor vista, ni la comodidad suficiente para el público que acude á los bautismos. El archivo nada ofrece al curioso, y sus libros principian, los de casamientos y bautismos en 1573 y los de defunciones en 1616.

Muchas son las fiestas que con gran solemnidad se han celebrado en esta iglesia, y debemos hacer mencion de una que antiguamente se hacía en todas las parroquias de Córdoba y que ha caído en desuso, sin que podamos espresar la época en que se ha suprimido. Tal era una procesión, en los dias de la octava del Corpus, recorriendo parte del barrio y rivalizando cada uno con el de la iglesia mas inmediata. Un año, á mediados del siglo XV, la cofradía del Santísimo Sacramento de la Magdalena, á la cual pertenecía toda la nobleza del barrio, mucha y de la mas principal, hizo grandes preparativos para su procesión ó minerva, como en algunos puntos la llaman, y al efecto convidó á todos los demás nobles é hijosdalgos de la ciudad, que acudieron gustosos, entre ellos un D. Luis Fernandez de Córdoba, vecino de Santa Marina, joven apuesto y valiente; pero con la gran dosis de orgullo de todos los de su clase, y mas en aquella época en que se consideraban tan superiores á los demás. Formóse la procesión y como hubiera acudido mucha clase del pueblo, entre la que se veian los labradores de la gran poblacion rural que tenía y aun tiene este barrio, fué preciso y justo, darles cirios ó faroles, toda vez que en mayor ó menor escala contribuían á esta festividad. Un honrado campesino que aunque pleveyo, tenía el carácter independiente tan propio de los españoles, tomó lugar entre el D. Luis y los que llevaban los faroles ó sean los mas cerca al palio, y juzgando nuestro noble que se rebajaba con aquello, le intimó, con esos modos conque los superiores de escaso talento mandan á sus inferiores, á que le cediese el lugar y se fuese á otro sitio con los de su clase. Contestóle, que no la había en la presencia de Dios, que le iba muy bien y no le cedía el sitio: á esto siguieron dos ó tres ligeras contestaciones, y no pudiendo el D. Luis contener los arranques de su orgullo y su soberbia, echó mano á la daga, atravesando el corazón de aquel infeliz, que sin vida, cayó muerto casi á los pies del sacerdote que conducía el Sacramento, el cual, aturdido, no sabía si continuar su marcha ó qué determinacion tomar, así como todos los circunstantes, á escepcion de la esposa de la víctima que, como una fiera, se arrojó sobre el asesino impidiendo se entrase en sagrado, y por consiguiente dando lugar á que lo prendieran. Unos corrían, otros lloraban, muchos criticaban tan fea é improcedente accion y todos, á escepcion de algunos parientes de D. Luis, estaban á favor del desgraciado, víctima del orgullo de nuestra nobleza, tan altanera con sus antiguas y ya caducas ejecutorias.

La procesión terminó en aquel momento: la gente se retiró: depositóse el cadáver en la iglesia, y D. Luis Fernandez de Córdoba fué preso en la torre de los Donceles, que como la Calahorra y la Malmuerta, estaba destinada á prisiones de los nobles que cometían algún delito, siendo esta una de las muchas prerogativas con que contaban los afortunados hijos de la aristocracia española. La Providencia que á todos los juzga iguales, no consintiendo que por el camino del crimen se llegue al puerto de felicidad, vino á burlar las influencias de la familia del preso que, dando primero largas á la causa, sistema ya entonces usado, é interponiendo despues todo su influjo, llegó á alhagar la esperanza de verlo muy pronto completamente libre de sentencia humana, sin ver que la del cielo ya pendía sobre su cabeza.

Un año había trascurrido: era por la tarde, y casi á la misma hora de la procesión, avisaron á la parroquia que llevasen el Viático para un vecino de la calle de Abejar; hacíase así, y á un tiempo salía por la calle de los Muñices la viuda del desgraciado hortelano, y D. Luis se asomaba á las almenas de la primera torre, para ver la Magestad; ambos incaron sus rodillas, y al pasar el sacerdote por entre ellos, vínose al suelo la piedra en que estaba apoyado D. Luis, cayendo también éste y una de las almenas, que le trituró el cráneo. — ¡Justicia del cielo! — dijo una voz: era la de la infeliz viuda, á la que un desmayo hizo caer al suelo.

La costumbre de sepultar los cadáveres en las iglesias y la multitud de enterramientos propios que en todas ellas había, dio lugar á diferentes cuestiones entre los individuos de la Universidad de Beneficiados de las parroquias y los superiores de los conventos de religiosos, porque unos y otros querían hacer los oficios de difuntos, alegando las razones en que cada cual se apoyaba. Muchas gestiones se hicieron para avenirlos, todas inútiles: los frailes alegaban que cuando alguno se mandase enterrar en un convento, á ellos correspondía el ir con su cruz por el cadáver y hacer todos los sufragios, en tanto que la parroquia sostenía que no gozaban de jurisdiccion en el barrio y que ella sola tenía derecho á enarbolar su cruz y hacer el funeral en cualquiera iglesia.

En 1656, segun un impreso que hemos visto y se conserva en la Biblioteca provincial, todas las comunidades de Córdoba habían acudido en queja contra los beneficiados, por arrollar los derechos de aquellas, dando todos un espectáculo muy poco edificante. En esto murió la esposa de D. Diego Fernandez de Argote, caballero de Santiago, Veinticuatro de Córdoba y vecino del barrio del Salvador, cuya señora se mandó enterrar en la bóveda de su familia, en San Pablo, deseo y orden que á todo trance era indispensable cumplir; vieron al Provisor, éste llamó á los curas, y entre todos se convino efectuar el entierro en la espresada iglesia, colocando en lo alto del túmulo la cruz del convento con el asta embebida y al pié la de la parroquia, la que llevaría el cadáver hasta colocarlo en aquel, siguiendo los oficios la comunidad: hacíase así; mas no pudiendo el beneficiado del Salvador, Pedro de Mora Fajardo, ver con calma su cruz en segundo lugar, la tomó y, lleno de ira, se subió por el catafalco á ponerla en vez de la otra; los frailes salieron á la defensa de sus derechos, y fué tal la algazara que se armó y los insultos que se digeron, que hubieran ocurrido algunas desgracias á no intervenir el Corregidor y otras muchas personas respetables, á la sazón allí como parte del duelo.

El haber referido tales sucesos en este lugar, es por contar uno, el mas ruidoso de todos, ocurrido en el barrio de la Magdalena. Falleció en él un sacerdote llamado D. Gomez Solís, quien hizo constar en su testamento el derecho á enterrarse en la iglesia de San Pablo, y el deseo de que así se hiciese; mas el clero parroquial se opuso, pretendiendo llevarlo á la suya: los frailes y los albaceas acudieron en queja á sus jueces competentes, y estos, para ver si arreglaban el asunto amigablemente, mandaron suspender el entierro por un día. En la Magdalena habia siete beneficios, una rectoría, un préstamo y una prestamera, desempeñados por diez sacerdotes, los cuales, en unión de sus dependientes y armados de espadas y algunos arcabuces, se presentaron á media noche en la casa mortuoria, sacaron el cadáver del Pbro. D. Gomez Solís y le dieron sepultura en la parroquia, sin esperar mas resoluciones. Semejante atropello empeoró el asunto, aumentando las protestas y las reclamaciones para la exhumacion del cadáver, que se hizo pasado algún tiempo y cuando este ruidoso pleito vino á un arreglo, dividiendo las ceremonias en dos partes, y cobrando cada cual los derechos que le correspondían.

Tal vez dirán mis lectores, que desciendo á pormenores por demás minuciosos y aun que refiero cosas completamente inverosímiles: es cierto; pero mi deseo es que conozcan, no solo la parte histórica de cada edificio, de cada calle, de cada casa, si posible fuese, sino también las creencias de todos los tiempos, ya hijas del fanatismo ó ya inspiradas por casualidades, semejando obras de la Providencia.

A espaldas de todos los sagrarios de Córdoba, al exterior del edificio, habia una imagen ó un signo indicando que tras aquel muro estaba el Sacramento: en su mayor parte desaparecieron en 1841, en virtud de una orden del Gefe político D. Ángel Iznardi, persona distinguida por su ilustracion y por el culto que rendía á las bellas letras, quien dispuso que se quitasen las muchas imágenes que había en todas las calles de Córdoba, y que tuvieron su razón de estar en público cuando la devocion venía á suplir la falta de alumbrado; pero mas bien eran causa de irreverencias continuas que de la devocion de nuestros antepasados, aunque les tenían mas respeto y veneracion que nosotros.

No sabemos qué casualidad libró á un nicho con puertas, formado de tras del sagrario de la Magdalena y en el que se venera un alto relieve de yeso en colores, muy antiguo: representa el momento en que José y Nicodemus bajaron á Jesus de la cruz y lo colocaron en los brazos de su madre la Santísima Vírgen. Aquellos vecinos le tienen gran devoción, y ésta hace que continuamente se vea alumbrado con dos faroles y multitud de velas, y algunas veces adornado con ramos de fragantes y olorosas flores, y, ¿cómo nó? los Santos Varones, así generalmente llamados, son el bálsamo que cura sus dolores; en ellos cifran la esperanza de recobrar el bien perdido ó alcanzar el anhelado, y los tienen convertidos en una especie de abogados, á quienes hacen novenas, consultándoles lo que saber desean. Es creencia muy arraigada, que durante el novenario y despues de hecha la pregunta dictada por el deseo, en la conversacion de los que casualmente están sentados en la plazuela ó pasan por ella, se traduce la contestación, y de aquí el que todos van contentos, pues cada cual se la dá á su gusto y la cambia despues el sentido si su esperanza queda fallida. Una muger conocemos, á quien hace mas de quince años se le perdió un hijo, y rezando á los Santos Varones, oyó decir: «ya lo verás.» Al principio creyó que pronto volvería, y ahora, que se reunirá con él en el cielo; con lo que se corrobora aquel antiguo adagio que dice «que no se consuela el que no quiere.»

La parroquia de la Magdalena tiene un rector, un cuadjutor y los ministros de reglamento. Instituyéronse en ella muchas capellanías y obraspias, entre estas algunas de importancia, como la fundada por Alonso de Jerez para casamientos de huérfanas, la de D. Fernando Carrillo para distribuir pan á los pobres, la de Diego Fernandez Pañero para dotes, y la de D. Juan de San Clemente, Arzobispo de Santiago, para limosnas.

En la pila bautismal de esta iglesia recibieron el agua varias personas ilustres, entre ellas el espresado D. Fernando Carrillo que llegó á ser Presidente del Consejo Real de Indias y D. Francisco Diaz de Morales, diputado por esta provincia en las Cortes de 1822, liberal de los mas consecuentes que hemos conocido.

Delante de la parroquia hay una gran plaza, de su mismo nombre, terriza y completamente despejada hasta los primeros meses de 1854, en que siendo Alcalde interino de Córdoba D. Antonio Garcia del Cid, se formó un pequeño paseo, construyendo los asientos, plantando los árboles y trasladando al centro una horrible fuente que estaba á las afueras de la puerta de Sevilla, á donde llevaron un pilón que había bajo un arco en el rincón que formaba la muralla de la puerta de Andújar, derribada á fines de 1868 y que fué colocada en 1747, en sustitucion de otra que llevaron á San Nicolás de la Villa: está dotada con cuatro pajas de agua de la llamada de la Palma. Antes, esta plaza era en invierno un inmundo lodazal y en verano un polvero irresistible, y aun cuando del todo no ha perdido esta cualidad, ha mejorado mucho en todos conceptos. Es la tercera de Córdoba en estension, y por esta circunstancia ha sido uno de los sitios designados para festejos públicos, en las proclamaciones de reyes y en otras ocasiones de general regocijo, bien corriéndose cañas, celebrando toros de cuerda, colocando cucañas y otras diversiones por el estilo.

En 1749, deseando la ciudad acrecentar los fondos del Pósito, dispuso celebrar tres corridas de á doce toros, ó vistas que entonces decian, eligiendo esta plaza, donde formaron sus correspondientes andamios y se dieron las funciones en los dias 14, 16 y 18 de Junio, todos de trabajo, porque en dia de fiesta no podian lidiar los que tenian el toreo como oficio. Fueron toreadores de espada Félix Palomo, de Utrera y Fernando Romero: en la primera tarde Manuel Palomo, de Alcalá, quebró garlanchon y salió de burlesco á caballo: quebraron lancillas Manuel Cerezo y Juan Rodriguez, y estuvieron al cuidado de estos y capeando Juan Gomez y A. Martinez Orduña, todos cuatro vecinos de Córdoba; la presidencia estuvo en la torre de los Donceles y el toril en las callejas de Santa Inés. El célebre Pepe-Hillo mató un toro en otra funcion que se dio por convite, al profesar una monja de Santa Inés. Con este motivo y otros por el estilo, el dueño de la casa número 3, le dio la forma que aun conserva con quince ventanas, para alquilarlas por separado y sacarle una buena ganancia. Antes de verificarse las espresadas fiestas de toros, quitaron, desacertadamente, una fuente monumental que ocupaba el centro del lugar que venimos describiendo.

Otras varias anécdotas pudieran contarse de la plaza de la Magdalena, reducidas todas á cuestiones, á que es muy dada, como en el anochecer de un dia de 1867, que asesinaron á un hombre sentado en uno de aquellos poyos, y otras así, que son hechos aislados y nada pueden satisfacer la curiosidad de mis lectores; sin embargo, diré una que por lo absurda y disparatada, parece increíble la formalidad con que la cuentan algunos ancianos del barrio.

Allá en tiempos antiguos, había en la parroquia un cura escesivamente obeso y muy aficionado á recoger cuanto podía de sus feligreses. Sucedió que una noche de lluvia se retiraba de su iglesia, y á corta distancia del postigo de la sacristía, vio un hermoso burro blanco, solo y como abandonado; pareciéndole al buen señor que en él podia pasar el barro de la plaza y aun alojar aquel huésped en su casa, lo arrimó á la gradilla y como pudo cabalgó en él, emprendiendo su marcha tan tranquilo, con su linterna en la mano, á favor de cuya luz vio el interior del mirador de las monjas de Santa Inés: entonces, asombrado, reparó encontrarse á aquella altura por haber crecido de pronto y en tanta longitud las piernas de su cabalgadura: asustado y comprendiendo ser un castigo del cielo por su desmedida ambición, y que el diablo sería quien se le presentó en forma de burro, invocó el nombre de Jesus, y aquel desapareció, cayendo el pobre cura de la elevacion en que se hallaba, quedando ileso por el mucho barro; mas en él dejó su estampa tan marcada, que á la mañana siguiente los vecinos se paraban á ver lo que ellos decían el retrato del Sr. Rector. Este se mostró tan escarmentado, que el resto de su vida lo empleó en hacer muchos y recomendables actos de misericordia.

En 1804 y 1835, se celebró en aquel sitio la feria de la Fuensanta, á causa de la epidemia.

Dando comunicacion con el campo, hay un portillo, conocido por la puerta de Andújarpor ser la salida del camino á dicha ciudad, segun unos, ó porque cuando la conquista de Córdoba entraron por aquel punto los soldados que formaban la legión con que los auxilió Andújar. Sea lo que quiera, aquel sitio, uno de los mas nombrados en su dia, ha perdido por completo su importancia. A un lado se vé una torre amagada á la ruina, resto de la antigua de los Donceles, una de las fortalezas que defendian la ciudad y solo podia cederle la primacía á la que llamamos la Calahorra. Formaba dos torres, completamente iguales, unidas por un arco, dándolas comunicacion en la parte alta y teniendo abajo una de las puertas de la ciudad. Era una de las alcaidías de Córdoba y debia su título, á estar guardada por la parte mas joven del ejército cristiano y servir despues de reclusión á los hijos de los nobles cordobeses que cometían alguna falta. Los nuevos alcaides, prestaban en ella su juramento, estando veinticuatro horas antes en una de las dos pequeñas habitaciones que formaba, sin comunicacion con persona alguna; por consiguiente allí estuvo cumpliendo aquella obligacion el famoso D. Diego Fernandez de Córdoba, que prendió al Rey Chico de Granada.

Muy descuidada desde poco despues de la conquista, en 8 de Marzo de 1557, se hundió una de las torres que estaba en terreno hoy dentro de la plazuela: entonces se reedificó aquella parte de muralla y varió la puerta frente á la calle de los Muñices, donde la hemos conocido, dándole también una forma gótica: cerráronla en 1836, cuando la invasión del cólera y así ha permanecido hasta su demolición. La torre, que tantos recuerdos encierra, desaparecerá también pronto, si alguien no acude á su remedio. Cuando la primera de estas dos reformas, se construirían las casas de la calle del Crucifijo, pues no es probable que la antigua puerta diese á una calleja; además, es sabido, que la muralla en todo el recinto de Córdoba, estaba independiente de las casas y demás edificios. Cuando la puerta estaba en uso, la casa número 21 era un peso de harina como el de Martos y el Puente.

La ermita de San José, en uno de los frentes de la plaza de la Magdalena y formando esquina á la calle del Crucifijo, es una de las mas antiguas: la fundó en 1385 D.ª Mayor Martínez, de la noble casa de los Córdobas en su rama conocida por los Señores de Belmonte, destinándola á depósito de los niños perdidos, para lo que puso un encargado y cuatro camas, denominándolo Hospital de la Santa Cruz. En 1416 falleció dicha señora, dejando á su hijo el patronato y cuidado de esta casa, continuando así hasta 1496, en que D.ª Constanza de Baeza, segunda muger y viuda del Veinticuatro Alfonso de Córdoba, el que mató á los Comendadores, en escritura de 3 de Enero, cedió el hospital á la hermandad de San Nuflo, que allí se constituyó, reservándose para ella y sus sucesores el patronato de aquella iglesia; de esta sesión viene el tener á la espresada Doña Constanza por la fundadora, como algunos escritores aseguran. A muy poco se instituyó otra hermandad titulada del Santo Crucifijo, de la que tomó nombre el edificio y calle inmediata, y despues en 1580 encontramos que primero el Provisor del Obispado y despues Urbano VIII, aprueban las reglas ó estatutos de la cofradía de San José, en que, andando el tiempo, quedaron todas res [tres] refundidas.

La iglesia es de una sola nave de medianas dimensiones: su altar mayor, de buenas proporciones y de yeso, ostenta en su segundo cuerpo los escudos de armas de los Señores de Belmonte, sus patronos, hoy los Marqueses de Villaseca, quienes han contribuido generosamente á sus reparaciones. Es una ermita puramente de pasion: sus imágenes son, en dicho altar mayor, Jesus Crucificado, la Vírgen de los Dolores y San Juan Evangelista, y en lo alto la Santa Cruz; en otros dos, también de yeso, la Magdalena y San José, y en tres nichos repartidos en los pilares, la Verónica, San Dimas y el Mal ladrón: todas salían en procesion la tarde del Viernes Santo, hasta que en 1820 se suprimieron todas las estaciones, refundiéndose en el Santo Entierro que se efectúa algunos años.

Es creencia entre los devotos de aquellas inmediaciones, que dando aceite para la lámpara de San Dimas, están libres de robos, y que cuando falta luz á la imagen, avisa al sacristán para que la encienda, con lo que no solo ha solido reunir aceite para el santo, sino para ayudar á su gasto, lo que no le habrá parecido muy mal al buen hermano. En muchas ocasiones ha servido esta ermita para colegio electoral, y San Dimas ha tenido la prudencia de no reclamar la luz de la lámpara.

La calle contigua, se llama del Crucifijo, tomando el nombre de la citada cofradía, y antes se llamó de Pedro Gomez de Reina, uno de sus moradores: dá paso á la de Abejar, de la que solo pertenece á la Magdalena la acera de los números pares, en la que hay una calleja sin salida, que se llamó de Luis Muñiz Carrillo, por dar á ella un postigo de la casa en que éste noble cordobés tuvo su morada; despues le han dicho del Herrador. Se cree que la palabra Abejar se deriba de los depósitos de colmenas, y por consiguiente de las muchas abejas que hubo en este sitio.

Pasemos á la calle de los Muñices, por quedar en ella cortado el barrio, pues solo llega hasta la esquina de la de Diego Méndez ú Horno del Camello.

Grandes reformas habrá sufrido esta calle, y presumimos que en tiempo de los árabes estuviese muy deshabitada, ó al menos con grandes tramos sin construcciones y como fortificada para las invasiones de los cristianos, y dedicado al cultivo todo el terreno sobrante; así es, que en las obras hechas en las casas números 1° y 11 se han encontrado cimientos de torreones ó muralla: en la número 23 hay un pozo de noria, y en la número 8 otro de gran capacidad y con arcos, si bien éste parece en su construccion romano; de él se estrajo por los años 1846 un caballo pequeño de piedra, que fué colocado en una fuente de la casa número 2, calle de Morales en Santa Marina. El título de Muñices proviene del apellido Muñiz de Godoy, familia representada actualmente en Córdoba por el Sr. D. Rafael Diaz de Morales y Bernuy, único de los caballeros Veinticuatros de esta, que aun existe, quien habita la espresada casa número 8, solariega ó principal del Mayorazgo fundado en 1464, con enterramiento en la capilla mayor de la Magdalena, por Lopez Ruiz de Baeza, Veinticuatro de Córdoba: era hijo de Gonzal Yañez de Godoy, hermano mayor de Don Pedro Muñiz de Godoy, gran Maestre de Calatrava y Santiago, y por consiguiente primo hermano de Juan Perez de Godoy, vasallo del Rey, á quien, en unión de su hermano Alfonso, le dio facultad el Dean y Cabildo de Córdoba en 1387 para que hicieran una capilla á espaldas de la de los Reyes, en que se conserváran los restos del dicho Pedro Muñiz, su muger D.ª Elfa, sus padres, el mencionado Gonzal Yañez y sus descendientes, y hé aquí la razon ó el derecho de patronato de los Sres. Diaz de Morales á la capilla de San Pablo de la Catedral.

Muchas y muy esclarecidas han sido las familias nobles que han radicado en Córdoba é innumerables los individuos de las mismas que vemos figurar en la historia de nuestra patria, con grandes y portentosos hechos, como iremos indicando aun cuando ligeramente, en nuestros apuntes; mas entre todas ellas descuellan algunas, como las de los Córdobas, Muñices, Rios, Cabreras, Argotes y otras de grandísima importancia. Por esta razón, cuando llegamos á una calle como la de los Muñices, que recuerda los gloriosos hechos de esta familia, parece natural nos detengamos algo, citando los hijos de ella que mas se han distinguido: así rendimos justo homenage al mérito y satisfacemos la curiosidad de los lectores.

Argote de Molina en su «Nobleza de Andalucía» dice que el linage de Godoy procede de Góido, de quien hace mencion el conde Barcelo en el título 40 de su Noviliario, y Silva y Almeida esplica de otro modo la etimología de Godoy. Cuenta que un caballero de Galicia llamado Pedro Ruiz, vino á Castilla á combatir á los moros, y que antes de una batalla, el Rey, queriendo animar á sus guerreros, les dijo cuando estaban reunidos: «Veremos quien es hoy el godo» significando su deseo de saber cual sería el mas valiente y esforzado. Dióse el combate: Pedro Ruiz hizo prodigios de valor y tuvo la suerte de aprisionar á dos reyes árabes que á seguida llevó á presencia del Monarca cristiano, quien lleno de gozo, esclamó: «¡Bueno ha andado el godo hoy!» de cuyas palabras se formó el segundo apellido, y desde entonces se llamó Pedro Ruiz de Godoy.

Todos los apellidos tienen su historia mas ó menos verosimil, y no seremos los que mas quieran sostenerla; por eso citamos el lugar de donde se toma el apunte, dejando á sus autores la responsabilidad del pensamiento. Lo que sí parece fijo, es que los Godoy proceden de Galicia, donde Pedro Ruiz de Godoy casó con D.ª Teresa Muñiz, hija de uno de los caballeros mas principales de aquel reino. despues encontramos entre los conquistadores de Baeza y Córdoba á Pedro Muñiz de Godoy, quien tiene en esta Catedral honorífica memoria, y sirvió valerosamente al Santo Rey en las conquistas de Andalucía. Se casó en Galicia con D.ª María Arias Mesia, hermana de D. Juan Arias Mesia, Arzobispo de Santiago y conquistador de Sevilla en 1248: de este matrimonio nacieron D. Diego Muñiz de Godoy, que siguió el linage en Galicia, y D. Juan Muñiz de Godoy, que radicó en Córdoba «con casas principales á la collacion de la Magdalena, cerca de la puerta de Andújar, donde dieron el nombre á la calle de los Muñices.» Véase la «Historia de la Casa de Cabrera en Córdoba.»

D. Juan Muñiz de Godoy, Comendador de Estremera, caballero principal, concurrió á la conquista de Córdoba en 1236; despues Comendador mayor de León, casó con D.ª Inés Alfonso Carrillo, hermana de D. Diego Alfonso Carrillo, que también asistió á la espresada conquista.

Su hijo D. Pedro Muñiz de Godoy, electo Maestre de Santiago en 1281, y confirmado en este puesto por la desgraciada muerte de D. Gonzalo Ruiz Girón se declaró á favor de D. Sancho, contra el Rey D. Alfonso, su padre, y fué de los primeros que lo sostuvieron cuando se alzó con la corona.

D. Juan Muñiz de Godoy vivió en tiempo de los Reyes D. Alfonso y D. Sancho, á quienes sirvió con gran valor y bizarría.

Su hijo mayor D. Diego Muñiz de Godoy, uno de los caballeros mas famosos de su tiempo, á quien su tio el Maestre D. Pedro dio el hábito, fué Comendador de Castilla y electo Maestre de Santiago á fines de 1307. Sublevado D. Juan Nuñez de Lara contra el Rey D. Fernando y á favor de D. Alonso de la Cerda, acudió con sus caballeros, teniendo algunas escaramuzas, hasta que el D. Juan se fortificó en su castillo de Tordehumos; uniósele el Rey con sus tropas, haciéndole rendirse con ciertas condiciones. Acompañó despues al Monarca á la conquista de Algeciras, y si bien no la consiguieron, á pesar de un año de sitio, conquistaron á Gibraltar, con lo que desbarataron el ejército. Muerto D. Fernando, y durante la menor edad de D. Alonso XI, se sucedieron las cuestiones de las Tutorías, de que habla la historia, decidiéndose D. Diego con otros grandes, á favor del Infante D. Pedro, y cuando en 1319 se juntaron los tutores, determinando hacer una entrada poderosa en el reino de Granada, pasó el Infante D. Pedro á Sevilla, de donde trajo á Córdoba multitud de armas é instrumentos de combatir, y juntándose D. Pedro y D. Diego Muñiz de Godoy con otros muchos grandes y poderosos caballeros, partieron á la conquista del castillo de Tíscar, que tomaron apesar de su buena defensa. En esto se les unió el Infante D. Juan con su gente, y despues de conquistar el castillo de Ayora, entraron por la vega de Granada, donde hicieron muchos estragos, hasta que el Rey moro mandó á Hozmin, su capitán general, quien se dio tan buenas trazas, que desbarató los ejércitos de los dos Infantes, quienes murieron, D. Pedro de fatiga y D. Juan de dolor, cayendo ambos de sus caballos. Noticioso D. Diego de la derrota, acudió desde una legua de distancia y rehizo la gente, retirándola en tan buen orden, que logró salvarla sin mas pérdida que parte de los bagages. Este desgraciado suceso, ocurrió en 25 de Junio de 1319, en cuyo año falleció también el Maestre.

Encontramos otros muchos individuos de este esclarecido linage, que no anotamos por no hacer largos estos apuntes; mas algunos como los mencionados, no es posible dejarlos en el olvido. Por eso, vamos á ocuparnos del personage mas importante de esta familia, y que á la vez ocupa un distinguido lugar en la historia de nuestra patria. Hablamos del Gran Maestre de Calatrava, D. Pedro Muñiz de Godoy, á quien muchos confunden con el que llevamos mencionado. Fué el tercer hijo de Gonzalo Yañez de Godoy y de D.ª Constancia Ruiz de Baeza, y llegó á considerársele como uno de los mas esclarecidos capitanes de su siglo. Era Maestre de Alcántara, manteniendo también este puesto en el orden de Calatrava, mientras el Papa confirmó, á peticion del Rey D. Pedro, aquel importante cargo en D. Martin Lopez de Córdoba. Decidido partidario de D. Enrique, lo sostuvo con todos sus parientes, deudos y amigos de Córdoba, encontrándose con él y los Infantes D. Tello y D. Sancho en la famosa batalla de Nágera, donde quedó prisionero de los ingleses venidos á favor de D. Pedro, á quien no se lo quisieron entregar, á pesar de sus instancias, y no consiguiendo esto, pidió al Rey de Aragon le quitase la encomienda de Alcañices, teniendo el mismo resultado por mas que lo acusaba de reo de lesa magestad. D. Pedro se rescató él mismo, entregando lo que le dieron por la venta de su villa de Belmonte en Aragón.

Lejos de desmayar D. Pedro en sus propósitos de defender á D. Enrique, siguió haciéndole procélitos en Aragon y Castilla, en tanto que el Infante pasó á Francia en demanda de apoyo contra su hermano. En Córdoba interesó á muchos nobles, entre ellos D. Gonzalo, D. Diego y D. Alonso Fernandez de Córdoba, á quienes había mandado degollar el Rey D. Pedro, Lope Gutierrez de Córdoba, D. Egas Venegas, Ruy Gonzalez Mecia, D. Juan Gonzalez Mecia, D. Gonzalo y D. Fernando Mecía, Diego Gutierrez de los Rios, D. Fernando Osores, los hijos de Micer Egidio de Bocanegra, Micer Bartolomé de Bocanegra, Garci Méndez de Sotomayor, Diego Lopez de Angulo, D. Gimeno de Góngora, D. Juan Alfonso de Guzman, D. Alvaro Pérez de Guzman y D. Pedro Ponce de Leon, todos defensores de Córdoba en la batalla del Campo de la Verdad en 1367, cuando quisieron tomar la ciudad los ejércitos aliados del Rey Don Pedro y Mahomad Rey de Granada, como en su lugar esplicaremos. En este hecho de armas no se encontró D. Pedro Muñiz de Godoy, como supone el escritor D. Rafael de Vida en su leyenda El doble de cepa porque, segun el Padre Ruano, noticioso de que D. Enrique volvía de Francia, salió precipitadamente á su encuentro, asistiendo á su coronacion en Burgos, donde le dio los títulos de Maestre de las órdenes de Calatrava y Alcántara, aunque vivia aun el legítimo Maestre de Calatrava D. Martin Lopez de Córdoba, sobre lo que hubo reclamaciones, resolviendo el Papa, que mientras se declaraba la propiedad, administrase la orden D. Melendo Suarez de Sotomayor.

Encontróse D. Pedro Muñiz de Godoy en Montiel cuando la muerte del Rey D. Pedro, despues de la cual fué confirmado en su cargo de Maestre, y en el sitio de Carmona, donde tan noblemente se portó D. Martin, defendiendo y custodiando los desgraciados hijos de su Monarca.

Grandes mercedes concedió D. Enrique al Maestre Muñiz de Godoy, así como su hijo D. Juan, quien le dio también el puesto de Maestre de Santiago. Encontróse en la memorable batalla de Aljubarrota, lamentable para todo el Reino, donde dio grandes muestras de valor y de conocimientos militares. Asistió el pendón de Córdoba, con muchos de sus mas esclarecidos adalides, quienes dieron grandes y señaladas muestras de su valor.

Enorgullecidos los portugueses con esta victoria, entraron por Estremadura al mando del Condestable D. Nuño Alvarez Pereira, y saliéndole al encuentro los caballeros de Córdoba y Sevilla, lo cercaron con la esperanza de vengarse de la derrota sufrida; mas él formando punta con su ejército, rompió el cerco por donde estaba D. Pedro Muñiz de Godoy quien por atajarles el paso, se entró entre ellos, perdiendo primero el caballo y muriendo despues a fuerza de lanzazos, apesar de defenderse de una manera desesperada. Los cordobeses, rabiosos con la muerte de su general, paisano y amigo, retaron á los portugueses á un duelo con ellos solos; el Condestable reusó, siguiendo su retirada en buen orden, si bien con pérdida de todos sus bagages.

Así murió aquel héroe en la batalla de Valverde á 22 de Octubre de 1385, siendo conducido por sus hijos á la capilla de San Pablo de la Catedral, donde fué sepultado.

Casó dos veces y tuvo muchos hijos, entre ellos D. Diego Pérez de Godoy, á quien el Rey D. Pedro mató á estocadas en Toro, como á otros caballeros refugiados en el palacio de su madre la Reina D.ª María, por cuya accion favoreció el Maestre la causa de D. Enrique, y D. Juan Pérez de Goy, que despues de acompañar á su padre en muchas acciones, murió gloriosamente peleando en la batalla de Aljubarrota.

Pudiéramos citar otros ilustres miembros de esta familia; mas sería demasiado largo y prolijo y no muy propio de estos apuntes.

Los escudos que decoran la casa donde empezamos esta narración, demuestran su nobleza. Allí vemos, acompañados de los de otros apellidos de sus entronques, los de los Muñices de Godoy que son jaquelados, ocho jaqueles de oro y siete de azur, en forma de un tablero de damas, y el de los Morales cuartelado, el 1.° y el 4.° de oro y un moral verde, y el 2.° y 3.° de plata y tres fajas de sable.

Pasó esta casa á los Diaz de Morales por casamiento de la Sra. D.ª Catalina Muñiz de Godoy con D. Pedro Morales y Venegas, siendo todos los poseedores Veinticuatros de Córdoba, en su mayor parte caballeros de las órdenes militares; D. Juan Francisco Diaz de Morales paga de Felipe IV, y capitán de fragata el D. Francisco, padre del actual poseedor: los retratos de todos se conservan en la casa que vamos describiendo, siendo esta la única galería de su clase existente en esta ciudad. Posee además algunos buenos cuadros, como, lo es un ofrecimiento de la Pasión, una Concepcion de Castillo, unos floreros, una Santa Cecilia qué algunos suponen de Rubens, un Nacimiento del Racionero Castro y algunos otros de bastante mérito, debiendo hacer mencion de una mesa tocador de plata primorosamente cincelada y que creemos pertenece á una de las vinculaciones que el Sr. Diaz de Morales posee; dos ó tres de los retratos se consideran debidos al pincel del notable artista Juan de Alfaro, á quien los Diaz de Morales dispensaron una grande y merecida protección. El de D. Francisco es de Gerónimo Espinosa, lego en el convento de San Pablo.

Esta casa es de las mayores de Córdoba; ocupa una superficie de mas de cinco [siete] mil varas; tiene puerta falsa á las callejas de Santa Inés, muchas y buenas habitaciones, oratorio, cuatro patios, jardin, huerta con tres pajas y media de agua de la Fuensantilla, corral, grandes y buenos graneros, caballerizas y cocheras. La escalera principal es de piedra caliza, teniendo en uno de sus escalones incrustada una gran concha, y formado su techo con un lindo artesonado que ya ha sufrido algunas reformas. En su oratorio se veneran con auténtico, la cabeza de San Bonifacio y otra porcion de reliquias, en dos urnas de caoba cerradas de cristales. La estensa fachada de esta casa fué hecha en 1795, y nada ofrece que merezca mencionarse: sustituyó á otra con altos relieves, de los que se conservan dos medios cuerpos en el jardin. El embaldosado que tiene delante, fué puesto á fines del siglo XVIII, siendo su dueño de los primeros que iniciaron esta mejora, que aun no hemos visto terminada. En esta casa nació el distinguido patricio, orador y escritor D. Francisco Diaz de Morales, diputado á Cortes por esta provincia en las de 1820 á 1822.

Noticioso el Ayuntamiento, que muy en breve visitaría á Córdoba S. A. el Conde de Artois, (Enrique VIII [Carlos X]) invitó al Sr. D. Francisco Diaz de Morales y Alfonso de Sousa, dueño á la sazón de la ya espresada casa, para que hospedase en ella al sobrino del Rey, y dicho señor, no solo se prestó á ello, sino que hizo grandes preparativos, entre estos una entrada en forma de rampa desde la plaza de la Magdalena al cuarto preparado al efecto, hasta donde el dia 11 de Agosto de 1782 subió el carruage con el Príncipe, quien se marchó sumamente agradecido á los obsequios del Señor Diaz de Morales; mas el pueblo que siempre encuentra motivo á su crítica, y mas los que se dedican á hacer versos, dieron lugar á que los chicos del barrio cantasen la siguiente redondilla, que sin duda no haría mucha gracia á la persona aludida:

«Don Francisco Diaz Morales,
caballero principal,
ha recibido al Infante
por la puerta del corral.»

Este mismo D. Francisco, ya en los últimos años de su vida, quiso dar ensanche á la calle delante de su casa, á fin de que los carruages pudiesen volver á ella, y hundiendo parte de las casas que poseía y aun posee su señor hijo, formó una pequeña plazoleta que dedicó á la memoria del fundador de su principal mayorazgo, y así en las dos esquinas, que son de mármol negro, se lee en letras doradas, en el lado de la Magdalena «Plazuela de Lope Ruiz de Baeza» y en el contrario «Terrible año de 1805.» En el centro se vé una gran puerta: en lo alto tuvo un San Rafael, que quitado en 1841, se colocó en el oratorio de la casa descrita. La gran puerta del centro fué hecha con la idea de comunicar á la calle de Abejar y que desde allí entrasen los carruages, en aquella época muy elevados y largos de batalla.

Dicho señor murió al poco tiempo, y durante la menor edad de su hijo, gobernaba la casa su señora madre y tutora D.ª María Josefa Victoria Bernuy, hermana del entonces Marqués de Benamejí, y con ella vivia y le ayudaba su hermano político D. José Diaz de Morales, teniente retirado del regimiento del Príncipe, y persona que por sus estravagancias era muy conocida, si bien todos lo querían.

En este estado llegó el año 1808: vinieron los franceses al mando del general Dupont, disponiendo, entre otras cosas, recoger las mulas de los carruages, destinándolas á la artillería, dando lugar á que no quedasen en Córdoba mas coches que los del Obispo y el de esta familia, porque D. José Morales escondió las mulas y le colocó dos bueyes, saliendo á dar sus paseos como si fuese con el mejor tiro de caballos; de noche hacia que el lacayo llevase en la mano un hacha de viento, como un alarde de ser el único que conservaba el coche en aquellas tristes y azarozas circunstancias. Este mismo señor mantenía para su servicio un hermoso burro blanco á que llamaba el Pajarito, al que tenia un gran cariño: en su testamento dejó la casa número 25 de esta calle, á su señora sobrina D.ª Rosario Diaz de Morales, con la precisa condicion de cuidar bien á aquel animal mientras viviese, y de aquí viene el que todo el barrio conozca la espresada casa por la del burro.

En la fachada de la del número 7 hubo hasta 1841 un Santo Cristo, del cual refieren la siguiente tradición: Uno de los Sres. Cerdas, de quienes descienden los Marqueses de Vega de Armijo, llegó á concebir una funesta pasión por la esposa de uno de los Sres. Diaz de Morales, cuya estraordinaria belleza era celebrada en todo Córdoba: perdida su esperanza por el desden de la señora de sus pensamientos, logró al fin que uno de los esclavos le proporcionase una llave del pequeño postigo que aun existe en un rinconcillo que forma la casa en la que penetró; mas su cómplice reflexionó lo hecho, y temeroso del castigo que podia darle su señor, confesó á este su falta, oyendo el mandato de seguir callando: Cerda, como hemos dicho, entró en la morada de la señora, quien indignada lo lanzó de ella, manifestándole que, como le habia dicho por escrito, jamás faltaría á los deberes de la muger honrada, y que de insistir en sus pretenciones llamaría en su amparo á su esposo, quien le haría tenerla el respeto á que era merecedora; salióse á la calle, donde lo esperaba el ofendido, y midiendo sus espadas, Cerda quedó en ella moribundo, en tanto que Diaz de Morales penetró en sus casas, teniendo lugar una escena en que la buena señora estuvo á pique de ser víctima de los fundados celos de su marido. Entretanto, la ronda encontró un cadáver, lo condujo á su casa, y el Corregidor vino á ver al esposo ofendido, llegando tan á tiempo, que logró evitar una nueva desgracia: el moribundo tenia en la mano la carta en que le quitaban toda esperanza, y en ella habia escrito con su sangre y dedo, unas letras en que confusamente se leia «es inocente.» Este hecho quedó oculto en las sombras del misterio; mas á poco apareció la imagen del Crucifijo que todos decían de la Sangre, con una luz que diariamente le encendían y que aun conserva en el oratorio de los Sres. Diaz de Morales.

El autor de los Casos raros de Córdoba refiere otra tradicion relacionada con el Santo Cristo de la calle de los Muñices, y para nosotros es completamente inverosímil. Dice que en el siglo XVII, época en que segun la anterior no existia dicha imagen en aquel sitio, habia en Córdoba un caballero muy dado á las aventuras nocturnas, á las que dedicaba casi todas las horas libres del indispensable descanso: su elemento eran las conquistas amorosas con los lances que ellas traen consigo, á veces tan peligrosos. Una noche retirábase á su casa, cuando cerca de las tres de la madrugada vio en la plaza de la Magdalena una dama con basquina y envuelta en un manto: requirióla de amores, sin obtener contestacion alguna; mas invitándola á entrar en su casa, allí muy cerca, hizo un signo afirmativo con la cabeza: siguieron juntos: los criados del caballero abrieron la puerta y ambos entraron hasta el aposento principal: la dama permanecía de pié sin descubrirse, y el caballero mandó traer unos dulces que al punto fueron servidos en una hermosa bandeja de plata: invitóle á tomar alguno, y entonces todos se sorprendieron viendo salir de bajo el manto una mano negra y completamente descarnada, á cuyo contacto empezó á derretirse aquella. El gallardo mancebo no sabia que determinacion tomar; mas comprendiendo que el echarla solo de galante era lo mejor, se ofreció á acompañarla otra vez al punto donde fué hallada: así lo hicieron, y otra vez en la plaza de la Magdalena la saludó y volvióse; violo la dama, y con una horrible voz, le dijo: «¡¡Qué, te vas!!» echando tras él á largos pasos; el joven aceleró el suyo, luego corrió, y viendo que el brazo que antes habia helado su sangre iba á asirlo de un hombro, dio un grito y se arrodilló ante el Santo Cristo de la calle de los Muñices, á quien pidió amparo, y de él lo obtuvo bien pronto; aquella sombra desapareció: la luz del farolillo de la imagen alumbró toda la calle, y á favor de ella el caballero penetró en su casa arrepentido de su pasada conducta, que desde aquel momento reformó, tornándose digno del aprecio de las personas honradas.

Es creencia muy admitida, que en la calle de los Muñices tuvo su morada y murió en 1667 el pintor cordobés Antonio del Castillo y Saavedra, que habia nacido en 1603; discípulo de su padre Agustín, de su tio Juan del Castillo y de Francisco Zurbarán, llegó á adquirir gran fama por su corrección, particularmente en el dibujo, como se vé en las muchas obras que dejó y en su mayor parte se conservan. Fué maestro del célebre Juan de Alfaro, de quien despues tuvo celos, y por último pasó á Sevilla, donde al ver las obras de Murillo, á quien no podia igualar, cayó en una especie de melancolía que lentamente lo llevó al sepulcro. No hemos encontrado la partida de defuncion en la parroquia de la Magdalena.

Aisladas encontramos también las llamadas callejas de Santa Inés, puesto que al terminar lo hacen en la plazuela de los Huevos, que en parte pertenece á San Andrés; por esta razón nos ocupamos á seguida de la calle de los Muñices. Dalas nombre un convento de monjas franciscas con aquella advocación, fundado por dos hermanas llamadas Leonor y Beatriz Gutierrez de la Membrilla, religiosas en Santa Clara, de cuya comunidad se separaron en 1475 para llevar á cabo esta fundacion que tuvo principio por un beaterío, como otros muchos que hubo en Córdoba. Era el convento bastante grande, no así la iglesia que no pasaba de una mediana estension, de buena forma, coros alto y bajo frente á el altar mayor, y los retablos y demás adornos, del gusto introducido en casi todos los templos de Córdoba en época poco floreciente para las artes. Eran patronos los Marqueses de Villaverde, por haberse hecho la iglesia en terreno de su familia y costeado la capilla mayor, donde los Aguayos tenian enterramiento.

La comunidad fué siempre muy considerada por las repetidas muestras de virtudes que dieron las religiosas, muchas de las que murieron en opinion de santas y hemos visto citadas en diferentes escritos. Las mas notables fueron Sor María Ana de Córdoba, de la casa de su apellido, á cuyos bienes y comodidades renunció: consagrándose á la oracion y silicios, contrajo una enfermedad de que murió en 1590; Sor Constanza de Rivera, llegó á adquirir gran fama de santidad y murió en 1600, y Sor María del Puerto, natural de Córdoba, como las anteriores, en el claustro María del Corpus Cristi, de la cual se cuentan muchos y portentosos milagros, como el ver desde su celda una procesión en la Santa Iglesia Catedral, dando razón hasta de los mas minuciosos detalles; el haber conseguido que de pronto se viese un guindo de su convento cubierto de hermoso y sazonado fruto, cuando se encontraban en Navidad, y otros casos estraordinarios que le atrageron la admiración; todos acudían ansiosos á consultarle sus, pesares. Su fervorosa devocion al Santísimo Sacramento, le hizo fundar una cofradía muy numerosa que llegó á obtener la aprobacion de Su Santidad, alistándose en ella todo lo mas principal de Córdoba. Cargada de padecimientos que sobrellevó con una resignacion admirable, murió en 1630, acudiendo multitud de gente en demanda de reliquias y rogando que tocasen los rosarios y otros objetos al cadáver de aquella esposa de Jesucristo, y por último Sor Catalina Poderoso que hácia 1820 hizo algunas poesías á San Rafael, en las que reflejaba su aversión al sistema constitucional que entonces dominaba. En este convento dicen estuvo D.ª Elvira de Bañuelos, de cuya tradicion nos ocuparemos mas adelante. En el archivo de la Universidad de Sres. Beneficiados de esta capital, hemos visto un acta de todo lo ocurrido en el terremoto que se sintió en Córdoba el dia 1° de Noviembre de 1755, y en ella dice, que entre las pocas desgracias que afortunadamente hubo, se contaba la de una niña que estando en la iglesia de Santa Inés advirtió moverse la santa, y creyendo que era llamarla, se acercó al mismo tiempo que la escultura se le cayó encima, causándole una herida en la cabeza. En 23 de Setiembre de 1733 hubo una gran tormenta, y de los varios rayos que cayeron uno fué en Santa Inés junto á una monja, sin causarle el menor daño.

Este convento ha sufrido muchas reformas, y en una de ellas, en 1697, se le incorporó con licencia de la Ciudad, una calleja sin salida que habia en las de Santa Inés. En 1836 se mandaron suprimir algunos conventos, y esta suerte le cupo al ya citado, cuyo edificio se vendió y ha servido de provisión, teatro, posada y en la actualidad en varias casas de vecinos. La comunidad fué siempre numerosa, así que en el censo de poblacion de 1718, aparece con cincuenta monjas, diez pupilas y diez y ocho criadas.

En estas callejas estuvieron las casas solariegas de los Condes del Portillo y Marqueses del Vado, derribadas en 1846 y hoy convertidas en dos grandes corrales, uno de ellos destinado á los carros de la limpieza. Delante del convento, era la calle muy estrecha; hasta que D. Francisco Diaz de Morales, á quien acudieron las monjas, á fines del siglo XVIII, les cedió parte de su huerto, apesar de quedarse fuera un gran pozo de noria que está cubierto con una losa, y no se vé por la tierra que tiene encima.

Una de las esquinas del convento, está sostenida por media columna de piedra azufrosa, y es tradicion entre los chicos del barrio, que en ella se convirtió un caballero de mala vida, á quien el diablo perseguia por sus pecados, y que al ver la cruz sobre la puerca del convento, huyó dejándolo convertido en marmolillo, con el olor á azufre que exhala; al mismo tiempo apareció en una portadilla, enfrente, un letrero en que se lee: «Dios te vé, teme á Dios;» su origen es muy diferente.

Los alrededores de la parroquia, como en todas ellas, son conocidos por el Cementerio de la Magdalena: queda á un lado la calleja Palarea, apellido de un morador antiguo; pasamos la corta calle Rastrera, título que hace siglos trae, ocasionado de una vecina que hizo gran fortuna en las compras y ventas del Rastro, y llegamos á la calle de Arenillas, nombre que algunos creen proviene de la clase de terreno encontrado en los pozos ó cimientos, lo cual es una vulgaridad que desvanecemos con datos. En una casa hundida, que aun conserva los escudos de armas de los Aguayos en su fachada, vivió en el siglo XV D. Juan Fernandez de Arenillas, caballero muy ilustre que dio nombre á su calle: tuvo por hija á D.ª María Fernandez de Arenillas, que casó con D. Pedro Ruiz de Cárdenas, Alcalde mayor y Veinticuatro de Córdoba, caballero muy poderoso en tiempo de Enrique IV, señor de varios heredamientos en Peñaflor, amigo y partidario de D. Alonso Fernandez de Córdoba contra el Conde de Cabra y sus parciales, de todo lo que nos ocuparemos en otro lugar. En la casa núm. 20 de esta calle, vive en la actualidad el estudioso y concienzudo pintor D. José Saló, cuyas obras no debemos juzgar en esta: en la núm. 18 tiene su morada un desgraciado joven, vestido de muger, que medirá unas tres cuartas de altura, y que se ocupa en trabajar filigrana para las platerías.

El espresado Sr. Saló, artista de grandes conocimientos, ha reunido en su casa, durante el espacio de cuarenta años, una buena galería de pinturas y esculturas de artistas notables, tanto nacionales como extrangeros, contando entre estos á Rubens, Bombermans [Wouwermans], Basan, Guido Reni y otros, y entre los primeros á Murillo, Antolines, Valdés Leal, Alfaro, Castillos y algunos mas que no recordamos. En las esculturas las hay muy buenas, atendida la dificultad de poder adquirir hoy los objetos curiosos por haber desaparecido muchos de entre nosotros, pasando á enriquecer los museos extranjeros; sin embargo, hemos tenido el gusto de ver modelos de mérito, como son los de los bajos relieves que para los púlpitos de la Catedral ejecutó Verdiguier, y el de la estatua de la Fé que hizo para uno de aquellos. El modelo del alto relieve que D. Pedro Duque Cornejo ejecutó para colocarlo sobre la silla del Prelado en la ya citada Sta. Iglesia. Otro modelo de Valdés Leal que representa á San Gerónimo, hecho en barro con la misma maestría que lo podia hacer en pintura. Son dignos de mencion otros modelitos de santos, ejecutados también en barro, con mucha gracia, por Agustín Rodriguez, sin que en ellos se revele su mucha edad ni sus acerbos y continuos padecimientos, pues estas esculturitas las hacía para socorrerse, imposibilitado de pintar, lo que hizo muy bien, siendo acaso el mejor imitador de Antonio del Castillo. Asimismo vimos una mano vaciada, que segun una inscripcion es la del dicho pintor y escultor Agustín Rodriguez. Tiene el Sr. Saló otras muchas esculturitas ejecutadas en cera con colorido, y otros objetos no menos curiosos y apreciables. Una de las cosas mas preciosas que allí vimos y que en nuestro concepto debia figurar en un museo, es una coleccion de apuntes originales de célebres pintores antiguos, en que los hay del Españoleto, Reinoso, Murillo, Valdés, Fr. Juan del Santísimo Sacramento y Castillos, llamándonos estraordinariamente la atencion el apunte de Velazquez para su famoso cuadro de las lanzas. Allí tuvimos ocasión de ver algunos objetos arqueológicos de mucha importancia, como capiteles árabes del mejor gusto, inscripciones de igual clase en diferentes cosas, lápidas y una maceta ó tiesto para flores, también árabe, único en su clase que hemos logrado ver. El Sr. Saló se ocupa en arreglar locales apropósito para su conservación, y en formar un catálogo, con lo que aumentará su importancia.

A un estremo de la calle de Arenillas, está la plazuela de las Tazas, nombre originado por una alfarería que hubo antiguamente, y segun otros por ser donde se labraban las mejores tazas ó empuñaduras para las espadas. Se ha llamado de los Toros, apellido de unos de sus moradores. Por el otro lado sale á la calle Ancha de la Magdalena, justificado por ser la de mayor anchura que hay en el barrio; antes se llamó plazuela del Cañaveral y de los Benavides: en ella principia la calle del General Serrano [Isabel II], que ha seguido de cuarenta años á esta parte todos los cambios políticos de mas importancia. Desde el siglo XV encontramos á esta calle llamándose de D. Carlos, sin que nadie se haya ocupado en averiguar quien fuera este señor, que nosotros tampoco hemos conseguido aclarar: en 1834, despues de la muerte de D. Fernando VII, cuando su hermano D. Carlos de Borbon promovió la guerra civil, el Ayuntamiento liberal le quitó aquel nombre á la calle y le puso el de Isabel segunda, con el que siguió hasta 1862, que habiendo venido esta Reina á Córdoba, quisieron señalar la calle por dónde entró y le pusieron aquel nombre á la Carrera de la puerta Nueva, y porque no hubiera duplicados, á la calle de que nos ocupamos la titularon del Príncipe Alfonso, que le duró seis años, pues en 1868 á la caida de la dinastía de los Borbones, le volvieron á mudar el título y le digeron del General Serrano, que es el que conserva, y no sabemos cuanto tiempo le durará. Algunas veces la hemos visto llamada calle del Postigo de San Bartolomé, porque estaba en ella el del hospital de este título. A la mediacion hay una calleja muy estrecha nombrada del Tomillar, sin que podamos fijar su origen; llegaba hasta la calle hoy de Alcolea, acortando su longitud el derribo de aquel piadoso establecimiento, cuyo solar se ha convertido en plazuela.

Siendo Obispo de Córdoba D. Leopoldo de Austria, vino á esta ciudad el venerable Juan de Avila, á quien sus virtudes, saber y dotes oratorias, le valieron el dictado de Apóstol de Andalucía: predicó en varias iglesias, entre ellas la Catedral, recogiendo tan copioso fruto, que fueron innumerables las confesiones generales hechas por los cordobeses, además de otra porcion de actos enumerados en sus obras y en los Casos raros de Córdoba. Muchos sacerdotes se declararon sus discípulos y otras personas se entregaron con gozo á su dirección. En este tiempo los tejedores de paños trataron de asociarse, y aquel sabio varón les aconsejó la fundacion de un hospital, para el socorro de tantos enfermos desvalidos; prevaleció su opinion y á seguida fundaron el hospital de San Bartolomé y Santa María Magdalena, detrás de la parroquia de este mismo título: dando un real por cada pieza de paño que tegian, llegaron á reunir un fondo suficiente á comprar terreno mas espacioso y apropósito, como lo era el edificio que luego construyeron en la calle de Alcolea; en esto se les unió Pedro Fernandez de Valenzuela, quien aparece como fundador, por lo que fueron patronos de esta casa los Sres. Montesinos, á los que como ofrenda habia de regalárseles todos los años un cubierto de plata. Edificóse el nuevo hospital é iglesia, diciéndose en ella la primera misa en el año 1557, época en que dedicaron aquel á la curacion del venéreo, ya muy generalizado, y se le dijo San Bartolomé de las Bubas para distinguirlo de otros de igual advocación. Falto de reglas, ó estraviadas con otros muchos papeles, el hermano mayor Lic. Andrés Muñoz de los Reyes, de acuerdo con el Rector de la Magdalena Lic. Alonso Ponce de la Rosa, en la tarde del dia 17 de Agosto de 1670, reunieron á los cofrades y redactaron unos estatutos que fueron aprobados en 4 de Setiembre siguiente por el Obispo D. Francisco de Alarcon y su Provisor D. Pedro de Armenta, observándose con gran cuidado durante muchos años. No sabemos cuando ni por qué cambió su instituto, y últimamente solo se abría en cierta época del año, con veinte camas para la curacion de intermitentes, hasta que en 1842 la Junta de Beneficencia se hizo cargo de él incorporándolo al hospital de Crónicos ó del Smo. Cristo de la Misericordia.

El edificio estuvo arrendado, y en 1841 se destinó á Escuela Normal de maestros; despues ésta pasó á Antón Cabrera y volvieron á arrendarlo, y por último en 1860 fué denunciado por ruinoso y el Ayuntamiento, á propuesta de su presidente D. Carlos Ramirez de Arellano, lo compró, derribándolo en 1861 y dejando la plaza que lleva su nombre.

Su iglesia tenia una portada modesta muy sugeta á las reglas de arquitectura: formaba su interior una nave capaz, y el frente lo ocupaba el retablo que hoy está en el altar mayor de la iglesia de la Casa de Expósitos; estaba pintado de encarnado con adornos en oro, teniendo en el centro la imagen del titular, que ya hemos dicho está en la Magdalena, y por cima un gran cuadro que representa á Santa María Magdalena, y es al parecer de algún mérito. En otros altares estaban la Vírgen de los Remedios, con cofradía, y una Concepción, que también están en la espresada parroquia, y la que sacaba el rosario tres veces en semana, la Vírgen de los Dolores, y al final, en una pequeña capilla, un Crucifijo al fresco, de muy mala mano. En este lugar de la iglesia, fue enterrado el fundador Pedro Fernandez de Valenzuela, con una lápida espresándolo, y en 13 de Setiembre de 1655 inhumaron también allí el cadáver del Lic. Juan Muñoz de la Cruz, con un epitafio en su loor, redactado por el escritor cordobes Lic. Pedro Diaz de Rivas.

La hermandad de San Bartolomé hacia fiesta á su titular, y en un principio procesiones para, llevar comida y ropas á los enfermos. En el dia del santo se celebraba en la calle una velada muy concurrida, que trasladada despues á la plazuela de la Magdalena, ha perdido toda su importancia y puede considerarse suprimida.

En las grandes epidemias de 1601 y 1649 y 50, este hospital fué útilísimo: se estableció en él la botica para los enfermos y el depósito de leña, ropas y demás, tan necesario en aquellas tristes circunstancias.

En esta iglesia estuvo establecida muchos años una de las asociaciones que con el título de Escuelas de Cristo, hubo en esta ciudad. Allí hacian sus egercicios religiosos y contribuian, en lo posible, al sostenimiento de las iglesias donde recidian. A esta de San Bartolomé, pertenecieron muchas personas de vida ejemplarisima; así hemos visto escritas y existen en un tomo de papeles varios de la Biblioteca provincial, la necrología ó carta vida del hermano Diego Arévalo, hijo de una humilde familia del barrio de San Lorenzo, donde fué bautizado : dedicado á las faenas del campo dio grandes muestras de virtuoso, entrando en la Escuela de Cristo de San Bartolomé, en cuyo hospital se dedicó á la asistencia de enfermos, llegando á adquirir tal fama de santidad, que todos lo miraron con el mas respetuoso afecto, hasta Octubre de 1757 en que ocurrió su fallecimiento. El otro á que nos referimos es el Bachiller D. Cristóbal Crespo; ganó por oposicion la rectoral de San Pedro, y luego por sus grandes virtudes, lo eligió el Obispo para director del colegio de Niñas huérfanas de la Piedad. En los tres cargos desempeñados por este virtuoso sacerdote, dio pruebas de sus sentimientos piadosos y del esmero con que acudía á el alivio de sus semejantes sumidos en la desgracia. Murió en Noviembre de 1751, á los sesenta y siete años de su edad, de resultas de haberse quebrado una pierna.

En la vida de San Alvaro, se hace mencion de un panadero, vecino del hospital de San Bartolomé, acometido de una horrible lepra, el cual abandonado de todos, se marchó á la cueva de aquel santo, donde á los dos ó tres dias quedó completamente bueno.

Frente á la espresada plaza, hay otra mas pequeña que dicen del Conde de Gavia, porque las casas núm. 3, hoy bodega de los señores Fuentes y compañía, eran las solariegas de los señores de aquel título, quienes habitaron en ellas hasta fines del siglo XVIII que fueron devoradas por un incendio: entonces trasladáronse sus dueños á la del condado de Valdelasgranas que también poseían.

Algunos antiguos cuentan de un conde de Gavia, que queriendo dar grandes reuniones en sus casas, corrió las estancias ó habitaciones, y sea por la mala direccion de la obra ó por el peso de la mucha gente, se hundieron los entresuelos; mas esto no pasa de ser una invención, toda vez que la causa verdadera es la ya referida. En el censo de poblacion formado en 1718, el mas antiguo que existe, aparecen inscritos en esta casa el Conde de Gavia, D. Lope Francisco de los Rios, con su muger D.ª Isabel Fernandez de Morales, siete hijos y varios domésticos, entre ellos dos esclavos.

La calle de Alcolea corresponde á dos barrios : desde la plazuela del Vizconde hasta la de San Bartolomé, á San Pedro, y de allí en adelante, á la Magdalena. Se ha llamado de San Bartolomé, por el hospital, y de la Puerta Nueva; despues llamaron á toda Carrera de la Puerta Nueva, hasta 1862 que la denominaron de Isabel segunda, y por último en 1838 le variaron otra vez el título por el de Alcolea, en memoria del hecho de armas del dia 28 de Setiembre,

Varias son las casas de esta calle dignas de mencionarse como de interés para nuestra historia. En primer lugar hallamos las núm. 96, propias de D. Agustín de Fuentes y Horcas: eran las principales de uno de los mayorazgos fundados por el célebre caudillo Alcaide de Antequera Don Rodrigo de Narvaez : en la esquina de la calle del Pozo  [Francisco de Borja Pavón], se ven los escudos de este apellido y el de los Saavedras.

En el siglo XVI cuando estuvo en Córdoba el ya citado Mtro. Juan de Avila, moraba en dichas casas la Sra. D.ª Teresa Narvaez, tan piadosa y caritativa, que sostenia dentro de aquellas cuarenta camas, donde asistia veinte mugeres y veinte hombres pobres enfermos, cuidando ella con sus criadas á las primeras y el Padre Avila con sus discípulos á los segundos. Con este motivo haremos mencion de un suceso referido en los Casos raros de Córdoba:

Uno de los prebendados de la Catedral, individuo de la aristocracia cordobesa, habia logrado cautivar la atencion de una hermosa joven perteneciente también á una noble y honrada familia: seducida por los alhagos y ofrecimientos de aquel, y sin premeditar el paso que daba, abandonó su casa y marchóse á la del Prebendado, donde estuvo seis ó siete años, durante los cuales dio á luz cuatro hijos. Su vida no era la mas apacible: pasaba el tiempo encerrada en su habitación, y ni era dueña de pasear la casa, porque su seductor la esclavizó hasta el punto de recogar la llave de su estancia; en este tiempo predicaba con frecuencia el Mtro. Avila, y un dia en que todos los de la casa, escepto ella, iban á oirle, llamó desde la ventana á uno de los criados, rogándole hiciera por facilitarle el ir á la iglesia, prometiéndole volverse antes que su amo; negóse al pronto, mas á vista de un lindo anillo que le dio, trajo un manto y puso una escalera por la cual bajó la joven, hasta sin zapatos, y se marchó á la Catedral, costándole gran trabajo colocarse frente al púlpito. Subió á él aquel santo, que en tan alto grado poseia el don de la palabra, y como si la Providencia le hiciese adivinar la vida del Prebendado y su cautiva, fué tanto y tan apropósito lo que dijo, que al terminar entró en la sacristía arrojándose á sus pies, una desgraciada é infeliz muger, en quien nuestros lectores fácilmente reconocerán á la que viene siendo objeto de nuestra narración. Anegada en lágrimas de dolor y arrepentimiento, se puso bajo su amparo, jurándole apartarse para siempre de la vida pasada y terminarla bajo su direccion caritativa: cariñosas y dulces palabras acogieron sus declaraciones, saliendo el Mtro. Avila acompañado de la joven hasta la casa de D.ª Teresa Narvaez, donde con igual afecto fué recibido tan delicado depósito.

Cuando el Prebendado volvió á su casa y abrió la habitación, encontrándose burlado, salió como un tigre, registró hasta el último departamento, pudiendo apenas preguntar, lleno de corage, por el paradero de la fugitiva, de que nadie le daba conocimiento. Sin resultado favorable, salió á la calle, preguntando á cuantos veia, hasta que al fin supo el respetable lugar deposito de su adorada. Bien pronto reunió á sus criados y otros hombres y se dirigió á casa de D.ª Teresa Narvaez, resuelto á sacar de grado ó por fuerza á la muger que buscaba. Súpolo dicha señora y en seguida avisó al Mtro. Avila, quien puso en conocimiento del Corregidor cuanto ocurría en el asunto, decidiéndolo á presentarse, como lo hizo: reprendióle su conducta, amenazó á los que le acompañaban, y todos se retiraron, no sin jurar vengarse de lo ocurrido; mas aquella noche salieron de Córdoba el venerable Padre y la joven, á quienes el Corregidor acompañó hasta dos leguas de la ciudad.

Llegados á Montilla, la Marquesa de Priego, cuyas virtudes eran tan conocidas, se hizo cargo de la joven, teniéndola mucho tiempo en su casa, desoyendo las súplicas del Prebendado, quien, como su pariente, le rogó se la entregase; desde allí pasó á Granada, y por último, curada por completo, volvió á Córdoba, donde vivió honradamente con el producto de cuatro mil ducados que le dieron el Arzobispo de Granada, el Marqués y Marquesa de Priego, y un caballero condolido de su situación. Ya en Córdoba, recogió sus cuatro hijos, dos hembras, que entraron religiosas en un convento de esta ciudad, y los otros dos varones, uno murió muy joven y el otro casó, siendo modelo de hombres honrados. El Prebendado, aunque jamás pudo ver á su fugitiva, dio los dotes para el convento y un capital para el varón al casarse.

La casa donde principiamos nuestro relato, pasó despues á la pertenencia de los Condes de la Jarosa, título que en 1705 concedió Felipe V á Don Alonso Pérez de Saavedra y vino á recaer en la casa de Villaseca, cuyos marqueses arrendaron aquella, llegando al estremo de ser parador de diligencias, y por último la vendieron á censo á D. Francisco Solano Horcas, de quien la heredó el Sr. Fuentes.

En frente hay otra casa núm. 104, perteneciente á uno de los mayorazgos de los Sres. Cárdenas y Caicedos, también incorporado á la casa de Villaseca, por la que fué vendida á censo al Mariscal de campo y despues Marqués de Campo Alegre D. Fadrique Bernuy, natural de Ecija, quien apesar de los antecedentes de su familia, á la muerte de Fernando VII, encontrándose de coronel del provincial de Bujalance, abrazó la causa de D.ª Isabel II, haciendo la guerra de los siete años, en la que prestó muy buenos y señalados servicios, en la accion de Mendigorria y otras muchas en que siempre supo distinguirse como valiente y caballero. Sobre la puerta de esta casa existe un escudo de armas, igual al de la de los Sres. Fuentes, lo que indica han debido pertenecer á una misma familia.

No es menos digna de llamar nuestra atencion la casa taberna esquina á la calle del Pozo [Francisco de Borja Pavón], conocida por la de la Niña del milagro. En ella vivia en 1808, Pedro Moreno, honrado cordobés, quien no pudiendo sufrir que su patria gimiera bajo el yugo de las águilas francesas, se asomó al balcón cuando entraba por la Puerta Nueva el general Dupont y le disparó su escopeta, matándole el caballo é hiriendo á uno de sus edecanes; tan heroica imprudencia, provocó la ira de los soldados franceses, quienes entrando en la casa asesinaron á cuantas personas vieron, incluso el Moreno, sin esceptuar mas que á una niña de pecho que sacó uno enganchada en la bayoneta de su fusil y se la dio á una muger que por caridad la conservó hasta que volvió á su familia: en edad apropósito entró de religiosa en el convento de Jesus María, del orden de San Francisco de Paula, desde donde pasó al de Santa Isabel de los Angeles, en el que existe haciendo el oficio de portera, y es conocida por Sor María de Jesus Moreno.

La citada calle del Pozo que afluye á la de Alcolea, nada de particular ofrece: debe su nombre á un pozo que había en una de sus casas á disposicion del público, entrando por un callejon, al que se bajaba por dos ó tres escalones; suprimióse á principio de este siglo por considerarlo innecesario con las dos fuentes cercanas de la Magdalena y Campo de San Antón; en la casa núm. 18 de esta calle [hoy en lamentable estado] nació el notable escritor D. Francisco de Borja Pavón.

Frente á espresada calle y en la esquina de la casa del Sr. Marqués de Campo Alegre, hubo hasta 1841 un cuadro que representaba á Jesus Nazareno, copia del de Valdés que estuvo en la Zapatería, hoy, calle del Liceo.

Hacia la esquina de la calle Ancha de la Magdalena principia una cloaca ó alcantarillado que termina en el Caño de Venceguerra [para saber más, ver blog notascordobesas].

En el sitio de que nos hemos ocupado empieza la calle de las Ferias, que solo pertenece á este barrio hasta la de Frias que vuelve á enlazar con la ya descrita plazuela del Conde de Gavia. Se llama de las Ferias, porque, desierta casi por completo durante el año, solo se veia concurrida en las veladas de Santiago y San Bartolomé y feria de la Fuensanta, en que el tránsito era mucho, y mas aun antes de abrirse la Puerta Nueva, hoy de Alcolea. La calle de Frias divide los barrios de la Magdalena y Santiago, correspondiendo cada acera á uno de ellos: tomó el nombre de la ilustre familia de este apellido, cuyas casas no se puede fijar con exactitud; mas sí aseguramos el origen del título: hemos visto el testamento de D. Rodrigo de Frias, caballero de Alcántara, que falleció en 1488 y fué enterrado en su capilla de la parroquia de Santiago, circunstancia que nos induce á creer que ha de pertenecer á uno de los entronques de la casa de Gavia.

A la entrada casi de la calle de las Ferias está la travesía llamada del Horno de la Cruz Verde, por una bien grande que habia en la esquina con un brazo á cada calle, y que denotaba ser la propiedad de la casa del Tribunal de la Inquisición: sigue Barrio Nuevo, que en su mayor parte corresponde á Santiago, y desde 1868 encontramos en este punto otra salida al Campo de San Antón, mejora y comodidad que dio á aquellos vecinos el derribo de las murallas realizada en aquel tiempo, sin el cuidado necesario para que no se hiciesen tantos desaciertos.

La Puerta Nueva, hoy llamada de Alcolea, ¡cuántos recuerdos históricos conserva! Mudo testigo de la grandeza y de la desgracia, ha visto pasar por ella, lo mismo los ejércitos que han venido á humillarnos, que los que han sabido dar tantos dias de gloria á las armas españolas; por ella hemos ido en busca de la victoria ó de una muerte gloriosa: ¡qué diremos de este monumento, raquítico en su forma, pero grande en sus recuerdos, ostentando por tales los agugeros de las balas del ejército invasor; abiertas sus puertas á cañonazos por ser las primeras que pretendieron cerrar el paso á los que venían á robarnos nuestra idolatrada independencia! Mas, concretémonos á nuestra misión, cual es hacer indicaciones sobre cuanto existe en Córdoba, y dejemos á mejor cortada pluma los comentarios que en este y otros sitios pueden hacerse y que vendrían á alargar demasiado nuestra obra.

Esta puerta se abrió en el año 1518, adquiriéndose al efecto una casa que existia en aquel punto, segun acuerdo de la Ciudad, en acta de 18 de Junio que hemos visto: se hizo esclusivamente para el paso y servicio de los vecinos de aquel barrio; su primitiva fábrica fué un arco bastante bajo, por estilo de la puerta del Osario, teniendo por cima y exteriormente una capilla en que se daba culto á una imagen de la Vírgen. despues de construida por Carlos III la carretera general de Madrid á Cádiz, se hundió aquella obra, llevando la Vírgen al Cármen y edificando la portada en la forma que la vemos; los asientos de la parte de fuera quedaron formando un callejón, y en 1854 el ya citado Alcalde Sr. García del Cid, los mandó separar, formando la esplanada que tiene, y fué cuando quedó dentro el álamo que vemos saliendo á la derecha, y respetado por su lozanía.

Por esta puerta han entrado en Córdoba muchos personages que ocupan distinguidos lugares en la historia de España, y creemos deber consignar algunos como recuerdos dignos de conservarse. El dia 22 de Febrero de 1570 entró por ella, bajo palio, el Rey Felipe II: la Ciudad tuvo aviso de su venida: se reunió con todos los individuos, nobleza y demás escolta en las casas Capitulares, que eran la núm. 5 de la calle de Ambrosio de Morales, y salieron á caballo por la Puerta Nueva, siguiendo por San Sebastian hasta el alto que forma el camino del Palvorin mas allá del jardin de Miraflores; allí echaron pié á tierra esperando que llegara el Rey: éste vino al fin, y al verlos se bajó también de su caballo y prestó el acostumbrado juramento de respetar los fueros y privilegios de Córdoba, que le recibió el Corregidor D. Francisco de Zapata y Cisneros, emprendiendo á seguida la marcha entre los vivas y aclamaciones tan de cajón en estos casos; pasaron por delante de unos tablados cubiertos de paños de corte ó tapices, formados entre San Sebastian y San Juan de Dios y á los lados de la puerta de la Ciudad; en ellos estaban las señoras cordobesas y unas buenas y numerosas músicas de atabales, chirimías y otros instrumentos de aquella época; el Rey siguió por San Pedro, Corredera, Esparteria, Marmolejos, hoy Ayuntamiento, Puerta de hierro (Zapatería), Arquillo (Arco Real) á las casas Capitulares, y despues á la Catedral y palacio del Obispo, donde se hospedó. Para este recibimiento se compuso la puerta, se quitaron unos montones de tierra y escombros, y se mandaron retirar una porcion de depósitos de estiercol, todo lo cual consta en los capitulares que se conservan en el archivo del Ayuntamiento.

En unos manuscritos de aquel tiempo encontramos otros curiosos datos sobre la venida á Córdoba del Rey Felipe II, dignos de ocupar un preferente lugar en nuestra obra.

A principios de Diciembre de 1569 convocó el Rey cortes para Córdoba en el siguiente año, y en el mismo mes escribió á la Ciudad, dándole la noticia, y al Obispo notificándole su venida y aposentamiento en el palacio Episcopal, donde se empezaron á hacer los preparativos, ocupándose en ellos mas de doscientos trabajadores. El Obispo D. Cristóbal de Rojas, con licencia del Cabildo, se trasladó al hospital de San Sebastian, hoy casa de Expósitos, llevando los enfermos al de Antón Cabrera, permaneciendo así todo el tiempo necesario. A poco vinieron á Córdoba los aposentadores de su real casa Fernando de Frias, Francisco de San Vicente y Juan Diaz de la Peña, quienes designaron las habitaciones del Rey y comitiva y aun las casas en que habian de hospedarse los demás personages que se esperaban. A los pocos dias empezaron á venir algunos para asistir á las Cortes, y el dia 10 de Enero de 1570, entró por la Puerta Nueva, el Cardenal de España, Presidente del Consejo Real é Inquisidor general: hízosele un gran recibimiento, saliendo los individuos del Tribunal de Córdoba con su estandarte, acompañándole hasta las casas de D. Diego de Córdoba, hoy las de la Sra. Duquesa de Almodovar del Valle, donde se hospedó unos dias, trasladándose despues con el Obispo al hospital de San Sebastian; aquella noche hubo repique, iluminaciones y cohetes. Para el recibimiento del Rey se entoldaron las calles por donde habia de pasar hasta palacio y se pusieron en ellas multitud de colgaduras y otros adornos, con especialidad en la fuente de la Corredera y en el Arquillo del Salvador, que desde entonces se llamó Arco Real. Salieron los Jurados vestidos de terciopelo verde y gorras de lo mismo y con los forros de raso amarillo, y los caballeros Veinticuatros, de terciopelo carmesí y forros de raso blanco: hecho el juramento, colocóse el Rey bajo un palio de brocado con veinte y dos varas, que tomaron los segundos: montaba un hermoso caballo castaño oscuro, y vestía de negro con saco y capote y el sombrero con que tanto se distingue en sus retratos. Iban delante cuatro Reyes de Armas con coronas sobre las mazas; detrás otros cuatro con dalmáticas de brocado bordadas y en ellas pintadas las armas reales, y delante del palio, dándole la derecha, se veia al Prior de San Juan, á caballo, descubierto y con una espada ancha descansando en el hombro, y detras toda la escolta y comitiva. Dos dias despues vinieron los Príncipes de Hungría D. Rodulfo y D. Ernesto, los que se hospedaron en las casas del Camarero. Venían con el Rey además del Cardenal, el Duque de Feria, el Marqués de Mondéjar, el Príncipe de Mantua, el Conde de Chinchon, el Prior de San Juan, el Marqués de Cifuentes, el Conde de Aguilar de Campoa, el Marqués de Villena, el Marqués de Berlanga, el Marqués del Carpio, el Conde de Orgáz, el Marqués de Buendía, Vespasiano, Príncipe del Imperio, señor italiano, el Embajador de Francia, el de Portugal, el de Venecia, el del Príncipe de Parma y otros varios personages. El Obispo y su Cabildo salieron á recibir al Rey á caballo, y en cuanto le besaron la mano, cerca de Miraflores, se vinieron á todo correr para esperarlo en la puerta del Perdon. En esta habian puesto un altar con la Vírgen y una reliquia. Formado en procesión todo el clero con las cruces parroquiales, segun el ceremonial, y llegado que hubo, se arrodilló, y el Sr. Espinosa, Cardenal de España, le dio agua bendita, y el Obispo de Córdoba le presentó á besar la reliquia; desde allí entraron en la iglesia, y despues de las oraciones que el ritual previene, se retiró á su palacio.

Felipe II permaneció en esta dos meses: celebráronse las Cortes, aunque no terminaron su cometido, y salió para Sevilla; durante su estancia, adoptó varias disposiciones para sofocar la rebelión de los moriscos de Granada; visitó casi todos los templos, entrando de rodillas en el de los Mártires, é hizo algunas cosas que consideraba beneficiosas á sus vasallos. despues regresó á Córdoba, pasó en ella algunos dias, entre ellos el del Corpus, cuya procesión se hizo aquel año con una solemnidad nunca vista: las calles ostentaban multitud de altares costeados por los gremios y comunidades, continuamente llenas de un gentio inmenso, tanto de Córdoba como de los pueblos cercanos, de donde acudió á ver al Rey y comitiva: éste asistió á pié y descubierto; cuenta D. José Antonio Moreno Marin, en sus Anales, M. S., que diciendo al Rey uno de sus privados que no fuera con la cabeza descubierta por lo intenso del calor en Andalucía, le contestó sonriendo: «No tengáis miedo, que el sol no hace mal en estos dias,» demostrando así sus sentimientos religiosos, un Monarca á quien todos los historiadores nos presentan de un modo completamente contrario.

En 22 de Febrero de 1624, entró también por la Puerta Nueva el Rey Felipe IV, en un carruage y acompañado de su hermano el Infante Don Carlos; venian á los estribos el Duque del Infantado, el Conde de Olivares, el Almirante de Castilla y el Marqués del Carpio, y seguían el Cardenal Zapata, el Nuncio de Su Santidad, el Patriarca y otros títulos y grandes que venían de córte; siguieron por San Pedro á la Corredera, Espartería, Libreros, Feria, al palacio Episcopal, donde el Rey, el Infante y Olivares, tenían preparado su hospedage, apesar de no haber avisado el dia de su llegada. Al momento se cundió por la ciudad la noticia de su venida, y el Corregidor, los Veinticuatros y los Jurados, acudieron á cumplimentarle y á la vez disculparse por no haber salido á recibirle por la falta de aviso, contestándoles hacerlo así porque no quería que sus pueblos se sacrificasen con inútiles gastos para los obsequios de costumbre.

A las diez de la mañana del siguiente día, pasó el Cabildo eclesiástico á besarle la mano, invitándole á la vez á que visitase la Catedral: ofreciólo así para la tarde, y cumpliendo su palabra, entró por la puerta del Perdón, donde lo recibió el Cabildo con todo el clero de Córdoba y él Cardenal Zapata que le dio el agua bendita; sin detenerse mas entró en la iglesia, pasando al altar mayor por las puertezuelas del coro, orando el tiempo que se cantó el Te-Deum y se hicieron las ceremonias en el ritual prevenidas, llegando en esto la noche, que le impidió ver lo demás de aquel singular templo.

El dia 24 visitó el convento de San Pablo y colegio de Jesuitas, y cuando regresaba se encontró el Viático para un enfermo, dejando en seguida el carruage al sacerdote, al que acompañó á pié con un cirio hasta la Catedral; entonces la visitó, enterándose de todo, contempló los sepulcros de Fernando IV el Emplazado y Alfonso XI, que aun estaban allí, y salió por la puerta llamada del Dean. El dia 25 fué al convento de San Gerónimo, el 26 asistió á una funcion de quince toros, que se celebró en la Corredera, obsequio de la Ciudad, y el 27 á las seis de la mañana emprendió su marcha para Sevilla.

Han entrado además por esta puerta Carlos IV, Fernando VII é Isabel II, ésta en la tarde del 14 de Setiembre de 1862, de cuyo viaje imprimió D. Luis Maraver un libro titulado La Córte en Córdoba.

También han pasado una multitud de personas notables, cuyos nombres no es posible decir; pero recordamos á José Bonaparte, al Conde de Floridablanca, Sidi-Amet el Gacel, á quien hicieron varios festejos, los Duques de la Victoria, Tetuan y Montpensier, los generales Dupont y Godinot, verdugo de los cordobeses, Thiers, Cabrera, el Embajador Fuad-Effendi, el hermano del Emperador de Marruecos Muley-El-Abbas, Alejandro Dumas padre é hijo, Fr. Diego de Cádiz, La Fuente, y además han hecho por allí su entrada en Córdoba, casi todos los obispos que hemos tenido desde el siglo XVI. Las puertas son las mismas que habia cuando la venida de los franceses y fueron abiertas á cañonazos, cuyos agugeros conservan, el dia de la batalla de Alcolea, (1808) de la que también nos ocuparemos.

Mucho se habrán cansado mis lectores con el largo paseo que les he obligado á dar por todo el barrio de la Magdalena, cuyo piso no es muy apropósito para el caso; mas nos hemos salido al campo: en él, con menos fatiga, podemos continuar nuestras investigaciones. Entre las puertas de Alcolea y Andújar, hay un camino muy frecuentado, y á causa de los muchos años que estuvo cerrada la segunda, se ha cometido un abuso que nadie ha tratado de remediar y que calificamos de escandaloso. Dos caminos han desaparecido, ambos bien anchos, uno que desde la puerta partía al Campo de San Antón por detras del convento del Carmen, y otro que constituía parte de la ronda, incorporándose con la actual, en el rincón que le han hecho formar entre la muralla y una tapia de la huerta de la Cruz, y no solo se han perdido estas útilísimas servidumbres, sino que ha pechado el Ayuntamiento con el gasto que ocasiona la limpia del arroyo de San Lorenzo, cuando por aquel lado, es obligacion ó carga del haza que forma el altillo: este era un egido, y en 1491, la cedió la Ciudad á Gutierrez de los Rios, con la condicion de tener limpio el cauce del ya citado arroyo, sin cuyo cumplimiento quedaba nula la sesión que se le hacia.

El Campo de San Antón, es el trayecto desde la puerta de Alcolea á la esquina de San Juan de Dios y sigue hasta la que forma el edificio de Madre de Dios, hoy Asilo de Mendicidad; toma el nombre de un hospital convento de San Antonio Abad, que estaba contiguo al de San Juan de Dios, en lo que hoy se llama también Huerta de San Antón. Su fundación, que no hemos podido aclarar, es casi á seguida de la conquista: tenia una comunidad ó especie de monges al cuidado de los enfermos, y poco á poco fué estinguiéndose, tanto, que en el censo de poblacion de 1718, ya solo habitaba en él un anciano llamado D. Francisco Julián de San Martin, presbítero, á quien decian el Comendador, título que debía ser el de presidente ó ge fe de aquella congregacion, y un sacristán encargado de la iglesia. Mucho despues, el virtuoso Obispo D. Agustín Ayestarán, quiso crear un hospicio ó casa de misericordia, é hizo la fundación, destinando este lugar para ello: intentaba sacar de cimientos un edificio conforme á sus deseos, y á este fin hizo derribar el antiguo de San Antón, cuyo titular y el Cristo de las Tribulaciones, ya hemos dicho que están en la Magdalena; iban á principiar la obra, cuando la muerte privó de la vida á tan piadoso Prelado, y todo quedó en proyecto, hasta que despues lo llevó á cabo el no menos digno Sr. D. Pedro Alcántara Trevilla.

En aquella iglesia se hacian tres fiestas todos los años, por varios gremios y principalmente por los casilleros ó trabajadores de cáñamo, de que hemos ya hablado, y sostenian en Córdoba una industria de muchísima importancia, pues ascendia á trece el número de fábricas de cordelería que hubo en este sitio, ocupando á mas de quinientos operarios: ha decaído de una manera lastimosa.

El Campo de San Antón es una de las salidas mas amenas de Córdoba, y á fines del siglo XVIII quizá el único paseo con que se contaba: aquellos álamos fueron plantados por primera vez en Enero de 1772, despues de haber allanado el terreno que estaba lleno de grandes montones de granzas y tierra, y en el siguiente año, ó sea en 1773 se construyeron la mayor parte de los asientos, pues había algunos hechos en 1749 con los sillares de una torre que derribaron. La fuente que hay enmedio está dotada con seis pajas del agua llamada de la Palma: la hicieron en 1746 y tuvo otros cuatro caños en el pilar del centro; el que está al lado de la ciudad tiene la parte alta ladeada, ó sean las piezas torcidas, ocasionadas de un golpe que le dio un álamo que fué arrancado por un huracán, sin que sepamos el año fijo, aunque sí haber ocurrido en el presente siglo. Entre esta y la puerta de Alcolea, hay un modesto monumento ó triunfo, como llaman los cordobeses, dedicado á San Rafael por aquellos vecinos en el año 1747; dícese que la escultura que lo corona, es debida á un modesto escultor ó cantero llamado Estrella. En 1870 la han dado de colores, haciéndole perder el poco mérito que tenia.

Forma esquina un edificio, casi por completo en alberca, á causa de un incendio: era el hospital de la orden de San Juan de Dios, que tantos establecimientos de esta clase llegó á tener en España. Este fué primero hospital de San Lázaro, fundado en 1290 por Sancho IV para la asistencia de los pobres enfermos. Las continuas correrias que los moros solian hacer en las tierras conquistadas por los cristianos, llegaron algunas veces hasta las murallas de Córdoba, y en una de ellas robaron cuanto habia en este hospital: para remediar el daño, Alfonso XI en 1346 le dio el privilegio de pedir limosna, tanto en esta ciudad como en los pueblos, con lo que se subsanó lo saqueado y se hicieron otras mejoras. Así continuó esta casa cumpliendo su benéfico instituto, hasta 1570 que entró en ella la orden hospitalaria de San Juan de Dios, á la que Felipe II concedió en 1580 la propiedad del edificio y bienes, que poco á poco fué aumentándose con las donaciones que le hacian, llegando á reunir un caudal considerable, contando en él el cortijo de las Pilas.

Los frailes siguieron admitiendo aquella clase de enfermos, hasta que faltando, empezaron la curacion de heridas y otros padecimientos.

A esta fundacion vino á Córdoba el siervo de Dios Fr. Baltasar de la Miseria, hijo de los Marqueses de Camarasa, quien teniendo que ausentarse, dejó encargado al no menos virtuoso Fr. Juan Marin, el que mejoró el edificio y puso veinte camas para hombres y veinte para mugeres, ampliando despues doce mas para convalecientes, con las donaciones que hizo la Sra. D.ª Teresa de Córdoba, y por falta de estas rentas el Obispo D. Francisco Alarcon, contribuyendo también á todos estos gastos D. Pedro Enriquez de Rivera, Matias Ruiz y otros. La dotacion debia ser de doce religiosos, uno ó dos sacerdotes, lo que hubo de reformarse, puesto que en 1718, habia veinticuatro: correspondía á la provincia de la Paz de Andalucía.

Varios son los hijos de este convento que se han distinguido, y nos creemos en el deber de mencionar á Fr. Gregorio de Taguada, á quien en 1580 echó el hábito Fr. Marin, que despues de distinguirse en la asistencia y caridad con los enfermos, fué á curar los de la Armada en la jornada de Inglaterra, quedando cautivo de los moros, con los que sufrió muchos trabajos y penalidades, hasta que Felipe II lo rescató y señalo cinco reales diarios mientras viviese; entonces se marchó al convento de la Paz en Sevilla, y sabiendo en 1600 la gran peste que se padecia en Córdoba, vino á ella, donde murió en gran opinion de santo, despues de haber asistido á muchos invadidos. En 1588 tomó el hábito Pedro de Ubeda, natural de Cabra, que también prestó grandes servicios en dicha epidemia hasta que terminó, y entonces se marchó á los pueblos en que supo hacia mas estragos, asistiendo á tantos enfermos y con tanta caridad, que mereció la fama de santo, con la que al fin murió el dia 30 de Abril de 1610, en el convento de Fortuna, donde se conservaban sus restos con gran devoción, siendo despues trasladados á Porcuna, villa á que se mudó aquella casa. En la epidemia que padeció Sevilla en 1599, pidieron auxilio á este convento los frailes de su orden, y fueron á ayudarles Fr. Fernando Lanzas y Fr. Juan de Herrera, los que al año siguiente volvieron á Córdoba para asistir á los enfermos y los acompañó Fr. Francisco Lanzas.

En 1609, quiso Felipe III que algunos frailes de San Juan de Dios fuesen con el Marqués de San Germán para asistir á los enfermos de la fuerza de Larache, y el General de la orden Fray Pedro Egiciaco, designó ocho de este convento con Fr. Gaspar Ballor, quien hacia las veces de prior en esta espedicion, en la que prestaron muy buenos servicios.

Juzgamos ser este el lugar mas apropósito para mencionar otros religiosos de San Juan de Dios cordobeses, dignos de tal consideración, aun cuando no pertenecieron á este convento.

Fr. Francisco dé la Caridad nació en Córdoba, donde estudió y sentó plaza en una de las compañías que mandó esta ciudad á combatir la rebelión de los moriscos de Granada, contra los cuales peleó bizarramente: apasiguada aquella, tomó el hábito en San Juan de Dios de espresada capital, en manos del P. Fr. Rodrigo de Sigüenza, 1572, quien lo destinó á cuidar los enfermos de la cárcel, haciéndose casi indispensable por su cariñoso carácter y la habilidad que tenia para la póstula, permaneciendo en esta ocupacion muchos años, con lo que perdió el derecho á profesar; mas como esta idea no lo abandonaba, gestionó por irse al convento, y en 1615 logró que nuevamente le diese el hábito el primer general de la orden en España Fr. Pedro Egiciaco: su vida fué una serie no interrumpida de actos de virtud, hasta que murió en 1° de Noviembre de 1621; el grande y merecido concepto que gozaba, hizo le señalasen una sepultura distinguida cerca del púlpito de su iglesia, y diez años despues, al abrir para enterrar á otro, lo encontraron como el dia de su fallecimiento; entonces le pusieron una losa con una gran cruz, en tanto que se incohaba el espediente para beatificarlo.

Fr. Andrés de Castro, cordobés, ya de edad madura, entró en el convento de Osuna, donde murió en gran opinion de santo.

Y Fr. Diego de San Juan, hijo de Pedro Lopez Salvago y de Catalina Ruiz, tomó el hábito en el convento hospital de la Misericordia de Cádiz: en 1622 se ofreció á pasar á la India, donde fué prior en el convento de Santa Fé de Bogotá: en este tiempo se intentó la conquista de Chocoe, yendo á ella con otro de los religiosos puestos á su obediencia; con el objeto de desembarcar en punto mas interior, hicieron unas canoas para navegar por una ria, y viéndolos los indios, se pusieron á el acecho, haciendo volcar aquellas pequeñas y frágiles naves y asesinando á los navegantes conforme salian á nado á las orillas; mas chocándoles el trage de los dos frailes, los agarraron y empezaron á darles toda clase de martirios, los apedrearon, pasaron las barbas con hierros, cortaron partes de sus miembros, y por último los acabaron de matar á lanzazos, guardando las pieles de sus cráneos para que les sirviesen de gorros, prendas que ellos tienen en gran estima, y se los comieron como acostumbraban hacer con casi todos los cristianos. Véase la Crónica de la orden de San Juan de Dios, de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca provincial.

El edificio del convento de Córdoba es muy capaz: sus enfermerías anchas y ventiladas, servían lo mismo en verano que en invierno por estar sobre sótanos, y el patio, espacioso y con fuente en el centro, aun tiene claustros en ambos pisos, sostenidos por columnas, algo bajas, de mármol mezcla llamado jaspon de Cabra. La iglesia terminada en 1641, forma cruz latina, es pequeña, pero muy bonita; tenia entre otras imágenes la de San Lázaro, que revelaba su mucha autigüedad, Ntra. Sra. de la Zarza, pintura en tabla, denominada así por una que cubria un pozo en que fué hallada poco despues de la conquista, San Carlos Borromeo y San Juan de Dios, imagen de vestir que costeó uno de los Sres. Marqueses de Villaverde. En la iglesia y el claustro habia algunas pinturas originales del artista D. José Cobos, natural de Jaen, que murió en Córdoba y está enterrado en San Andrés. Cerca de la bóveda hubo veintiuna tablas representando sucesos de la vida y milagros de San Juan de Dios, pintadas por Juan Francisco de Quesada, discípulo de Antonio del Castillo, y el cual debió nacer en Córdoba hacia el año de 1632.

En 1808 cuando los franceses entraron en Córdoba, saquearon este hospital, destrozando cuanto en él encontraron: despues en 1810 esclaustraron á los frailes y repartieron todos los efectos; la imagen del titular estuvo en la Magdalena hasta la tarde del dia 20 de Octubre de 1814 que, restablecida la comunidad, volvió á su iglesia en una procesión muy solemne.

Los frailes siguieron la asistencia de los enfermos, y en sus últimos años hicieron un contrato con los militares, por estancias, y se dedicaron á ellos solos, dando lugar á que en 1835, cuando la esclaustracion, se hiciesen dueños del edificio, que aun conservan, apesar de las reiteradas reclamaciones de la Junta de Beneficencia para que se lo entregasen, por proceder del antiguo hospital de San Lázaro. El caudal sí se recogió y agregaron á la casa central de Expósitos, contándose el cortijo de las Pilas, que equivocadamente vendieron en la época de los años 1820 al 23, creyéndolo de los frailes; la venta se anuló, habiéndola realizado de nuevo con arreglo á las últimas leyes. La Administracion militar siguió con los enfermos, cuya asistencia contrataba contra toda conveniencia, y despues que se los llevó al hospital provincial de Agudos, lo destinó á depósito de provisiones; en esto siguió, hasta que á el amanecer del dia 25 de Julio de 1887, las campanas de toda la ciudad dieron la señal de fuego, y en poco mas de una hora, vimos consumirse todas las armaduras y entresuelos de este edificio, quedando en el lamentable estado en que se encuentra. Las imágenes de la iglesia se llevaron á las oficinas de la Administracion militar, y no sabemos que habrá sido de ellas, á escepcion del San Juan de Dios, que en clase de depósito está en la auxiliar de San Basilio. Poseia varias reliquias, cuyo paradero ignoramos.

Hacia el año 1600, ocurrió con los religiosos de San Juan de Dios un caso de que se dan muy pocos ejemplos. En aquella época cualquier suceso ocupaba la atencion de todos, dándole muchísima mayor importancia y aun mas á los que causaban alguna excomunión, severo castigo con que el clero amenazaba á los pueblos, corporaciones ó particulares, quienes al solo anuncio de tan terrible golpe obedecían con presteza, aun en los puntos en que debiera dárseles la razón, y lo mas raro era el aplicarlo en casos agenos completamente al dogma, como sucedia al pago de los impuestos.

Por este tiempo el Cabildo reclamó á la comunidad de San Juan de Dios los caidos del diezmo de los frutos de las posesiones de su pertenencia, á lo cual se opuso aquella, considerándose exenta ó libre de tan pesada carga, por egercer la hospitalidad.

Promovióse un pleito en que intervenía el Obispo, quien hizo cuanto pudo por convencer á los frailes; mas estos se mostraban cada vez mas obstinados, hasta que el juez del proceso los declaró públicos excomulgados, y en su consecuencia se mataron candelas en la parroquia de Santa María Magdalena y en otras iglesias de la ciudad, sin que los religiosos se diesen por vencidos: se agravaron las penas, se mandaron apedrear y apedrearon las puertas del hospital de San Juan de Dios, y las campanas anunciaban con lúgubre tañido el anatema que caia sobre aquellos desobedientes hijos de la iglesia. En toda la ciudad no se hablaba de otra cosa, y previendo el mas triste desenlace, algunas personas de influencia principiaron á trabajar con los religiosos y el Cabildo á ver de cortar el escándalo, que no otro nombre merecía ya la cuestión del pago de los diezmos. Hubo varias conferencias, proposiciones y negativas por ambas partes, y despues de todo se convino en que el convento-hospital de San Juan de Dios pagase el diezmo de sus fincas, esceptuando el ganado lanar y la huerta que está á su inmediación, y que el Cabildo perdonase los atrasos reclamados. Entonces los religiosos pidieron la absolucion de las censuras contra ellos fulminadas, á lo cual accedió el Obispo, celebrándose un acto público en la iglesia de la Magdalena.

El día señalado para la absolución, salieron los frailes de su convento en procesión y en trage de penitentes, entraron en la parroquia, donde los aguardaba el Obispo sentado bajo un docel á la derecha de la capilla mayor, hincáronse de rodillas, y poniéndose el Prelado de pié y con su mitra, rezó un exorcismo y varias oraciones; arrodillóse también y la música entonó el Miserere; entretanto, varios sacerdotes vestidos de sobrepellices, daban con unas varas pequeños golpes en las espaldas de los penitentes; despues dijo el Obispo unos versos y oraciones, y entonó por último el Veni creator spiritu, descubriendo á la vez la cruz del altar mayor que estaba oculta bajo un velo negro: recibieron la bendicion, y las campanas principiaron un repique que difundió la alegría por toda la ciudad.

Así terminó el acto, y con él una de las cuestiones que mas han escandalizado en Córdoba; la parroquia de la Magdalena, no solo estaba llena de la gente que habia acudido, llevada de la curiosidad, sino por todos los prelados de los conventos de la ciudad, quienes despues acompañaron al suyo á los religiosos, que en aquel dia se vieron libres de la excomunión que sobre todos ellos pesaba.

A fines de Noviembre de 1698, sufrieron los frailes otro contratiempo que les causó bastantes perjuicios.

Las muchas aguas que en aquellos dias descendieron sobre los campos, hizo que los rios creciesen y que los arroyos hicieran por asimilárseles: el de San Lorenzo no continuaba lamiendo la muralla, sino uniéndose detrás de aquel hospital con el que llaman de las Piedras y mas adelante de la Fuensanta: su cauce, obstruido por las granzas é inmundicias, no dio paso á la corriente, la que anegó el barrio de San Lorenzo, y en este lugar rebosó, penetrando en la iglesia, de la que cubrió la mesa del altar, obligando á los religiosos á subir el Santísimo á las habitaciones altas: los sótanos se inundaron por completo, perdiéndose el aceite, vinagre, carbón y cuantas prevenciones habia para la comunidad y enfermos á su cuidado. Esto se comprende fácilmente, considerando el caudal de aguas que aun corre alguna vez por uno y otro arroyo, entonces reunidos en uno solo.

Delante de aquel hospital, como á unas ocho varas de distancia, habia una fila de columnas de granito, marcando la jurisdicción; el Alcalde Sr. García del Cid, mandó á principios de 1854 que se quitaran para utilizarlas en un matadero proyectado á las afueras de la puerta de Andújar, donde aun permanecen tiradas sin aprovechamiento; mas al ir á arrancarlas se opuso la guardia, armándose una cuestión con los trabajadores, que tuvieron que huir al ver que aquella les apuntaba con los fusiles, tanto, que fué preciso suspender la operacion y hacer una consulta, despues resuelta á favor del Ayuntamiento. Frente á este edificio y al lado opuesto de la carretera, hay dos posadas muy antiguas que se han conocido por el Mesón de San Antón y el Mesón pintado, cuyas memorias alcanzan al siglo XV; antes de la construccion de los ferro-carriles, eran de los mas concurridos y productivos de Córdoba, y mas allá, pasado el camino de la ronda, hay otro edificio, hoy fábrica de jabón duro, que era la antigua y venerada ermita de San Sebastian, fundada segun algunos escritores, hacia el año 1400, en memoria á una gran epidemia que sufrió Córdoba en el siglo XIII, agradeciendo la intercesión del santo mártir en aquellas azarosas circunstancias.

Cerca de cuatro siglos despues, encontrándose ruinosa en 1761, fué reedificada á espensas de la Sra. D.ª María Gutierrez de los Rios, quien además hizo todo lo necesario para el culto. Volvióse con los años á poner muy falta de reparos, y en 1849, labrando la iglesia del cementerio de San Rafael, trasladaron á ella las imágenes de San Sebastian, San Roque y San Lorenzo, con un Apostolado muy mediano, y dejando abandonado el edificio: se incautó de él la Hacienda y lo vendió, como hace con cuántos bienes caen en su poder. Esta iglesia tuvo su cofradía y se veneraba en ella una Vírgen denominada de la Salud de las Eras, por haber sido encontrada á poco de la conquista, en un pozo que habia en una donde se edificó la ermita, por lo que á sus aguas se le atribuian virtudes medicinales: hoy recibe culto en la ermita de la Aurora.

En Córdoba ha sido muy grande y fervorosa la devocion á San Sebastian, á quien se acudía en todos los apuros, y en agradecimiento á sus beneficios, el Ayuntamiento acordó en 11 de Octubre de 1679 hacerle todos los años una fiesta en su dia, á la que habia de asistir la corporación, como hasta 1872 lo ha venido haciendo.

Algunos de los otros retablos están sirviendo en Santa Marina y la Fuensanta. El pequeño huerto que tuvo, fué uno de los cementerios generales cuando la invasión de la fiebre amarilla en 1804.

Hemos hablado minuciosamente de los hospitales de San Antón y San Juan de Dios ó San Lázaro, del Mesón pintado y de la ermita de San Sebastian, y por lo tanto nos consideramos en el deber de consignar ciertos apuntes que á todos se refieren.

En el año 1599 se desarrolló en Sevilla una horrible y mortífera epidemia de landre, de que ya hemos hecho indicaciones; al siguiente se presentó en Córdoba, durando hasta 1601, siendo tantas las víctimas, que solo en el nombrado Hospital Real de San Lázaro fallecieron dos mil ciento treinta y ocho enfermos: lo mas fuerte del contagio fué desde principios de Abril de 1601 á fin de Junio de 1602; durante este tiempo y aun antes, hubo muchas rogativas á todas las imágenes mas veneradas, algunas de las cuales salieron en procesión, como lo fué Ntra. Sra. de Villaviciosa, los Santos Mártires y San Rafael.

En esta aflicción, se cundió por toda la ciudad, que una vecina del compás de San Agustín, viendo que un hijo suyo estaba muy malo con el landre, que le habia aparecido, le puso sobre él, por consejo de una monja, uno de los panecillos de San Nicolás de Tolentino, y que en el acto sanó: entonces otros hicieron lo mismo, y todos los que obraban con fé, consiguieron idéntico resultado, hasta el número de ocho, y para fallar si eran ó no milagros, el 22 de Enero de 1602, se juntaron en San Agustín cuatro médicos y cerca de treinta teólogos y abogados, bajo la presidencia del Provisor D. Fernando Molina y Saavedra, quien, despues de oir á todos, declaró aquellos como verdaderos milagros: fueron celebrados con una gran fiesta, repique é iluminaciones, y publicados con clarines por toda la ciudad; despues se hizo lo mismo con otros trece casos iguales, todo lo cual constaba en cuatro cuadernos ó procesos que se conservaban en el archivo de aquel convento. Con estos portentos y las declaraciones de milagros, hechas oficialmente, era grande la concurrencia que acudia á rogarle á San Nicolás, así como las hermandades que iban en procesión, tanto que la Ciudad, la Junta de la Salud y el Cabildo, decidieron pedir á los Padres Agustinos que consintiesen llevar al santo en procesión al hospital de San Lázaro, donde con los panecillos se habían mejorado muchos enfermos. Convínose en hacerlo, y la mañana del 7 de Junio, se verificó aquel acto con un gentío inmenso y una gran solemnidad. En la puerta de la iglesia del hospital estaba el capellán del mismo con un gran Crucifijo en las manos, y al acercar á San Nicolás, se lo arrimó de modo que los pies tocasen en la boca del santo, quedando todos admirados de que éste se abrazó á la Cruz con el mas cariñoso afecto, y entonces el Santo Cristo, desprendiendo las manos de los clavos, lo abrazó y estampó un ósculo en su frente, haciendo que todo el concurso prorumpiera en lágrimas y sollozos, que duraron todo el tiempo que las imágenes tardaron en recorrer las enfermerías de los cuatro edificios que constituían el hospital, obrando en estos dias otras treinta y cinco curaciones además de otros veinticuatro milagros de diferentes clases. Desde aquel dia empezó á descender la peste, en tales términos, que el 15 de Julio ya no habia ni un enfermo en el hospital; sin embargo, se esperó unos dias para publicar la salud, cuyo acto tuvo lugar con gran pompa y llevando un estandarte blanco que en un lado ostentaba la Vírgen con San Nicolás de Tolentino y varios niños al pié, y en el otro á San Sebastian y San Roque. Con este motivo hubo grandes fiestas en accion de gracias, siendo muchas las que la Ciudad, Cabildo, comunidades y particulares celebraron á este milagroso santo. La primera, reunida en cabildo en la mañana del dia 13 de Agosto del espresado año de 1602, hizo voto de asistir siempre el dia 10 de Setiembre á la fiesta de San Nicolás de Tolentino, como lo cumplió hasta 1832 en que predicó el Sr. D. Agustin Moreno, hijo de aquel convento y actual Director del Asilo de Mendicidad. De todo lo dicho tratan Fr. Cristóbal de Burgos, que escribió la vida del santo; el Obispo Bucanato; Juan Bautista de Diecce, Vida de San Nicolás, impresa en Luca, 1688, y el P. M. Fr. Juan Sicardo, impresa en Madrid por Manuel Ruiz de Murga, 1701. Además, en aquella época se grabaron y circularon hasta por Italia, unas estampas que representaban á San Nicolás en el acto de abrazarlo el Santo Cristo. El último dice, que fueron tantos los panecillos del santo que se vendieron en aquellos dias, que los frailes gastaron en ellos ciento veinte y siete fanegas de harina.

En el contagio á que hacemos referencia, se pasaron muchos apuros, uniéndose el gran número de invadidos á la escasez de recursos, puesto que las rentas del hospital de San Lázaro no bastaban á sufragar tanto gasto; así es, que además de las muchas limosnas que se recogieron, y de haber dispuesto el Cabildo, como patrono del hospital de S. Sebastian, que este diera de sus fondos cuatrocientos reales cada mes, fué preciso recurrir á otros medios, y éste fué, que sufragasen lo que faltara la Ciudad, el Cabildo y el Obispo, pagando cada cual una semana; tocó la primera al último, por la que entregó siete mil setecientos, reales, segun anota el Sr. Ramirez Casas-Deza en sus Anales, quien dice, que creyéndose disminuir el mal, y en el deseo de distraer al vecindario, se dispuso por la Ciudad, que hubiese toros, á lo cual se opuso el Obispo D. Francisco Reinoso, cuyas razones se desoyeron: esto hizo que el mal se reprodujese de tal manera, que volvió á causar numerosas víctimas.

Cuando la epidemia mencionada, murieron en el hospital de San Lázaro dos ermitaños que habitaban en las cuevas de la Albaida, como casi todos los de aquel tiempo. Llamábanse Damián de Lara, natural de Bujalance, y Juan Pérez de San Pablo, cordobés, que en sus primeros años se dedicó al estudio de las letras con bastante aprovechamiento: juntos vivían y trabajaban para mantenerse, alcanzando gran fama de virtuosos, y á la vez también fueron acometidos del landre; viniéronse á Córdoba y entraron en el hospital, donde murieron en un mismo dia. Arrojados los cadáveres á la fosa general, promovieron la lástima de los enfermeros, y uno de ellos, conocido por el hermano Juan Bautista, bajó á la zanja y los sacó sobre sus hombros, llamando la atencion de todos, que el Damián de Lara estaba abrazado á, un Crucifijo de bronce que siempre habia tenido consigo: entonces lo sepultaron en la iglesia, que ha llegado hasta nosotros con el nombre de San Juan de Dios.

En 1648, se presentó en varios lugares de España otra gran epidemia de landre ó carbunclo, ocasionando muchos estragos, siendo Sevilla de las primeras que sufrieron tan terrible azote. Entonces, Córdoba acudió en su socorro, mandando lo que le fué posible, y se empezaron á tomar medidas á evitar la invasión ó precaver sus efectos. Se hicieron quitar los depósitos de estiércoles de las inmediaciones, limpiar calles y corrales, retirar animales nocivos, se cegó el Charcon ó rio verde en la Alameda del Corregidor, se prohibió el uso de ciertos alimentos, entre ellos el pescado, se evitó el contacto con los sevillanos, y se hizo cuanto la prudencia aconsejaba; mas el dia 9 de Mayo de 1649 fué invadido y murió en dos dias un vecino de Santa Marina, á quien enterraron de noche en el cementerio de aquella parroquia; quizá fué víctima de su caridad, por haber acogido en su hacienda á unos pobres sevillanos, á quienes no se permitió la entrada en Córdoba. Tras éste murió una vecina del barrio de San Andrés, desarrollándose el mal con lentitud, por lo que no se perdía la esperanza de que sería esta ciudad menos desgraciada que otras. Entonces principiaron las rogativas y procesiones, que fueron muchas é iremos describiendo cuando hablemos de cada imagen; se hicieron otras obras de caridad para implorar la clemencia del cielo; mas todo inútil: en el mes de Noviembre trageron presos unos cuantos gitanos que venían seguidos de sus familias, y los primeros en la cárcel y las segundas en los mezquinos mesones de la Corredera, dieron lugar á que en un punto y otro se desarrollase el mal en tanta violencia, que bien pronto se estendió por toda la ciudad. Los enfermos eran llevados inmediatamente á los hospitales, que lo fueron los cuatro edificios de que tenemos hecha mención, si bien San Sebastian y el Mesón pintado eran para convalecer, y se quemaban los ropas y muebles hallados en sus habitaciones: dias hubo de reunirse mil quinientos enfermos en el espresado hospital, donde los apuros eran grandes para la asistencia y su costo, á todo lo cual se puso remedio. El Cabildo, la Ciudad, el Obispo, las comunidades y el vecindario todo, daban cuanto podian para el socorro de tan gran calamidad. De cada barrio fueron dos procesiones á llevar comestibles, ropas, leña y vendajes, como á el hablar de cada uno diremos, y salieron en rogativa casi todas las imágenes titulares de las iglesias y las de mayor devoción, sin que nada bastase á calmar siquiera tan atroces estragos. Uno de los apuros mayores era la falta de personas que quisiesen enterrar á los muertos, que eran arrastrados con garfios, hasta que se formó una hermandad de ocho jóvenes, que con una abnegacion digna de todo elogio, se dedicaron á esta piadosa operacion sin mas remuneracion que lo que cada familia queria darles; con ello, no solo se mantuvieron, sino que seis que se libraron del contagio, hicieron una lámpara de plata á la Vírgen del Socorro: fueron retratados en esta iglesia al pié de un Santo Cristo, que debió desaparecer en la reedificacion llevada á cabo unos treinta años despues.

Siguió su curso el contagio, hasta el 24 de Julio de 1650 que se publicó la salud con pregones y una gran fiesta á que asistió la Junta de Salud ó Sanidad, el Ayuntamiento y el pueblo todo, predicando el Obispo, quien logró conmover á los concurrentes, de los cuales apenas habría alguno que no hubiese sentido los efectos de la epidemia, puesto que sucumbieron en ella unas catorce mil personas. De esto escribieron minuciosamente los médicos Alonso de Burgos y Nicolás de Vargas Valenzuela, y Martin de Córdoba, vecino de esta ciudad, cuyas obras pueden ver los que quieran saber mas pormenores.

En otras muchas épocas, en que Córdoba ha sido invadida por las epidemias, el hospital de San Lázaro ha sido el amparo de los desvalidos enfermos. En el año de 1.398, segun la Crónica de Enrique III, fué tan espantosa la peste, que murieron en Córdoba durante los meses de Marzo, Abril, Mayo y Junio unas setenta mil personas, cifra para nosotros tan exagerada, que no podemos menos de suponer que se referiría á todo el reino de Córdoba, ó que se padecería una equivocacion al estampar los guarismos, añadiendo un cero; sin él se reducia á siete mil, mucho mas verosímil, porque mal podían morir las personas que no habia en esta ciudad, entonces bastante deshabitada.

En los años 1458 y 1459 hubo también epidemia, en que Córdoba fué muy castigada: los pobres eran acogidos en San Lázaro, y toda la poblacion acudió á socorrerlos, segun la fortuna de cada cual ó los fondos con que las corporaciones contaban.

En 1506 encontramos anotada otra epidemia que duró hasta Julio del año siguiente, cuyo mal, unido á la escasez de trigo y demás medios de vivir, puso á los cordobeses en una situacion harto triste y deplorable.

En 1535 se desarrolló otra epidemia, unida á la falta de agua: se hicieron muchas rogativas y sacaron en procesión las imágenes en quienes cifraban mas esperanzas de alcanzar la salud, y especialmente la milagrosa Vírgen de Villaviciosa.

En 1580 hubo la epidemia que dicen del catarro, en que murieron también muchas personas, haciendo aun mayores males por la esterilidad de aquellos años.

Repitióse con peor carácter en los años siguientes de 1581 y 82, apesar de que se tomaron grandes providencias para evitar que se contagiase Córdoba; estuvieron las puertas tapiadas, se evitaron las reuniones hasta el punto de acortar la carrera de la procesión del Corpus, que solo fué á San Francisco, y suprimir la de la Octava, y hacerse gran número de rogativas. En esta ocasión prestó grandes servicios el Corregidor Guillen del Castillo.

En 1590, hallamos también rogativas por la salud pública.

Siguieron las epidemias de 1601, 1649 y 1650, ya referidas.

En 1682 sufrió Córdoba otra peste en que estuvieron enfermos casi todos sus vecinos, si bien el número de defunciones fué muy corto en relacion con el de los invadidos; hubo muchas rogativas y se llevó á la Catedral la Vírgen de Villaviciosa y las Reliquias de los Santos Mártires, que aquel año formaron parte de la procesión del Corpus. Los enfermos pobres eran asistidos en el hospital real de San Lázaro, donde los frailes de San Juan de Dios dieron grandes muestras de caridad, dirigidos por Fr. Diego Bermudez, que despues fué Provincial de su orden: estos achacaron la mejoría á la intercesión de su Patriarca, perpetuándola en un gran cuadro que hasta la exclaustracion estuvo en la portería de su convento. Socorriéronse de los fondos de los demás hospitales: el Cabildo, la Ciudad y hasta los vecinos empezaron como en 1650 á ir en procesiones con toda clase de donativos; mas la peste empezó á hacer grandes estragos en los del barrio de San Miguel, y la Junta de Salud prohibió esta forma, mandando emplear otra para que la aglomeracion de gente no aumentase el contagio. El 25 de Julio se publicó la salud, y á seguida se hicieron muchas fiestas en accion de gracias y unas suntuosas honras en la Catedral por el eterno descanso de las víctimas.

Otras epidemias pudiéramos contar, como la de tabardillos en 1736, en que, segun algunos autores, murieron unas quince mil personas; mas, como solo tratamos de aquellas en que prestó sus humanitarios servicios el hospital de San Lázaro, las dejamos para cuando lleguemos á su lugar.

Delante de la que fué ermita de San Sebastian, á izquierda de la carretera, descuellan dos cipreces á los lados de un nicho ó humilladero de raquítica forma, en el que siempre se vé una luz alumbrando á una pequeña imagen de Jesus Crucificado, con la advocacion de los Caminantes, quienes se encomendaban á él, dando limosnas y rezando al principiar ó terminar sus viajes. Su creacion no pasa de fines del siglo XVIII, ó sea á el hacerse la carretera general en el reinado de Carlos III; á su lado, se ven tres gracias de piedra caliza en forma circular, y en su centro se levanta un pedestal con una gran cruz de madera, que fué renovada en estos últimos tiempos.

Su historia se eleva al año de 1512, en qué llegado el tiempo de la novena á San Sebastian, la cofradía, entonces en todo su apogeo, compuesta de lo mas principal de la población, dispuso celebrarla con gran pompa, adornando el templo como nunca se habia conocido: los devotos llevaron cuantas alhajas y objetos preciosos tenían en sus casas; la iglesia se veia todas las tardes completamente llena por la gente que acudía llevada de su devocion y curiosidad. Una tarde, al terminar aquellos cultos, un hombre se quedó escondido en el púlpito, sin que nadie lo viese y teniendo á su disposicion toda la noche; durante ella sacó las alhajas que pudo, y se marchó, dejando la puerta entornada. Cuando el sacristán vio á la mañana siguiente el robo que le habían hecho, salió al campo dando voces, acudieron algunos vecinos, dieron parte al Corregidor, al presidente de la cofradía, y á cuantas personas encontraban, acudiendo todos al sitio de la desgracia. El primero empezó á adoptar medidas, y una de ellas fué la prisión de cuatro ó seis gitanos que cerca habían pasado la noche. En aquel tiempo era muy frecuente verlos en despoblado por no pagar la posada, abuso que aun hoy se permiten y con frecuencia vemos, y en particular cuando se acercan las ferias y hacia el sitio á que nos referimos. Los presos, inocentes de aquel robo, clamaban al Corregidor que los mandase poner en libertad, y cuentan, que una linda gitana de negra y sedosa cabellera y ojos como de azabache, de esas que dicen la buenaventura á cuantas personas las socorren, se presentó ofreciendo que si ponían en salvo á sus compañeros y se guardaba el mayor secreto, ella descubriría al verdadero criminal; hízose así, y á los tres dias, no solo se descubrió el lugar en que estaban las alhajas, sino á el autor de un robo que tanto habia escandalizado á los cordobeses, el cual fué sentenciado á morir en aquel sitio, y que su cadáver estuviese en él hasta que se corrompiese ó lo devorasen los animales, lo que se hubiera cumplido en todas sus partes, si la hermandad de la Santa Caridad no le hubiese dado sepultura: la de San Sebastian colocó la cruz á que nos hemos referido, en memoria de este suceso que tradicionalmente ha llegado hasta nosotros.

En los apuntes para la historia de Córdoba, que manuscritos existen en el archivo del Ayuntamiento y pasan por de Andrés de Morales, cuando eran de su tio Fr. Alfonso García de Morales, se vierte la idea de que en los primeros siglos del cristianismo debieron existir en Córdoba algunos frailes del Carmen, si bien en forma de anacoretas ó ermitaños; mas esto no pasa de ser una opinion que no vemos bien fundada, y por lo tanto no nos merece entero crédito; así, solo diremos, que en 1510, segun este autor y en 1542, segun otros, se fundó en Córdoba el convento de esta religión, mas allá del arroyo de las Piedras, ó sea detrás del hospital de San Lázaro: lo insaluble del sitio, les hizo trasladarse al que aun ocupa á la salida de la puerta de Alcolea, sirviéndole de iglesia en un principio, una ermita qué habia con el titulo de Ntra. Sra de la Cabeza, qué aun existe con su hermandad, colocada la imagen sobre el tabernáculo del altar mayor. Morales dice, que la traslacion fué en el citado año 1542: otros, entre ellos el Sr. Ramirez Casas-Deza, que entonces fué la primitiva fundación, y que en 1580 se varió al lugar en que aun lo vemos. Era un buen convento, aunque no muy grande, con un hermoso patio claustrado, donde aun se ven setenta y cuatro hermosas columnas que sostienen sus arcos.

La comunidad del Cármen Calzado era de las mas numerosas é ilustradas: en el censo de poblacion de 1718, la encontramos con cuarenta y cuatro religiosos profesos, además de los donados, y eso que parte de ella radicaba en el colegio de San Roque, barrio de la Catedral, en el que tenian las clases ó cátedras; su fundacion arroja también algunos datos muy curiosos y que deseamos conozcan nuestros lectores, y anotaremos cuando á él dirijamos nuestro paseo. Sirvió de base para su creacion la suma de cuatro mil ducados, de que hizo donacion Fr. Andrés de Ibarra, vizcaino, de cuarenta y dos años, que entró de fraile en este convento y profesó en 13 de Junio de 1614, en manos del Provincial Fr. Pedro de Carranza.

Muchos son los frailes del Cármen que alcanzaron fama de notables predicadores, y de los que debemos citar al P. M. Fr. Diego de León, que despues de ser prior en este y otros conventos, llegó á ser Obispo de Coimbra y asistió al célebre Concilio de Trento, y Fr. Miguel de Cárdenas, natural de Córdoba, que murió en 1677: desempeñó los obispados de Ciudad Rodrigo y Badajoz, á cuya gerarquía lo elevaron sus merecimientos.

Cuando la venida de los franceses en 1808, sufrió mucho este convento por la proximidad á la Puerta Nueva; despues en 1810, exclaustraron á los frailes y se destrozó el edificio, perdiéndose muchos objetos de valor, entre ellos casi todos los libros de su biblioteca, que era muy numerosa y escogida, gastándose gran parte en hacer cartuchos en el Parque, á donde se los llevaban por cargas, además de los que quemaron para guisar los ranchos, en que se consumió la madera de casi todos los retablos y muebles que la soldadesca hubo á la mano. En 1814 se recogió lo que se pudo, y en la tarde del dia 14 de Junio llevaron en procesión la Vírgen del Carmen, que se habia conservado en la Magdalena.

La iglesia, de que son patronos los Marqueses de Villaseca por el Condado de la Jarosa, teniendo enterramiento en la bóveda que hay debajo de la capilla mayor, por lo que estos señores han contribuido con largueza á las reparaciones que se han hecho en este templo, consta de una sola y espaciosa nave. El retablo del altar mayor puede considerarse como un pequeño museo, en que se conservan once cuadros pintados en 1658 por el célebre artista cordobés Juan Valdés Leal, uno de los mas notables de su tiempo, y que compitió con Murillo, á quien venció en algunas ocasiones, y del que se ocupan con elogio muchos escritores, entre ellos Palomino y Saenz [Cean] Bermudez en sus obras sobre los pintores.

Repartidos por la iglesia se ven varios altares, como es el de la Vírgen del Carmen, que tiene hermandad, Santa Teresa, escultura muy linda, San Elias, San Bernardo, la Concepcion y otros: en el lado del evangelio existe una capilla con camarin, donde el Colegio de Escribanos tuvo su hermandad del Santo Sepulcro, trasladada á la parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos, y en la que hay un cuadro de Agustín del Castillo; desde el arco de la capilla mayor hasta el final de la iglesia, cubre á esta un magnífico artesonado, así como es muy notable el tallado del entresuelo del coro, que consideramos de mucho valor y mérito.

A este barrio pertenece también el cementerio que llaman de San Rafael, al que están destinados los cadáveres de los vecinos de los barrios de la Magdalena, Santiago, San Pedro, Santos Nicolás y Eulogio de la Ajerquía, San Andrés, San Lorenzo y Santa Marina. Fué construido en 1833, en virtud de comisión dada por el Gobierno al Intendente D. Miguel Boltri, quien creyendo insuficiente el de la Salud, empezó éste en terreno de las hazas conocidas por la Gitana, Pineda ó Cortijuelo y las Infantas, costeándose con los fondos existentes de los arbitrios establecidos para los Realistas y veinte mil reales que dio el Cabildo eclesiástico. Se concluyó en 1835, bendiciéndolo el Obispo D. Juan José Bonel y Orbe, que despues fué Arzobispo de Toledo, y se inhumó el primer cadáver el 16 de Junio del mismo año, pasando ya de veinte mil los cadáveres que se encuentran en aquel fúnebre recinto: medía dos fanegas y siete celemines y medio de terreno, sin la ampliacion hecha en 1873. En 1849 se le hicieron grandes mejoras, entre ellas la construccion de la capilla, á que se agregó la ermita de San Sebastian, la casa y varias otras oficinas, utilizando al efecto algunos materiales del convento de San Pablo, como las puertas de entrada é iglesia, que son de caoba, y las columnas estriadas que se ven en los arcos. Su altar, único, era del convento de la Encarnacion Agustina, hoy Escuela de Veterinaria, y su lindo cuadro con un Crucifijo, obra de José de Saravia, se llevó de uno de los claustros de San Francisco; tres de las esculturas que hay, doce cuadros con el martirio de los Apóstoles y la campana, eran de la ya espresada iglesia de San Sebastian; últimamente le han puesto el púlpito que habia en San Juan de Dios y se libró del incendio. El San Rafael que hay sobre la puerta, estuvo en un monumento ó triunfo que hubo delante del convento de la Arrizafa, y el de la iglesia se llevó de la del Juramento.

En el centro se pensó colocar otro ovelisco que estaba junto á San Cayetano, y hasta se llevó; pero no gustando, pusieron un pedestal con la estatua de la Fé: fundióla D. Rafael Morado, y por cierto nada particular ofrece á los ojos de las personas entendidas.

Los cuadros ó departamentos se señalaron con acacias y cipreces, y viendo que las primeras destruían las obras de fábrica, se arrancaron, quedando los segundos.

Las bovedillas tienen delante una galería formada con arcos que se empezaron á construir en 1861, y en ellas se ven varias lápidas que recuerdan á personas, de las cuales, algunas merecen que se consignen sus nombres en los apuntes siguientes:

D. Antonio de Fuentes y Horcas, Doctor en Jurisprudencia, joven estudioso y entendido, que murió á los 23 años de edad, en 22 de Octubre de 1848, cuando estaba publicando un periódico satírico titulado El Dios Momo, perfectamente escrito.

D. Rafael de Soto y Camacho, Pbro., beneficiado de la parroquia de San Pedro, á quien el vulgo tenia por santo y atribuía el don de hacer milagros, tanto, que muerto en el dia 10 de Mayo de 1852, á los 79 años, se depositó en la iglesia del Socorro, y acudió tanta gente á tocar los rosarios en el cadáver y arrancarle pedazos de la ropa, que fué preciso mandar una pareja de la Guardia civil con un empleado del Gobierno, á desalojar la iglesia é imponer orden: el Ayuntamiento reconoció sus virtudes y le concedió el goce de una bovedilla perpetua.

D. Miguel de Luque, farmacéutico notable, autor de varias memorias sobre el cultivo de la vid y otros trabajos, murió en 19 de Setiembre de 1853, á los 79 años.

D. Rafael Pavón, también farmacéutico muy ilustrado; siendo individuo del Ayuntamiento en la época de 1820 á 1823, concibió é hizo llevar á cabo la traslacion de la cárcel desde la Corredera al edificio que fué Tribunal de la Inquisición, donde se encuentra, además de otros muchos servicios que prestó á Córdoba, su patria; murió en 8 de Mayo de 1855, y fué padre del conocido escritor D. Francisco de Borja, actual Secretario de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de esta ciudad.

D. Diego Galindo, Pbro., natural de Lucena y sacristán mayor de la parroquia de San Andrés, muy buen tallista, hizo un hermoso frontal para dicha iglesia: muchos años antes de su fallecimiento estuvo pensando en él y tuvo la paciencia de labrarse su ataúd, el féretro en que como sacerdote habian de llevar su cadáver, y que compró despues el Cabildo eclesiástico, la mortaja, capilla, lápida con embutidos de diferentes maderas, y por último hasta imprimió las papeletas de convite para su funeral, que, sucediendo mucho despues, ocurrió que habian muerto antes que él varios de los que convidaban.

D. Dionisio Sánchez, fraile del convento de Madre de Dios y luego Rector mas de cincuenta años de la parroquia de Santiago, teólogo muy notable, que llegó á adquirir gran fama de orador sagrado; falleció de 93 años, diciendo misa y asistiendo á su iglesia casi hasta el dia 20 de Enero de 1866 en que ocurrió su muerte.

D. Antonio Gomez Matute, natural de Granada, autor de ocho obras dramáticas, egecutadas con buen éxito; habiendo venida á Córdoba de representante del Cambio Universal, murió de calenturas, en el dia 16 de Enero de 1863.

D. Pedro Nolasco Melendez, natural de Segovia, notable arquitecto, primero municipal y luego provincial, poeta fácil y fecundo, premiado en los Juegos florales verificados en Córdoba en los años de 1860 y 1863, persona sumamente apreciada entre sus numerosos amigos; falleció en el dia 21 de Octubre de 1865.

D. Antonio Cubero, médico aprovechado, que escribió varias memorias sobre medicina, algunas poesias y una comedia que fué representada en el teatro de Moratin; murió el 26 de Octubre de 1866.

D. Antonio Capo, actor de los mas aplaudidos de su tiempo, tal vez el primer sisógrafo que se ha conocido, y como tal premiado en varias esposiones [esposiciones]; falleció en 1870.

D. Arcadio Garcia, médico de muy buen concepto; como hermano mayor de la cofradía de San Rafael, hizo grandes mejoras en su iglesia, de las que hablaremos al ocuparnos de ella; murió en 26 de Junio de 1870.

D. Joaquin Hernández de Tejada y Garcia La Madrid, pintor de mucho mérito, cuyas obras honrarán siempre su memoria; falleció en 3 de Agosto de 1871 á los 44 años, y el Ayuntamiento, conociendo la clase de artista que era, concedió á su cadáver el goce de una bovedilla, al par que sus amigos y discípulos le costearon la lápida en que se recuerda su nombre.

D. Juan José Aguado, natural de Pinos del Valle, abogado, Cura propio de la parroquia de Santa Marina, donde todos los vecinos le tenian un entrañable afecto por su desprendimiento y carácter bondadoso, escritor independiente y que se ocupaba en redactar una obra filosófica, cuando le sorprendió la muerte á los 62 años, en el dia 18 de Agosto de 1871.

D. Manuel Bolaño, modesto escultor, de quien hay repartidas varias imágenes en algunas iglesias de Córdoba y la provincia; murió de 37 años en 25 de Enero de 1868.

Y por último, en la fosa común yace D. José Pérez, modesto pintor, notable en Heráldica, que murió pobre en el hospital provincial de Crónicos, cuando aun no había cumplido los cuarenta años.

En una bovedilla se vé también la lápida de D. Luis Borrego, hombre de vida borrascosa, que habiéndose echado al campo fué el segundo de la partida de bandidos que capitaneaba el célebre y temible José María; perteneció también á la del Renegado, y despues, arrepentido de sus desaciertos, se acogió á indulto, y recogido en Benamejí, su conducta morigerada lo llevó hasta ser alcalde segundo de aquella villa; mas viniendo á Córdoba, fué acometido de un accidente, del que quedó muerto en la plazuela de los Aguayos, por donde casualmente pasaba.

En este cementerio fueron inhumados en bovedillas que les concedió el Ayuntamiento, los gefes y oficiales muertos en la batalla de Alcolea en 1868.

He terminado mi paseo por el barrio de la Magdalena, dejando la parte que tiene lejos de la poblacion para cuando me ocupe del término de Córdoba; ahora dejo descansar á mis lectores, y pronto los llevaré á dar conmigo otro paseo por el barrio de San Lorenzo.

 

 

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